domingo, agosto 30, 2015

José Antonio Ramos Sucre, 3/5

José Antonio Ramos Sucre
(Cumaná, Venezuela, 9 de junio de 1890 - Ginebra, Suiza, 13 de junio de 1930)
Poeta, educador y diplomático venezolano.

El 13 de junio de 1930 durante un viaje diplomático en la ciudad de Ginebra, se suicida al tomar una sobredosis de veronal. Tras un largo tiempo de padecer insomnio, su intención fue producir su muerte el día que cumplía los 40 años de edad, el 9 de junio, pero su deceso se produjo 4 días después.
En una de sus últimas cartas, al referirse a sus dolencias, había escrito: «solamente el miedo al suicidio me permite sufrir con toda paciencia». Por esas mismas cartas, sin embargo, sabemos que otro miedo se sobrepuso a aquél: el de perder sus facultades mentales. Su decisión final, pues, no fue, como ligeramente se ha dicho, «un acto de extremo repudio a la vida»; habría que verla más bien como la opción de la lucidez. ¿No era lo que ya estaba inscrito, además, en varios pasajes de su obra? Una de sus múltiples personas poéticas, que había aprendido en Lucrecio el trato con la naturaleza imparcial, lo previó así. «Yo había concebido -dice- la resolución de salir voluntariamente de la vida al notar los síntomas del tedio, las trabas y cadenas de la vejez». Otra, en un sueño que es como la experiencia de la post-vida, sabe intuir la llegada de la muerte «a la hora misma designada en el presagio». ‘El Desesperado’ de uno de sus poemas, luego de un fallido intento de suicidio, llega a decir: «He sentido el estupor y la felicidad de la muerte». Ya sea por distintos motivos, son innumerables los personajes de Ramos Sucre en los que aparece la clarividencia o la vocación tanáticas (en la mitología griega, Tánato o Tánatos era la personificación de la muerte sin violencia), aun a veces en un sentido sacrificial.

Discurso Del Contemplativo

Amo la paz y la soledad; aspiro a vivir en una casa espaciosa y antigua donde no haya otro ruido que el de una fuente, cuando yo quiera oír su chorro abundante.
Ocupará el centro del patio, en medio de árboles que, para salvar del sol y del viento el sueño de sus aguas, enlazarán las copas gemebundas. Recibiré la única visita de los pájaros que encontrarán descanso en mi refugio silencioso.
Ellos divertirán mi sosiego con el vuelo arbitrario y el canto natural; su simpleza de inocentes criaturas disipará en mi espíritu la desazón exasperante del rencor, aliviando mí frente el refrigerio del olvido.
La devoción y el estudio me ayudarán a cultivar la austeridad como un asceta, de modo que ni interés humano ni anhelo terrenal estorbará las alas de mi meditación, que en la cima solemne del éxtasis descansarán del sostenido vuelo; y desde allí divisará mi espíritu el ambiguo deslumbramiento de la verdad inalcanzable.
Las novedades y variaciones del mundo llegarán mitigadas al sitio de mi recogimiento, como si las hubiera amortecido una atmósfera pesada. No aceptaré sentimiento enfadoso ni impresión violenta: la luz llegará hasta mí después de perder su fuego en la espesa trama de los árboles; en la distancia acabará el ruido antes que invada mi apaciguado recinto; la oscuridad servirá de resguardo a mi quietud; las cortinas de la sombra circundarán el lago diáfano e imperturbable del silencio.
Yo opondré al vario curso del tiempo la serenidad de la esfinge ante el mar de las arenas africanas. No sacudirán mi equilibrio los días espléndidos de sol, que comunican su ventura de donceles rubios y festivos, ni los opacos días de lluvia que ostentan la ceniza de la penitencia. En esa disposición ecuánime esperaré el momento y afrontaré el misterio de la muerte.
Ella vendrá, en lo más callado de una noche, a sorprenderme junto a la muda fuente. Para aumentar la santidad de mi hora última, vibrará por el aire un beato rumor, como de alados serafines, y un transparente efluvio de consolación bajará del altar del encendido cielo. A mi cadáver sobrará por tardía la atención de los hombres; antes que ellos, habrán cumplido el mejor rito de mis sencillos funerales el beso virginal del aura despertada por la aurora y el revuelo de los pájaros amigos.

***

La Venganza Del Dios

E l desafuero de los habitantes afeaba la fama de aquella tierra amena, vestida de flores, rota por manantiales ariscos, amada por la nube de gasa y el sol paternal. Tenía el nombre de una piedra rara y al mar de tributario en perlas.
El Dios velaba el crimen de los hombres en el inmerecido país, y quiso el nacimiento de un mensajero de salud y concordia, lejos de ellos, en la más umbría selva. Nace una noche del seno de una flor, a la luz de un relámpago que pinta en su frente luminoso estigma. Crece al cuidado de las aves y los árboles y al apego de las fieras.
Aquellos hombres reciben la misión de virtud con atrevimientos y excesos y pagan al enviado con trance de muerte ignominiosa. El Dios los castiga engrandeciendo la riqueza de la tierra que mancillan. La nutre de tesoros fatales que son desvelo de la codicia, que dividen al pueblo en airados bandos de ricos y de pobres. Los nuevos dones infestan de odios vengativos y pueblan con huesos expiatorios.

***

Romanza

Cuando ya declina mi doliente juventud, y nace la nostalgia de sus días primeros, regresa el mismo amor que convidó sus matinales ímpetus. Vuelves a mí en un rellano de la vida, en un recodo de la tupida selva, cuando ya tu belleza vacilante es un espejo de apagada luna.
Guardas el porte airoso y la diadema triunfal de los cabellos, reliquia de alegres dones y de rubias galas; ¿por qué no tiene la tez de las hermosas la tersura del lago, que escapa al raudo tiempo?
Aquellos días de suaves horas y de azules sueños son aves fugitivas cuyo gorjeo contrista al nauta errante. Un vuelco de la suerte ha mudado en tristeza el retozo de la cálida mañana: ya la noche dirige hacia nosotros las ruedas silenciosas de su ebúrneo carro, y el sol occidental, a ras del mar, figura la cabeza del león asomada al horizonte del desierto; un enlutado cisne augura nuestra ruta, y, encontrados nuevamente al azar, somos viajeros únicos a bordo del bajel que lleva nuestro ideal difunto.

***

La Ventana

Ella está puesta a la ventana, desierta de galanes. Vestida de luto y pensativa, reclama la atención de los artistas y demanda la reverencia de los soñadores.
Ajada por el tiempo, regala y apacigua las almas afligidas.
Vuelve los ojos de la calle solitaria a la colina opuesta, por donde el día se aleja como un rey asiático sobre lerdo elefante. Observa la sombra que adelanta con el furtivo paso de la mendiga a un festín regio.
Conforma el ánimo con el apocamiento de la luz; bendice con un recuerdo la estrella más temprana; y mira que los celajes dolorosos componen una escena de holocausto, donde su esperanza, casta Ifigenia, sucumbe entre lamentos.

***

A Una Desposada

Cualquier invención de mi enfermizo numen desluciría las páginas de este álbum. Las ofendería con el desentono de azarosa tela de araña en una mansión regia. Mas conviene el relato de venturosas nupcias.
Sueño que lo escuché de virgen lisonjera en una comarca del Asia inverosímil; era de noche, y estaba yo embriagado con la plácida expiración de rumores, canciones y perfumes; en que el paisaje exótico se coronaba con la luna y con el cortejo de las estrellas mayores, porque las menores no conseguían lucir en medio de la irradiación de aquellas, sus hermanas; y sueño que, sobre la tierra y delante de mis ojos, fantástica ciudad de cúpulas y torres dormía contiguo al espejo de un río fabuloso; y recuerdo que la virgen me refirió esta fábula amena: Yo conocí una princesa prometida en matrimonio al sultán de un país remoto. Veía en las bodas el comienzo de un cautiverio, porque, retirada y asustadiza, imitaba las selváticas gacelas. Buscaba mi compañía y luego la contemplación de sí misma en el espejo de una fuente ornamental. Era delgada, firme y de tupidos cabellos, que bajaban a confundirse con las aguas del ensombrado tazón de mármol. Hasta aquí vino una tarde cierto poeta errante, precursor del cortejo nupcial cada vez más vecino. Él se dijo despedido de entre los suyos para entretener a la princesa durante el viaje a la capital del esposo prometido.
Todos se reúnen y parten el día siguiente, cuando ya la princesa acepta los agasajos del poeta y lo ama sin manifestárselo. El cortejo recorre selvas y desiertos, en medio de la lluvia rumorosa y del estío lento, cuando el sol prefiere su carro de bueyes albos. El poeta ejerce, en su vez, el valor, el gracejo y la piedad. Ofende al tigre de estirpe real; burla al mono desvergonzado; acoge la mariposa blanda, de seda y lana; reverencia al asceta absorto. Se muestra cortesano amable y jinete aguerrido. Ella se acerca al término del viaje y divisa los palacios dispuestos para hospedarla, y repara que más le convendría el desierto en compañía del vate gentilísimo. Entretanto, éste ha desaparecido de su lado, y ella es introducida, con el rostro sumiso, a presencia de su ignoto dueño; pero una voz oculta y bien conocida la exhorta a la alegría. La princesa alza los ojos y observa que el cortés poeta era el esposo prometido, quien había dejado las galas de monarca para ganar afectuosamente la mano de la amada, omitiendo el prestigio de su elevado puesto.
Así me dijo la virgen lisonjera en un país distante, debajo de un árbol musical; y su relato y mi único sueño venturoso terminaron cuando la aurora llamaba, enamorada, a mi ventana.

***

La Presencia Del Naufrago

La dama singular y gentil se disponía a comunicarme esa tarde la confidencia prometida una y otra vez.
Yo le servía una silla plegadiza en un retiro de la playa aireada.
El disco del sol rodaba fugitivo hacia el límite de un mar oscuro.
El azar nos había reunido en aquel rincón del litoral italiano. Habíamos llegado por caminos opuestos a reposar la fatiga y la melancolía de largos viajes.
Ocultaba su origen bajo el sello de una reserva altiva. Era difícil acertar con su patria porque usaba atinadamente cualquier idioma culto, y porque su persona física armonizaba los rasgos y las prendas más nobles de razas esculturales.
Había nacido en alguna familia acaudalada, con raíz en naciones divergentes.
Cabellos de oro, perdición de las flechas del sol, y ojos verdes, memorias de alta mar, solemnizaban su hermosura lozana y perdurable de deidad.
Declaraba haber contentado con sencilla gratitud las finezas y los requiebros de los galantes, sin pasar a mayor afecto; y convenía en referirme ahora la razón de su aislamiento definitivo. Dejaba entrelucir el nombre de un criollo español, mi compatriota.
Iba yo el año pasado, cantaba su voz artística, en un vapor lujoso, invención de hadas, a través del océano. Viajeros de distinto origen sentían y propagaban una alegría vivaz, exaltada, y me compusieron inmediatamente una corte enfadosa.
Aquel bullicio retrocedía ante el recato inexpugnable de un agitador hispanoamericano, hombre de urbanidad sobria, idéntica. Circulaba entre comentarios y leyendas su nombre de soldado. Aquel retraimiento podía venir de una juventud infructuosa, de una vida descabalada. Su duro semblante de asceta vencía las fachas contentas y mofletudas. Vino un día de cerrazón y el vapor lujoso, herido por un témpano, bajó al abismo con sacudidas de terremoto. Yo fui salvada de morir por aquel militar hastiado, de fisonomía absorta. Me declaró su afecto y su nombre y me llevó en peso hasta un bote, donde me había cedido su puesto. Regresó al barco náufrago, donde ocupó sucesivamente los lugares libres todavía de las aguas. Poco después, el sitio mismo de la catástrofe se borraba en el mar raso. Aquel hombre invitaba con la ilusión de una vida intrépida en república desquiciada. De uniforme azul, sobre un caballo blanco, debió de regir las montoneras turbulentas, libres de escalafón, magnetizándolas con su voz marcante, de una seducción irresistible. . .
Cesó de hablar, y la más espesa noche completaba el pensamiento de la mujer desilusionada y casta. Se habían roto las compuertas de las tinieblas.

***

La Vida Del Maldito
(Fragmento)

Yo adolezco de una degeneración ilustre; amo el dolor, la belleza y la crueldad, sobre todo esta última, que sirve para destruir un mundo abandonado al mal. Imagino constantemente la sensación del padecimiento físico, de la lesión orgánica.
Conservo recuerdos pronunciados de mi infancia, rememoro la faz marchita de mis abuelos, que murieron en esta misma vivienda espaciosa, heridos por dolencias prolongadas. Reconstituyo la escena de sus exequias, que presencié asombrado e inocente.
Mi alma es desde entonces crítica y blasfema; vive en pie de guerra contra los poderes humanos y divinos, alentada por la manía de la investigación; y esta curiosidad infatigable declara el motivo de mis triunfos escolares y de mi vida atolondrada y maleante al dejar las aulas. Detesto íntimamente a mis semejantes, quienes sólo me inspiran epigramas inhumanos; y confieso que, en los días vacantes de mi juventud, mi índole destemplada y huraña me envolvía sin tregua en reyertas vehementes y despertaba las observaciones irónicas de las mujeres licenciosas que acuden a los sitios de diversión y peligro.
No me seducen los placeres mundanos y volví espontáneamente a la soledad, mucho antes del término de mi juventud, retirándome a esta mi ciudad nativa, lejana del progreso, asentada en una comarca apática y neutral. Desde entonces no he dejado esta mansión de colgaduras y de sombras. A sus espaldas fluye un delgado río de tinta, sustraído de la luz por la espesura de árboles crecidos, en pie sobre las márgenes, azotados sin descanso por un viento furioso, nacido de los montes áridos. La calle delantera, siempre desierta, suena a veces con el paso de un carro de bueyes, que reproduce la escena de una campiña etrusca.
La curiosidad me indujo a nupcias desventuradas, y me casé improvisamente con una joven caracterizada por los rasgos de mi persona física, pero mejorados por una distinción original.
[…]

***

La Penitencia Del Mago

Recibí advertimientos numerosos de origen celeste cuando empezaba a iniciarme en una ciencia irreverente. Me disuadían de seguir la demanda de verdades superiores a la fragilidad del hombre, y me amenazaban con la pérdida de la felicidad el mismo día de tenerla a mi alcance y con la prolongación expiatoria de mis días.
La meditación orgullosa había desmedrado aceleradamente mi organismo, anticipando las señales de la vejez.
Vi en la ruina de mi salud el último aviso de una potestad indignada.
Volví en mis fuerzas retirándome a la soledad de un predio, defendido por barrancos y hondones. De allí salí más tarde, en busca de impresiones nuevas, para un reino de tradiciones y de ruinas. Y, debajo de un pórtico despedazado, encontré una mujer adolescente, de ojos extasiados.
De tanto frecuentar su trato plácido, sentí el contagio de su arrobamiento, y sané de la zozobra anterior, disfrutando una promesa de bienestar.
Una tarde le referí los atentados de mi pasada curiosidad soberbia.
Mis palabras alarmaron su imaginación; ratificaron temores informes de peligros entrevistos o soñados durante su niñez retraída. Aquel sobresalto comenzó la abolición de su pensamiento y fue el estímulo de una agonía larga.
Seguí adelante al comenzar el advenimiento de las amenazas fatales. Buscaba un lugar apacible donde pagar el resto de la sanción irrevocable y esperar el diferido término de mis días.
Di con este país sumido en silencio nocturno. Escogí para edificar mi retiro la sombra de esta selva, tapiz desenvuelto al pie de los montes.
Sobre la selva y sin alcanzar la altura de los montes, vuelan ocasionalmente algunas aves de alas fatigadas.


domingo, agosto 23, 2015

José Antonio Ramos Sucre, 2/5

José Antonio Ramos Sucre
(Cumaná, Venezuela, 9 de junio de 1890 - Ginebra, Suiza, 13 de junio de 1930)
Poeta, educador y diplomático venezolano.

El 13 de junio de 1930 durante un viaje diplomático en la ciudad de Ginebra, se suicida al tomar una sobredosis de veronal. Tras un largo tiempo de padecer insomnio, su intención fue producir su muerte el día que cumplía los 40 años de edad, el 9 de junio, pero su deceso se produjo 4 días después.
En una de sus últimas cartas, al referirse a sus dolencias, había escrito: «solamente el miedo al suicidio me permite sufrir con toda paciencia». Por esas mismas cartas, sin embargo, sabemos que otro miedo se sobrepuso a aquél: el de perder sus facultades mentales. Su decisión final, pues, no fue, como ligeramente se ha dicho, «un acto de extremo repudio a la vida»; habría que verla más bien como la opción de la lucidez. ¿No era lo que ya estaba inscrito, además, en varios pasajes de su obra? Una de sus múltiples personas poéticas, que había aprendido en Lucrecio el trato con la naturaleza imparcial, lo previó así. «Yo había concebido -dice- la resolución de salir voluntariamente de la vida al notar los síntomas del tedio, las trabas y cadenas de la vejez». Otra, en un sueño que es como la experiencia de la post-vida, sabe intuir la llegada de la muerte «a la hora misma designada en el presagio». ‘El Desesperado’ de uno de sus poemas, luego de un fallido intento de suicidio, llega a decir: «He sentido el estupor y la felicidad de la muerte». Ya sea por distintos motivos, son innumerables los personajes de Ramos Sucre en los que aparece la clarividencia o la vocación tanáticas (en la mitología griega, Tánato o Tánatos era la personificación de la muerte sin violencia), aun a veces en un sentido sacrificial.

Entonces

Sueño que sopla una violenta ráfaga de invierno sobre tus cabellos descubiertos, oh niña, que transitas por la nevada urbe monstruosa, a donde todavía joven espero llegar, para verte pasar. Te reconoceré al punto, no me sorprenderá tu alma atormentada y exquisita, tu cuerpo endeble ni tu azul mirada; he presentido tus manos delicadas y exangües, he adivinado tu voz que canta y tu gentil andar. El día de nuestro encuentro será igual a cualquiera de tu vida: te veré buscando paso entre la muchedumbre de transeúntes y carruajes que llena con su tumulto la calle y con su ruido el aire frío. La calle ha de ser larga, acabará donde se junten lejanas neblinas; la formará una doble hilera de casas sin ningún intervalo para viva arboleda; la harán más tediosa enormes edificios que niegan a la vista el acceso del cielo. Lejos de la ciudad nórdica estarán para entonces los pájaros que la alegraban con su canto y olvidado estará el sol; para que reine la luz artificial con su lívido brillo, lo habrán sepultado las nubes, cuyo horror aumenta la industria con el negro aliento de sus fauces.
Entonces y allí será la última hora de esta mi juventud transcurrida sin goces. Habré ido a experimentar en la ciudad extraña y septentrional la amargura de su despedida y el desconsuelo de su eterno abandono. Para sufrir el ocaso de la juventud ya estaré preparado por la partida de muchas ilusiones y el desvanecimiento de muchas esperanzas. En mi memoria dolerá el recuerdo de imposibles afectos y en mi espíritu pesará el cansancio de vencidos anhelos. Y ya no aspiraré a más: habré adaptado mis ojos al feo mundo, y cerrado mi puerta a la humanidad enemiga. Mi mansión será para otros: impenetrable roca y para mí firme cárcel. Estoico orgullo, horrenda soledad habré alcanzado. En torno de mi frente flotarán los cabellos grises, grises cual la ceniza de huérfanos hogares.
De lejos habré llegado con el eterno, hondo pesar, el que nació conmigo en el trópico ardiente y que me acompaña como la conciencia de vivir. Un pesar no calmado con la maravilla de los cielos y de los mares nativos perpetuamente luminosos, ni con el ardor ecuatorial de la vida, que me ha rodeado exuberante y que sólo en mí languidece. Los años habrán pasado sin amortiguar esta sensibilidad enfermiza y doliente, tolerable a quien pueda tener la única ocupación de soñar, y que desgraciadamente, por el áspero ataque de la vida, es dentro de mí como una cuerda a punto de romperse en dolorosa tensión. La sensibilidad que del adverso mundo me hace huir al solitario ensueño, se habrá hecho más aguda y frágil al alejarse gravemente mi juventud con la pausada melancolía de la nave en el horizonte vespertino.
Al encontrarte, quedaremos unidos por el convencimiento de nuestro destierro en la ciudad moderna que se atormenta con el afán del oro. Ese día, demasiado tarde, el último de mi juventud, en que despertarán, como fantasmas, recuerdos semimuertos al formar el invierno la mortaja de la tierra, será el primero de nuestro amor infinito y estéril. Unidos en un mismo ensueño, huiremos del mundo, cada día más bárbaro y avaro. Huiremos en un vuelo, porque nuestras vidas terminarán sin huellas, de tal modo que éste será el epitafio de nuestro idilio y de nuestra existencia: pasaron como sonámbulos sobre la tierra maldita.

***

La Alucinada

La selva había crecido sobre las ruinas de una ciudad innominada. Por entre la maleza asomaba, a cada paso, el vestigio de una civilización asombrosa.
Labradores y pescadores vivían de la tierra aguanosa, aprovechando los aparejos primitivos de su oficio.
Más de una sociedad adelantada había sucumbido, de modo imprevisto, en el paraje malsano.
Conocí, por una virgen demente, el suceso más extraño. Lloraba a ratos, cuando los intervalos de razón suprimían su locura serena.
Se decía hija de los antiguos señores del lugar. Habían despedido de su mansión fastuosa una vieja barbuda, repugnante.
Aquella repulsa motivó sucesivas calamidades, venganza de la harpía. Circunvino a la hija unigénita, casi infantil, y la persuadió a lanzar, con sus manos puras, yerbas cenicientas en el mar canoro.
Desde entonces juegan en silencio sus olas descolmadas. La prosperidad de la comarca desapareció en medio de un fragor. Arbustos y herbajos nacen de los pantanos y cubren los escombros.
Pero la virgen mira, durante su delirio, una floresta mágica, envuelta en una luz azul y temblorosa, originada de una apertura del cielo. Oye el gorjeo insistente de un pájaro invisible, y celebra las piruetas de los duendes alados.
La infeliz sonríe en medio de su desgracia, y se aleja de mí, diciendo entre dientes una canción desvariada.

***

El Solterón

El tiempo es un invierno que apaga la ambición con la lenta, fatal caída de sus nieves. Pasa con ningún ruido y con mortal efecto: la tez amanece un día inesperado marchita, los cabellos sin lustre y escasos, fácil presa a la canicie, menguado el esplendor de los ojos, sellada de preocupaciones la frente, el semblante amargo, el corazón muerto. Sobre el mundo en la hora de nuestra vejez llora la amarilla luz del sol, y no asiste a dulces cuitas de amor la romántica luna. Blancos, fríos rayos de acero envía desde la altura melancólica. Pasó la juventud favorecida por el astro benéfico en las noches de ronda donjuanesca.
Desde hoy preside el desfile de los recuerdos en las noches en que despiertan pensamientos como ruidos en una selva honda.
Ha pasado el momento de unirse en amorosa simpatía; hace ya tiempo que con la primera cana se despidió para siempre el amor, espantado del egoísmo y la avaricia que en los corazones viejos hacen su morada. Ahora comienza la misantropía, el odio de lo bello y de lo alegre, el remordimiento por los años perdidos, la queja por el aislamiento irremediable, la desconfianza de sobrar en la familia que otro ha fundado. Trabaja, pena la imaginación del soltero ya viejo, daría tesoros por el retorno del pasado, no muy remoto, en que pudo prepararse para la vejez voluptuoso nido en regazo de mujer.
La alegría ruidosa de los niños canta en nuestro espíritu. Castigo inevitable sigue a quien la desecha para sus años postreros, y es más feliz que todos los mortales quien participa con interés de padre en ese inocente regocijo, y se evita en la tarde de la vida la pesarosa calma que aflige al egoísta en su desesperante soledad. A éste, desligado de la vida, desinteresado de la humanidad, estorboso en el mundo, lo espera con sus fauces oscuras la tumba. Fastidiado debe ansiar la muerte, ya que su lecho frío semeja ataúd rígido.
Cuando descansa en la noche con la nostalgia de amorosa compañía, no le intimida el pensamiento de la tierra sobre su cadáver. El horror del sepulcro es ya menos grave que el hastío de la vida lenta y sin objeto. No le importa el olvido que sigue a la muerte, porque sobreviviendo a sus amigos, está sin morir desamparado. Quisiera apresurar sus días y desaparecer por miedo al recuerdo de la vida pasada sin nobleza, como un río en medio a estériles riberas. Huye también de recordar antiguas alegrías, refinadamente crueles, que engañaron al más sabio de los hombres, convenciéndolo de la vanidad de todo. Así concluye pensando el que de sus goces recogió espinas, y vivió inútil. Aún más desolada convicción cabe a quien ni procreando se unió en simpático lazo con la humanidad. . . Ahora olvidado, triste, duro a todo afecto el corazón, si derramara lágrimas, serían lavas ardientes, venidas de muy hondo.

***

La Tribulación Del Novicio

Bebedizos malignos, filtros mágicos, ardientes misturas de cantárida no hubieran enardecido mi sangre ni espoleado mi natural lujuria de igual modo que esta mi castidad incompatible con mi juventud. Vivo sintiendo el contacto de carnes redondas y desnudas; manos ligeras y sedosas se posan sobre mis cabellos, y brazos lánguidos y voluptuosos descansan sobre mis hombros. A cada paso siento sobre mi frente los pequeños estallidos de los besos. Una mujer con palabras acariciantes se inclina hasta tocar con la suya mi mejilla.
Su voz insinúa dentro de mí el deseo como una sierpe de fuego. Todo mi ser está embargado de fiebre y lo inquieta un loco deseo de transmitirse encendiendo nuevas vidas. Barbas selváticas, cuernos torcidos, cascos, todos los arreos del sátiro podrían ser míos. Demasiado tarde he venido al mundo; mi puesto se halla en el escondrijo sombrío de un bosque, desde el cual satisficiera mi arrebato espiando la belleza femenina, antes de hacerla gemir de dolor y de gozo.
Por desgracia otra es mi situación y muy duro mi destino; me viste un grueso sayal más triste que un sudario; vivo en una celda, y no en medio de árboles frondosos en un campo libre. Suspiro por un raudal modesto bajo la sombra de ramajes enlazados y cuya superficie temblorosa señalara el vuelo de las auras. Diera la vida por ver en la atmósfera matinal y serena un instantáneo vuelo de palomas, como una guirnalda deshecha. Y en una diáfana mañana, cuando recobran juventud hasta las ruinas, desechar la última sombra del sueño, turbando con mi cuerpo el éxtasis del agua, enamorada de los cielos.
Huida la noche, volviera yo a la vida, cuando el concierto de los pájaros comienza a llenar el vasto silencio, despertara con más lujo que un déspota oriental, segador de hombres. Bajo la luz paternal del sol sintiera el júbilo de la tierra y contemplara el mar, después de haber jadeado escalando un monte. Sufro por mi estado religioso mayor esclavitud que un presidiario; con mortificaciones y encierros pago el delito de esta rebosante juventud; aislado, herido por desolación profunda, resguardo mis sentidos, y niego satisfacción a mis deseos y hospitalidad a la alegría. El mar palpitante, el viento incansable, el pensamiento volador exasperan el enojo de mi cautiverio, recrudecen la tiranía de mi condición, agravan los grillos que me aherrojan. Debo recatarme de participar en la alegría de la tierra amorosa y robusta; vestir perpetuo traje de oscuridad, cuando a todas partes la luz, rauda viajera, lleva su aleluya; reemplazar con rigurosa seriedad la grave sonrisa que conviene al espectador de la tragicomedia del mundo.
Sabiendo que el organismo cede con la satisfacción, he de resistirle aunque reproduzca sus deseos con más furia que la hidra sus cabezas, y merezca por insistente y por traidor su personificación en Satán torvo y enrojecido. No se calma este ardor con claustro inaccesible ni con desierto desolado. Con esa abstinencia, la locura me haría compañero de santos desequilibrados y extáticos. Ni la penumbra de los templos abrigados me auxilia, porque es tibia como un regazo y favorable al amor como un escondite. La oración tampoco es defensa porque su lenguaje es el mismo que para cautivarse emplean los hijos y las hijas de los hombres. Ni es para alejar del siglo la belleza que resplandece en las efigies: algunas me recuerdan las mujeres que hubiera podido amar, tienen los mismos ojos hermosos y tranquilos, la misma cabellera destrenzada sobre las espaldas y los hombros, y sobre los mismos pies menudos y curiosos debajo del vestido descansa la estatua soberbia del cuerpo. No es bastante el único refugio que alcanzo a los pies del hijo de Dios extenuado y sangriento. Más me apacigua comunicándome su dolor la madre Virgen a los pies del grueso madero.
Llora, mientras vencida bajo su calcañar, según la lección bíblica, se tuerce la serpiente perezosa y elástica. Pierden su brutalidad los groseros anhelos, si atiendo a esos ojos lacrimantes, azules de un azul doliente, como el cielo de un país de exilio. Sería distinto, si fueran sus ojos negros, como aquellos otros de brasa infernal, que me han envenenado con su lumbre.

***

Duelo De Arrabal

En la pobre vivienda de suelo desnudo, alumbrada con una lámpara mezquina, las mujeres se congregaron a llorar. Fuertes o extenuados alternativamente, no cesaban los trémulos sollozos, palabras ahogadas y confusas escapaban de los pechos sacudidos, gestos de dolor suplicaban a los cielos mudos. En torno de un pequeño ataúd crecía el clamor y llegaba al delirio; contenía el cuerpo de un niño arrebatado por la muerte a la vida de arrabal. Hacia un rincón estaban reunidos en haz los juguetes recién abandonados, junto a los pobres útiles de industrias femeninas, y, en irónica ofrenda a los pies del Crucifijo, las medicinas sobre la mesa descubierta. Nobles sacrificios fracasaron en resguardo de su vida: el consumo del ahorro miserable, los días de zozobra, las noches de vigilia. Aquel día, cuando la oscuridad prosperaba hasta en el ocaso tinto de sangrante sol, vino la muerte al amparo de las sombras leves y benignas, con fría palidez sellando su victoria.
Vino a aquella mansión, como a otras muchas; un mal tremendo, como aquel que de orden divina diezma los primogénitos de Egipto, apenas dejó casa pobre sin luto. Por su influjo tuvieron de cuna el seno de la tierra innumerables niños, despedidos por coros gemebundos, lamentados con llanto breve y clamoroso, el llanto de quienes en la-vida-sin-paz tienen peor enemigo que la muerte.
Siguiendo el general destino de los tristes que, con la urgente pobreza, desconocen el deleite del recuerdo lloroso, los dolientes de la pobre vivienda, alumbrada con una lámpara mezquina, también se lamentaron con desesperanza pasajera. Las voces roncas gimieron hasta la partida del pequeño cadáver; pero el olvido, ante el esperado afán del día siguiente, hizo invasión con el sosiego de la primera noche augusta y encendida.



domingo, agosto 16, 2015

José Antonio Ramos Sucre, 1/5

José Antonio Ramos Sucre
(Cumaná, Venezuela, 9 de junio de 1890 - Ginebra, Suiza, 13 de junio de 1930)
Poeta, educador y diplomático venezolano.

El 13 de junio de 1930 durante un viaje diplomático en la ciudad de Ginebra, se suicida al tomar una sobredosis de veronal. Tras un largo tiempo de padecer insomnio, su intención fue producir su muerte el día que cumplía los 40 años de edad, el 9 de junio, pero su deceso se produjo 4 días después.
En una de sus últimas cartas, al referirse a sus dolencias, había escrito: «solamente el miedo al suicidio me permite sufrir con toda paciencia». Por esas mismas cartas, sin embargo, sabemos que otro miedo se sobrepuso a aquél: el de perder sus facultades mentales. Su decisión final, pues, no fue, como ligeramente se ha dicho, «un acto de extremo repudio a la vida»; habría que verla más bien como la opción de la lucidez. ¿No era lo que ya estaba inscrito, además, en varios pasajes de su obra? Una de sus múltiples personas poéticas, que había aprendido en Lucrecio el trato con la naturaleza imparcial, lo previó así. «Yo había concebido -dice- la resolución de salir voluntariamente de la vida al notar los síntomas del tedio, las trabas y cadenas de la vejez». Otra, en un sueño que es como la experiencia de la post-vida, sabe intuir la llegada de la muerte «a la hora misma designada en el presagio». ‘El Desesperado’ de uno de sus poemas, luego de un fallido intento de suicidio, llega a decir: «He sentido el estupor y la felicidad de la muerte». Ya sea por distintos motivos, son innumerables los personajes de Ramos Sucre en los que aparece la clarividencia o la vocación tanáticas (en la mitología griega, Tánato o Tánatos era la personificación de la muerte sin violencia), aun a veces en un sentido sacrificial.

La Verdad

La golondrina conoce el calendario, divide el año por el consejo de una sabiduría innata. Puede prescindir del aviso de la luna variable.
Según la ciencia natural, la belleza de la golondrina es el ordenamiento de su organismo para el vuelo, una proporción entre el medio y el fin, entre el método y el resultado, una idea socrática.
La golondrina salva continentes en un día de viaje y ha conocido desde antaño la media del orbe terrestre, anticipándose a los dragones infalibles del mito.
Un astrónomo desvariado cavilaba en su isla de pinos y roquedos, presente de un rey, sobre los anillos de Saturno y otras maravillas del espacio y sobre el espíritu elemental del fuego, el fósforo inquieto. Un prejuicio teológico le había inspirado el pensamiento del situar en el ruedo del sol el destierro de las almas condenadas.
Recuperó el sentimiento humano de la realidad en medio de una primavera tibia. Las golondrinas habituadas a rodear los monumentos de un reino difunto, erigidos conforme una aritmética primordial, subieron hasta el clima riguroso y dijeron al oído del sabio la solución del enigma del universo

***

La Ciudad

Yo vivía en una ciudad infeliz, dividida por un río tardo, encaminado al ocaso. Sus riberas, de árboles inmutables, vedaban la luz de un cielo dificultoso.
Esperaba el fenecimiento del día ambiguo, interrumpido por los aguavientos. Salía de mi casa desviada en demanda de la tarde y sus vislumbres.
El sol declinante pintaba la ciudad de las ruinas ultrajadas. Las aves pasaban a reposar más adelante. Yo sentía las trabas y los cerrojos de una vida impedida.
El fantasma de una mujer, imagen de la amargura, me seguía con sus pasos infalibles de sonámbula.
El mar sobresaltaba mi recogimiento, socavando la tierra en el secreto de la noche. La brisa desordenaba los médanos, cegando los arbustos de un litoral bajo, terminados en una flor extenuada.
La ciudad, agobiada por el tiempo y acogida a un recodo del continente, guardaba costumbres seculares. Contaba aguadores y mendigos, versados en proverbios y consejas.
El más avisado de todos instaba mi atención refiriendo la semejanza de un apólogo hindú. Consiguió acelerar el curso de mi pensamiento, volviéndome en mi acuerdo.
El aura pre matinal refrescaba esforzadamente mi cabeza calenturienta, desterrando las volaterías de un sueño confuso.

***

Preludio

Yo quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras.
Entonces me habrán abandonado los recuerdos: ahora huyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas y son lobos aullantes en la noche que cubre el desierto de nieve.
El movimiento, signo molesto de la realidad, respeta mi fantástico asilo; mas yo lo habré escalado de brazo con la muerte. Ella es una blanca Beatriz, y, de pies sobre el creciente de la luna, visitará la mar de mis dolores. Bajo su hechizo reposaré eternamente y no lamentaré más la ofendida belleza ni el imposible amor.

***

Carnaval

Una mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible obsede mi pensamiento. Un pintor septentrional la habría situado en el curso de una escena familiar, para distraerse de su genio melancólico, asediado por figuras macabras.
Yo había llegado a la sala de la fiesta en compañía de amigos turbulentos, resueltos a desvanecer la sombra de mi tedio. Veníamos de un lance, donde ellos habían arriesgado la vida por mi causa.
Los enemigos travestidos nos rodearon súbitamente, después de cortarnos las avenidas. Admiramos el asalto bravo y obstinado, el puño firme de los espadachines. Multiplicaban, sin decir palabra, sus golpes mortales, evitando declararse por la voz. Se alejaron, rotos y mohínos, dejando el reguero de su sangre en la nieve del suelo.
Mis amigos, seducidos por el bullicio de la fiesta, me dejaron acostado sobre un diván. Pretendieron alentar mis fuerzas por medio de una poción estimulante. Ingerí una bebida malsana, un licor salobre y de verdes reflejos, el sedimento mismo de un mar gemebundo, frecuentado por los albatros.
Ellos se perdieron en el giro del baile.
Yo divisaba la misma figura de este momento. Sufría la pesadumbre del artista septentrional y notaba la presencia de la mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible en una tregua de la danza de los muertos.

***

A Un Despojo Del Vicio

Pábulo hasta entonces de la brutalidad, ignorante de la misericordia y del afecto, caíste en mis brazos amorosos tú, que habías caído y eras casta, reducida por la adversidad a lastimosa condición de ave cansada, de cordero querelloso y herido. Interrumpida por quejas fue la historia de tu vida, toda dolor o afrenta. Expósita sacrificada a algún apellido insigne, fuiste recogida por quien explotó más tarde tu belleza. Ahora pensabas que tu muerte sería pública, como tu aparición en el mundo; que algún día vendría ella a libertarte de tus enemigos, la miseria, el dolor y el vicio; que la crónica de los periódicos, registrando el suceso, no diría tu nombre de emperatriz o de heroína, sustituyéndolo por el apodo infamante.
Agobiaba tu frente con estigma oprobioso la injusticia; doblegaba tus hombros el peso de una cruz. Cerca de mí, dolorosa y extenuada, hablabas con los ojos bajos que, muy rara vez levantados, dejaban descubrir, vergonzosos, ilusión de paraísos perdidos de amor.
Tanto como por esos pensamientos, se elevaba tu queja por la belleza marchita casi al comienzo de la juventud, por la mustia energía de los músculos en los brazos anémicos, por los hombros y espaldas descarnados, propicios a la tisis, por la fealdad que acompañaba tu flaqueza. . . Era la tuya una queja intensa, como si estuviera aumentada por la de antepasados virtuosos que lamentaran tu ignominia. Era la primera vez que no la sofocabas en silencio, como hasta entonces, a los cielos demasiado lejanos, a los hombres demasiado indiferentes.
Y prometías recordar y bendecirme a mí, a aquel hombre, decías, el único que te había compadecido, sin cuya caridad te habrías encontrado más aislada, que tenía los brazos abiertos a todas las desventuras, pues fijo como a una cruz estaba por los dolores propios y ajenos. Por no afligirte más, te dejé ignorar que yo, soñador de una imposible justicia, iba también quejumbroso y aislado por la vida, y que, más infeliz que tú, sin aquel afecto que moriría pronto contigo, estaría solo.

***

El Familiar
(fragmento)

Los campesinos se retraían de señalar el curso del tiempo. Empezaban, con el día, las faenas de la tierra y se juntaban y citaban prendiendo una hoguera en el campo raso. Yo distinguía desde mi balcón, retiro para el soliloquio y el devaneo, la humareda veleidosa nacida sobre la raya del horizonte.
Disfrutaba, después de mi juventud intemperante, el sosiego de una ciudad extinta. El arco iris, joya de la celeste fragua, era diadema perpetua de su monte.
Yo recorría sus avenidas, percibiendo el desconsuelo del ciprés y del mármol. Cavilaba en sus plazas opacas y húmedas, esteradas de hojas. Adivinaba, en el espejo de sus estanques y de sus fuentes, cabelleras profusas velando desnudos cuerpos fluidos.
Yo defendía el reposo del agua. La oí cantar, en cierta ocasión, una escala de lamentos al sentirse herida por la rama desprendida de un árbol.
[…]

***

Cansancio

Gratitud más que amor siento por esa adolescente que cada tarde, a mi paso por delante de su ventana, recompensa con una sonrisa mi trabajo agobiador del día entero. Su inocencia no se ha espantado de mi tristeza que trasciende y contagia; para calmar mi desesperación, ella responde a mi galantería con un tímido silencio, mientras me envuelve en la más persistente de sus miradas dormidas, atenuando mi propio dolor y el que acabo de recoger a mi paso por los barrios de la miseria y del vicio.
Imposible el amor cuando el porvenir ha caído al suelo, y la enfermedad de vivir arrecia como una lluvia helada y triste. Gratitud nada más para la adolescente que me protege contra la desgracia por todo el resto del día, siguiéndome con la vista hasta que desaparezco entre los transeúntes de la calle interminable. Gratitud también para la naturaleza que a esta hora del año se viste de funerales atavíos, haciéndome comprender que no estoy solo, que cuanto vive sufre, y todo vive.
Sólo ella aparece eludiendo la fatalidad del dolor; sobre su juventud se prolonga la inconsciente ventura de la infancia; ninguna pena ha paralizado la alegre locura de su risa, que es la de sus primeros años, a pesar de que ninguna frescura es tan deleznable en manos del tiempo como la de esa manifestación del regocijo. Se diría que la naturaleza no resiste a su gracia y se deja vencer; cuando la luz solar proclama su victoria, triunfa en sus ojos la noche, más luminosa cuanto más espesa, como algunos mares tropicales más fosforescentes cuanto más oscuros.
Con su tranquila alegría no se aviene la aflicción que traza surcos en mi frente y doblega mi vida. Envenenaría su inocencia si la iniciara en el afán de la batalla sin reposo, si en cambio de su misericordia la hiciera comprender cómo asfixia la angustia por la ambición asesinada. No he de ayudar en contra de su bienestar a la desgracia oculta de cada momento que se acerca como una ola hinchando el seno rugidor. Es cruel adelantarla en pocos días a los desengaños que no aplazan su venida y a los torvos pensamientos que ciñen las frentes mustias en fúnebre ronda.
Con misericordia correspondo a la suya, si de su quietud me alejo con el estéril miedo de la vida, huyendo de la sonrisa que enlaza. Ni vale más el amor que este suave recuerdo que conservaré de su aparición en momentos de mi más rudo vivir. Hundiéndose en el tiempo, su figura despierta afectos tranquilos, cual convienen a espíritus cansados; y ya al mío sólo alcanza fuerza para esa melancólica simpatía con que el viajero en reposo contempla la palmera lejana, encendida en el último adiós del sol, única compañera sobre la vasta soledad.

***

Elogio De La Soledad
(fragmento)

Prebenda del cobarde y del indiferente reputan algunos la soledad, oponiéndose al criterio de los santos que renegaron del mundo y que en ella tuvieron escala de perfección y puerto de ventura. En la disputa acreditan superior sabiduría los autores de la opinión ascética. Siempre será necesario que los cultores de la belleza y del bien, los consagrados por la desdicha se acojan al mudo asilo de la soledad, único refugio acaso de los que parecen de otra época, desconcertados con el progreso. Demasiado altos para el egoísmo, no le obedecen muchos que se apartan de sus semejantes. Opuesta causa favorece a menudo tal resolución, porque así la invocaba un hombre en su descargo:
La indiferencia no mancilla mi vida solitaria; los dolores pasados y presentes me conmueven; me he sentido prisionero en las ergástulas; he vacilado con los ilotas ebrios para inspirar amor a la templanza; me sonrojo de afrentosas esclavitudes; me lastima la melancolía invencible de las razas vencidas. Los hombres cautivos de la barbarie musulmana, los judíos perseguidos en Rusia, los miserables hacinados en la noche como muertos en la ciudad del Támesis, son mis hermanos y los amo. Tomo el periódico, no como el rentista para tener noticias de su fortuna, sino para tener noticias de mi familia, que es toda la humanidad. No rehúyo mi deber de centinela de cuanto es débil y es bello, retirándome a la celda del estudio; yo soy el amigo de los paladines que buscaron vanamente la muerte en el riesgo de la última batalla larga y desgraciada, y es mi recuerdo desamparado ciprés sobre la fosa de los héroes anónimos. No me avergüenzo de homenajes caballerescos ni de galanterías anticuadas, ni me abstengo de recoger en el lodo del vicio la desprendida perla de rocío. Evito los abismos paralelos de la carne y de la muerte, recreándome con el afecto puro de la gloria; de noche en sueños oigo sus promesas y estoy, por milagro de ese amor, tan libre de lazos terrenales como aquel místico al saberse amado por la madre de Jesús.
[…]
Así defendía la soledad uno, cuyo afligido espíritu era tan sensible, que podía servirle de imagen un lago acorde hasta con la más tenue aura, y en cuyo seno se prolongaran todos los ruidos, hasta sonar recónditos.

***

En La Muerte De Un Héroe
(fragmento)

Hasta en la opinión de graves y aprobados autores eclesiásticos la guerra es plantel de virtudes y gimnasio de caracteres. Descubre y remunera el valor, que es un caso de la abnegación, que es un despecho de los hombres altos, inconformes con la realidad menguada. Generoso y original es el valiente; de allí su prisa en amparar y hospedar los ideales desairados.
Del soñador es la sed del martirio, la curiosidad por la aventura, la exposición de la vida antes de la utilitaria vejez. El valor es en su alma, desterrada y superior, un artístico anhelo de morir.
Temprana melancolía, fiebre dolorosa y oculta es de ordinario esa virtud radical del soldado. Huye por tanto de la frecuente exhibición, del alarde brutal y plebeyo, acompasándose con la disciplina y con la espera de lucidos lances. El valeroso es tranquilamente enérgico.
[…]
El valor es una de las tantas dotes hermosas y funestas. Lleva al sacrificio y a la muerte, apareja el desastroso escarmiento. Se perpetúa y repite por el ejemplo más que por la herencia insegura, ya que el valeroso está predestinado a perecer sin hijos, en verde juventud.
Resentimiento y protesta del idealista, gravedad amarga, señoril entono, atrevimiento sereno, prenda infausta, era a un tiempo mismo el valor completo […]. Se enfrentaba al enemigo en armas, a la naturaleza desatada, a la calamidad de la suerte. Debía su ánimo al ejemplo, porque nació en donde vegeta la energía varonil. Lo debía igualmente al linaje; […].



domingo, agosto 09, 2015

Ángel Ganivet

Ángel Ganivet

Ángel Ganivet García 
(Granada, 13 de diciembre de 1865 - Riga (Letonia),  29 de noviembre de 1898), 
escritor y diplomático español.

La cosmovisión ganivetiana es radicalmente espiritual. La misma espiritualidad subyace en su visión de España. Alma irónica, rechaza la violencia como instrumento emancipatorio y siente una actitud de respeto hacia las clases humildes; de ahí que afirme que "Las inteligencias más humildes comprenden las ideas más elevadas". Sin embargo, el espiritualismo de Ganivet no significa la creencia en Dios, tanto así que en su Epistolario con Francisco Navarro Ledesma habla de la religión como un comodín que se toma y se deja, se declara no católico y predice pronto la extinción total de la fe cristiana. Su espiritualismo es más bien la "religión de las ideas". Ganivet es un convencido de que quien cambia a las ideas cambia al hombre. Lo importante para él es el espíritu, vivir para el pensamiento y educar a los demás. En suma, se trata de un espiritualismo antropocéntrico, su fe está en el hombre. Ganivet se ha desprendido del cristianismo pero no de la moral. Pero predica un cambio axiológico: su moral no es burguesa (matrimonio, familia, riqueza, orden) sino es la moral de los ideales, de los valores, de la voluntad. Ha llegado a un concepto tan puro de las cosas que ninguna realidad le satisface (religión, patria, hombre, amor y amistad). Este espiritualista amputado de Dios, creyente en un espíritu que no encuentra donde alojar, odia la materia, el cuerpo y el mundo. Su nihilismo lo consume en cuerpo y alma. Inconsolable se entrega al suicidio. Vivió como pensó, en unidad de vida y obra. Fruto de una crisis espiritual, sin su mujer, solo, tras las pérdidas de las últimas colonias de España y entristecido por la grave situación de su nación, cae en una profunda depresión que lo llevará a suicidarse tirándose al Río Dvina de Riga desde un barco (tras haber sido salvado en una primera intentona).

Aun, si me fueras fiel...

Aun, si me fueras fiel,
me quedas tú en el mundo, sombra amada.
Muere el amor, mas queda su perfume.
Voló el amor mentido,
más tú me lo recuerdas sin cesar...
La veo día y noche.
En mi espíritu alumbra
el encanto inefable
de su mirada de secretos llena.
Arde en mis secos labios
el beso de unos labios que me inflaman,
que me toca invisible,
y cerca de mi cuerpo hay otro cuerpo.
mis manos, amoroso,
extiendo para asirla
y matarla de amor entre mis brazos,
y el cuerpo veloz huye,
¡Y sólo te hallo a ti, mujer de aire!

*** 

Vivir

Lleva el placer al dolor
y el dolor lleva al placer;
¡vivir no es más que correr
eternamente alrededor
de la esfinge del amor!

Esfinge de forma rara
que no deja ver la cara...;
mas yo la he visto en secreto,
y es la esfinge un esqueleto
y el amor en muerte para.

domingo, agosto 02, 2015

Compilación Varios Autores, ♀

La Codependencia
(varias fuentes)

Cuando una pareja comienza su historia de amor, el deseo y la voluntad para prosperar y propiciar el desarrollo del otro, son muy fuertes.   Sin embargo, con el tiempo, muchas de ellas terminan no solamente separadas, sino sumamente resentidas. Cuando han procreado hijos, éstos se convierten en peones que son  utilizados para denigrar y humillar al otro. Así pues, la pareja modelo que había comenzado su historia como un cuento de hadas, termina muy a menudo en una amarga pesadilla.

La codependencia es una condición psicológica en la cual alguien manifiesta una excesiva, y a menudo inapropiada, preocupación por las dificultades de alguien más o por un grupo de personas.

Las relaciones codependientes (apego afectivo) son relaciones adictivas que se alejan mucho del amor. La persona dependiente se diluye en la otra perdiendo de vista sus ideas, valores, proyectos, y, en definitiva, su individualidad.

La codependencia es definida como la sujeción absoluta de una persona a otra. Es la entrega del aspecto personal de nuestras vidas para que otra persona la administre sin límites de ninguna clase. Es el entregar todo a la pareja sin esperar nada a cambio. Es doblegar nuestros principios, valores y gustos con tal de que la otra persona sea feliz. Es permanecer atada a una relación caótica, violenta y sin un futuro digno.

El codependiente suele olvidarse de sí mismo para centrarse en los problemas del otro (su pareja, un familiar, un amigo, etc.), es por eso que es muy común que se relacione con gente "problemática", justamente para poder rescatarla y crear de este modo un lazo que los una. Así es como el codependiente, al preocuparse por el otro, olvida sus propias necesidades y cuando la otra persona no responde como el codependiente espera, éste se frustra y se deprime. Con su constante ayuda, el codependiente busca generar, en el otro, la necesidad de su presencia, y al sentirse necesitado cree que de este modo nunca lo van a abandonar. Esta condición es grave ya que al no sentirse correspondido puede hacerse daño a si mismo e incluso a la otra persona.

Las personas codependientes tienen dificultad para pedir; les resulta muy difícil pedir lo que necesitan y más bien están  atentos siempre a las necesidades y demandas que le hacen los otros que están a su alrededor, pues se siente responsable de su seguridad, su salud y bienestar, en fin todo lo que pueda hacer feliz al otro.

La expresión sintomática del codependiente se caracteriza por la necesidad de tener el control sobre el otro, por una baja autoestima, por un autoconcepto negativo, por la dificultad para poner límites, por la represión de sus emociones, por hacer propios los problemas del otro, por la negación del problema, por ideas obsesivas y conductas compulsivas, por el miedo a ser abandonado, a la soledad o al rechazo, por su extremismo (o son hiperresponsables o demasiado irresponsables). Además se siente víctima porque sacrifica su propia felicidad, tiene dificultad para la diversión y se juzga sin misericordia.

Como señala Charles Whitfield (24) " ...cuando nos concentramos demasiado fuera de nosotros mismos, perdemos contacto con aquello que está dentro de nosotros: nuestras creencias, pensamientos, sentimientos, decisiones, elecciones, experiencias, deseos, necesidades, sensaciones, intuiciones, experiencias inconscientes, y aún aquellos indicadores del funcionamiento de nuestro cuerpo, como el ritmo cardíaco y respiratorio. Estos y otros elementos son parte del exquisito sistema de retroalimentación que podemos llamar nuestra vida interna. Nuestra vida interna es la parte más importante de nuestra conciencia. Y nuestra consciencia es quien somos nosotros, nuestro verdadero yo.

Algunas características de la Codependencia:

  • El concepto que tienes de ti misma depende de lo que él piense de ti.
  • El sentirte bien o mal depende del grado de aprobación que obtengas de tu pareja.
  • Los problemas de él  te afectan a ti en gran modo.
  • Tu enfoque está centralizado en resolver los problemas de tu pareja, más que en resolver los tuyos.
  • Tu meta en todo momento es complacer a tu pareja.
  • Tu enfoque mental es protegerlo en todos los aspectos de su vida.
  • No te importa que tu autoestima sufra con tal de evitarle a tu pareja un sufrimiento.
  • Tus pasatiempos y diversiones los pones a un lado con tal de verlo a él feliz disfrutando de lo que le gusta.
  • Su comportamiento en eventos sociales afecta directamente tu autoestima, te sientes orgullosa o avergonzada.
  • No estás consciente de lo que quieres o de lo que sientes, sin embargo, estás muy consciente de lo que tu pareja quiere o siente.
  • Tus metas y planes para el futuro al igual que tus sueños están ligados directamente a los de tu pareja.
  • Tu círculo de amistades encierra únicamente las personas que tu pareja acepta como tus amigos.
  • El darte por completo a la relación con él, te hace sentirte muy segura en tu vida sentimental.
  • Tu mayor preocupación es decir algo que pueda disgustar a tu pareja.
  • Pones tus creencias religiosas y tus valores morales a un lado para conectarte sentimentalmente a tu compañero.
  • Te importa su opinión en todos los aspectos y te da temor expresar la tuya por temor a disgustarlo.
  • La calidad de vida que tienes está basada en la calidad de vida que tu pareja tiene.
  • Sacrificas tus propios gustos como las películas que te gustan, tu comida favorita y reuniones sociales con tal que puedas complacer los gustos de él.

El Abusador

  • ¿Insiste en mantener el control de tu vida, tus pensamientos y comportamiento?
  • ¿Consigue someter con sus amenazas de violencia física o psicológica (insultándote, humillándote, desvalorizando tus sentimientos y opiniones o incluso dejándote de hablar por periodos prolongados?
  • ¿Cambia imprevistamente de seductor a déspota?
  • ¿Hace comentarios despectivos sobre ti en particular y sobre otras personas en general?
  • ¿Te castiga dejando de darte amor, dinero, aprobación?
  • ¿Es celoso y posesivo?
  • ¿Insiste en que para satisfacerlo, renuncies a actividades valiosas o importantes para ti?
  • ¿Te obliga a participar en actos sexuales que te son desagradables o dolorosos?
  • ¿Tiene aventuras extramatrimoniales?
  • ¿Te humilla en presencia de otro?
  • ¿Es encantador en público, pero te regaña cuando están solos?
  • ¿Actúa como competidor de tus hijos o de otras personas importantes en tu vida?
  • ¿Proyecta sobre ti la culpa de todos sus conflictos?

Ubícate:
No Es Amor Cuando...

  • ...estar enamorada significa sufrir.
  • ...disculpamos su mal humor, su mal carácter, su indiferencia o sus desaires como problemas debidos a una niñez infeliz y tratamos de convertirnos en su psicoterapeuta.
  • ...no nos gustan muchas de sus conductas, valores y características básicas, pero las soportamos con la idea de que, si tan sólo fuéramos lo suficientemente atractivas y cariñosas, él querría cambiar por nosotras.
  • ...nuestra relación perjudica nuestro bienestar emocional e incluso, nuestra salud e integridad física.

Los codependientes tienen una muy alta tolerancia al dolor y generalmente se siente atraídos por personas con problemas, ya que de manera inconsciente, encuentran terreno fértil para cumplir la misión de “solucionarles la vida a los demás”, incluso sin que nadie se lo pida.

Por la baja autoestima entraremos en relaciones de manera desesperada y a conformarnos con “migajas” de cariño y atención, e incluso vamos a permitir y hasta justificar el maltrato.

Es muy común que en una relación, el codependiente no pueda o le sea muy difícil poner límites y sencillamente todo lo perdone, a pesar de que la otra persona llegue a herirlo de manera deliberada, esto es simplemente porque el codependiente confunde la "obsesión" y "adicción" que siente por el otro con un inmenso amor que todo lo puede. Por ende, el codependiente es incapaz de alejarse por sí mismo de una relación enfermiza, por más insana que ésta sea, y es muy común que lleguen a pensar que más allá de esa persona se acaba el mundo, hasta que reconocen su condición psicológica y el codependiente decide hacer algo para cambiar la manera en que vive y así, terminar con la codependencia o no volver a generar su codependencia en otras personas o en futuras relaciones.

La codependencia consiste en estar total o casi totalmente centrados en una persona, un lugar o en algo fuera de nosotros mismos. La codependencia se caracteriza por una negación inconsciente de nuestras emociones. La negación es una respuesta humana natural a situaciones a las que no podemos hacer frente o que no podemos permitirnos sentir. Generalmente se origina en la niñez (pero puede aparecer a cualquier edad), dentro de un ambiente familiar (o grupal) no sano. Es nuestra forma de protegernos. Es un proceso inconsciente necesario para la supervivencia en determinadas circunstancias.

Puedes reconocer la codependencia si tienes una gran necesidad de ser aceptada más de lo común, presentas una sensación de pérdida de identidad, a veces la persona no sabe quién es o qué quiere o qué objetivos busca en la vida; si llegas a sentir una especie de parálisis sentimental por miedo a herir a los demás; si tienes reacciones desmedidas que desconciertan y confunden a los demás; si padeces de incapacidad de disfrutar por estar demasiado comprometida con los demás; si presentas constante preocupación exagerada por los demás de hacerse daño; si tienes incapacidad de permitir que los demás vivan las consecuencias de sus actos; en realidad estas son solo algunas y puedes presentar una o varias de estas conductas de manera notoria o si notas que tu pareja presenta esto, podrás saber que hay problemas de codependencia.

Un codependiente debe superar esta enfermedad psicológica para poder ser libre de elegir con quien relacionarse y, más aún, poner límites.

Tales conductas, (las de concentrarse en una persona o lugar fuera de nosotros) que bien pueden aminorar el conflicto y facilitar las tensiones dentro de la familia (o grupo) en el corto plazo, son contraproducentes a largo plazo, dado que, en este caso, el codependiente está realmente apoyando (“facilitando”) el comportamiento adictivo de la persona de la cual es codependiente (p. ej. esposo abusador).

La codependencia también puede ser un conjunto de conductas de inadaptación, compulsión, aprendidas por los miembros de una familia (o grupo) a fin de sobrevivir en un ambiente que experimenta una gran tensión y pena emocional causada, por ejemplo, por una pérdida sensible, violencia intrafamiliar, adicciones u otra forma de neurosis de un miembro de la familia, abuso sexual o una enfermedad crónica de un familiar, o fuerzas externas a la familia, como la pobreza. También existen cuadros de codependencia en situaciones no extremas.

Algunos síntomas de la codependencia son: conducta controladora, desconfianza, perfeccionismo, evitar hablar de los sentimientos, problemas de intimidad, comportamiento protector, hipervigilancia o malestar físico debido a stress. A menudo la codependencia va acompañada por depresión, ya que el codependiente sucumbe ante sentimientos de frustración o tristeza extrema por su incapacidad de realizar cambios en la vida de la otra persona (o personas) y puede llegar también a producir ataques de pánico en quienes lo padecen.

Estas conductas son un signo mucho más claro, por ejemplo si la buena voluntad de ayudar nos vuelve obsesivos; si la compasión nos pone en el lugar de rescatar y tomar la responsabilidad del otro; si lo que hacemos por la otra persona nunca es suficiente y nos exigimos darle más; si no podemos dejar que el otro sea como es e insistimos en que debe de cambiar; si creemos que los otros no son capaces de cuidarse y lograr sus cosas por sí mismos; si somos capaces de postergar las metas y rutinas personales para acomodarnos a las demandas de los demás; si nos sacrificamos hasta que duela y terminamos siendo o pareciendo víctimas del otro; si hemos perdido el interés de vivir nuestra propia vida; si padecemos síntomas como gastritis, diarrea crónica, depresión dolores de espalda y cabeza, en general que ya no se logra tener un equilibrio de buena salud; si sentimos miedo al abandono; si no podemos poner límites; si nos cuesta manejar la ira, tanto la propia porque no la podemos parar o por el temor exagerado por la ira de los demás; si vivimos sacrificándonos por otros y ellos no dan lo que merecemos, necesitamos o esperamos.

Una de las mayores justificantes para ocultar de codependencia es cuando una persona vive el amor, ya que se nos ha inculcado que en el amor se da todo, que debes vivir para tu pareja, que debes cumplir hasta su último capricho, etc., y con la justificante del amor, hay personas que van por la vida diciendo que aman demasiado a su pareja, que por amor hacen todo por los suyos, que el amor es la razón de su ser, solo que el problema es cuando la persona vive su vida a través de la vida de los demás y con el escudo del amor, se engaña a sí misma creyendo que por amor va a vivir la vida de los demás, sin darse cuenta que es un acto de invasión, intromisión y limita la libertad de los demás y a la larga siempre terminan mal ese tipo de relaciones, ya que sus necesidades van más allá de lo que corresponde al verdadero amor.

Así es como nos enredamos en los problemas de los otros, y vamos dejando a un lado nuestras cosas, por buscar entre las cosas de los otros. En esta situación se permiten abusos, maltratos y dolor, tanto físico, pero sobre todo psicológico y emocional y siempre hay la tendencia a pensar que no es suficiente lo que hacemos por los demás, como si esa fuera una misión que se nos encomendó.

El apego, a diferencia del amor, se define como la inclinación, dependencia, afición o adicción hacia algo o alguien. Por ello, el apego (que forma relaciones codependientes) es una causa de sufrimiento porque esclaviza a las personas impidiéndoles ver la realidad; desde ese punto de vista, no hay apegos grandes o pequeños ya que todos son igualmente negativos. El apego es un sentimiento de pertenencia, posesividad, miedo e interés. Es el amor enfermo hacia la otra persona la que provoca la pérdida del norte de la propia vida a causa de estar pendiente del otro. Cuando sentimos apego respiramos el mismo aire de esa persona, queremos controlar lo que hace, dice y piensa, casi quisiéramos meternos en su propia piel para entender todo sobre la otra persona. Así, nos convertimos en un apéndice de la otra persona, perdiendo nuestra propia valía e independencia personal.

Los codependientes son “adictos afectivos, los cuales dependen de otros para vivir, buscan gratificación en los otros como los adictos a la droga”. Son individuos que sienten un gran temor al abandono, necesitan aferrarse a otros incluso cuando la compañía les cause dolor. Por otro lado, el compañero del codependiente, estimula y propicia las conductas adictivas porque las necesita para afirmarse a él mismo.

Hace muchos años, un amigo a cuya esposa le decíamos doña Robustiana (personaje radial en la vieja Managua de los años 60 y 70 que maltrataba verbal y físicamente al esposo llamado don Cándido),  porque no lo respetaba, lo avergonzaba frente a los demás, etc…, cuando llegó al punto de inflexión de aceptar que la esposa era el principal factor de infelicidad en su vida, y que debía decidir si continuar en esa vida de sufrimiento, de frustración, de depresión, u optar por una vida mejor, dejándola si era necesario. El pensamiento que le atormentaba era: “Si la dejo se va a enfermar y hasta se puede morir”. Pasó a la etapa de introspección, repasó la película de su vida de matrimonio, hizo un balance cuyos resultados fueron negativos para él y finalmente optó por el camino de la separación. Hoy, después de un poco más de 30 años,  ambos reconstruyeron sus vidas, formaron un nuevo hogar y tienen una vida diferente.

¿Cuándo Salir De Una Relación?:

De acuerdo a especialistas en el tema, existen 3 razones para dejar una relación:


  • Cuando no te quieren. Tu pareja puede decir quererte, pero si en las acciones no lo muestra, sinceramente no te ama.
  • Cuando no te permiten seguir desarrollándote. Cuando tu pareja se convierte en un obstáculo para ti. Sean sus celos, su indiferencia,  su sarcasmo o bien su violencia, lo cierto es que no te permite crecer.
  • Cuando tu pareja pisotea tus derechos humanos. En este punto se trata de la dominación, la humillación, las amenazas, el terror, el chantaje y los golpes que en ciertas ocasiones tu pareja utiliza para que no salgas, o para que las cosas sigan igual.

Los individuos que sufren codependencia pueden buscar asistencia a través de varias terapias verbales, sin embargo pueden abandonarla cuando en el proceso descubren que los puede llevar a "dejar" al otro.

La codependencia resulta de eventos vividos, quizá dolorosos, que marcan la ruta de las personas atrapadas en dichos comportamientos. Es decir, estas son conductas aprendidas, por lo tanto, se puede afirmar que así como se aprenden de igual manera se pueden desaprender. Y el proceso de liberación se inicia a partir de que se toma conciencia que muchas cosas que te hubiera gustado realizar no las has llevado a cabo por privilegiar las necesidades, los gustos  y  hasta caprichos de otras personas.

La introspección es una especie de viaje interno que realizamos para tomar conciencia de la situación que hemos vivido y/o estamos viviendo. Cuando nos examinamos y establecemos lo que pensamos y sentimos, ello nos permite encausar los acontecimientos hacia una resolución favorable.

La introspección debiera ser una práctica más o menos habitual, ello nos proporciona la posibilidad de vernos en el espejo del alma, que nos devuelve una imagen tal cual somos: sin máscaras. No es sencillo pero debemos hacerlo sabiendo que no somos perfectos y que estamos dispuestos a enmendar errores del pasado, a renovar creencias y orientarnos hacia nuevos retos, a ser libres de codependencia y optar por una calidad de vida adecuada.

Como seres humanos que somos, es importante entender que las relaciones sanas son relaciones en las que la persona asume la responsabilidad de su propia vida y de sus acciones y acepta que en la relación se van a experimentar momentos felices pero a la vez sufrimiento, y que la felicidad no está en el otro, sino que depende de cada uno de nosotros, en definitiva, son relaciones en las cuales no hay temor sino libertad e independencia.

Debemos recordar que el deseo mueve al mundo y la dependencia lo frena. El objetivo no es reprimir las ganas naturales que surgen del amor, sino fortalecer la capacidad de desprenderse cuando haya que hacerlo. El “sentimiento de amor” es una variable importante al tener una pareja, pero no es la única. Una buena relación de pareja también debe fundamentarse en el respeto, la comunicación sincera, el deseo, los gustos, los principios y valores, el humor, la sensibilidad y la amistad, entre otras.

El buscarse a uno mismo, el quererse y el aceptarse son las bases para establecer relaciones sanas y realistas con los demás. El poder de una pareja, aunque suene a tópico, no lo tiene el que tenga más dinero, ni el más fuerte, ni el más inteligente, sino el que necesita menos al otro. Lo importante de una relación de pareja no es quién lleva las riendas sino cómo se llevan.

Recordemos que el ser independiente no implica desamor. Cuando alguien es independiente lo que está cultivando es un amor razonable, un amor pensado, un amor inteligente.

Cuando el amor no produce paz sino angustia o culpa, está contaminado de codependencia. Ese tipo de amor es patológico, lo que se puede considerar un amor enfermo, ya que es muy destructivo, pues al no producir paz interior ni crecimiento espiritual nos lleva a la infelicidad.

Por eso hay que tener cuidado, el amor no duele, el amor no es una lucha, el amor no es una constante batalla, el amor no es culpa, el amor no es rencor, el amor no es desvelo, el amor no es llanto, el amor no es desconfianza, el amor no es pelea, etc.

Si Ud. está aprisionada por la codependencia, pídale a Dios que le respalde, y actúe para liberarse de esas cadenas.