domingo, mayo 10, 2015

Cada 10 de Mayo,

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Héctor Guillermo Villalobos 

Romance para una Madre Campesina

¡Eduvigis, Gumersinda, Críspula o como te llames,
mujer del nombre infeliz que te puso el almanaque;
india color de la tierra que se ha chupado tu sangre,
siempre callada y humilde, concubina, bestia, madre,
tres veces te nombro santa y al comenzar a cantarte
barro el polvo que tú pisas con la pluma del romance!

Como esta tierra infinita que apenas muda el paisaje,
en sierra, en costa y el llano, eres una en todas partes
-que si acaso cambia el nombre, la vida no hay quien la cambie-
y así te reconocemos, te llamen como te llamen,
por tus muchachitos sucios, tu fogón que siempre arde
y esos ojos de agua turbia apagados y distantes,
que, como tanto esperaron.... hoy ya no esperan a nadie....

La gracia de otras mujeres nunca rió en tu semblante,
ni siquiera cuando el hombre te trajo al rancho una tarde
entre caricias violentas y varoniles alardes.

Bajo su mano callosa quieta y muda te quedaste,
como un animal sumiso que tiene al amo delante
Y así has vivido en silencio, pequeña sombra incansable,
entre gritos y trabajos, sierva de machos brutales,
con tu rosario de hijos, con tu cruz de enfermedades,
en la noria del trajín que a tu muerte ha de pararse.

¡Flor de anónimo heroísmo, concubina injerta en madre
con el pecho acribillado, por más agudos puñales
que espinas tiene el cardo en la supliciada carne!

¡Todo el dolor de esta tierra, en el corazón te cabe,
porque es dolor maternal, dulce, atroz pena entrañable
y eres tú como la tierra, cuando sufres, cuando pares,
cuando te inmolas sin quejas, por dar a todos tu sangre
en la cruz del diario afán, que clavan manos culpables!

Eduvigis, Gumersinda, Críspula o como te llames,
hembra menuda y sombría de mis anchas soledades,
perdida en el triste olvido, de algún rancho miserable;
la de las manos nudosas, la de los pechos exangües,
la de los diez muchachitos, desnudos y muertos de hambre,
hasta tu cocina humosa, tengo que ir a buscarte
para decirte a ti sola, con clara voz de romance:
cuando tu vida sin premio, calladamente se apague
y tu hombre con dos peones, al cementerio distante
se lleven en una hamaca, tu magra y sufrida carne,
y el mayor de los muchachos, vaya detrás sollozante....
entonces - ¡Quizá entonces!- felicidad inefable,
con una luz de otro mundo, te florecerá el semblante,
porque verás unos hijos, alegres y saludables
labrando su propia tierra, la que abonaron sus padres
con sudor de brazo esclavo, con angustias y con sangre.

Porque verás unos ranchos, con jardincillos delante
que dirán como es de buena, la vida que adentro hacen,
y habrá paz sobre los campos y alegría en los hogares
limpios en donde los niños, serán niños que en las tardes
volverán de sus escuelas, cantando cantos rurales
y que tendrán sus juguetes, como los de las ciudades.

Y habrá familias felices en torno a mesa abundante,
donde el humo de la sopa, ascenderá en espirales,
como en el cromo hogareño, de un viejo pintor de Flandes.

¡Y ésa será tu cosecha, sembradora, mártir, madre,
que te entregaste a tu gente, con fe que no tuvo nadie,
que te fundiste en el surco, de tu vida incomparable,
como la mejor semilla, que en el conuco enterraste,
para que espigas de dicha, reventaran en el aire!

Edivigis, Gumersinda, Críspula o como te llames
-que si acaso cambia el nombre, la vida no hay quien la cambie-
mujer que andas a esta hora, librando el mejor combate
al lado de tu hombre rudo, junto a los hijos con hambre,
yo te saludo en el símbolo, el más puro y perdurable,
de Venezuela en el día, de su más glorioso trance.

Tú redimirás la tierra, con valor y fe indomables
y estarás en la cosecha y en el pan que el hombre parte
con mano que lo ha sembrado, con rostro apacible y grave.

¡Y una oración inaudita, será tu nombre de "madre"
en las bocas de esos hijos, que ya nunca tendrán hambre!

*****


Madre de 60 años, cargando a su hijo con parálisis cerebral

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Raúl Gilberto Tróchez

Mi Madre Campesina

Mi madre campesina soñaba en el maíz
que va cayendo al surco cuando el invierno llega;
cuando, amorosamente, la linfa que lo riega,
vuelve a la fronda verde y al pájaro feliz.

Mi madre campesina, ¡Cómo aprendió a querer!
con gratas sinfonías de prestos aguaceros;
con pecho atormentado de alondras y jilgueros
que desgranaban trinos en cada amanecer.

Mi madre campesina tenía la dulzura
del fruto que se pinta del sol canicular;
del monte a las estrellas, no conocía el mar,
pero Ella era otro mar de amor y de ternura.

El agua de la fuente copió su imagen bella;
—su agilidad de garza con traje dominguero—;
allí se vieron juntos la estrella y el lucero
con el afán celeste de competir con ella.

Crujió la grama verde bajo su pie desnudo
que iba tomando el rosa de la distante aurora;
así, despreocupada, alegre y soñadora,
la halló el amor primero con su lenguaje mudo.

Mi madre proletaria, no tiene aquel tesoro
que trajo de la aldea, y hoy, vive del recuerdo,
con la única tristeza, de un hijo que no es cuerdo
porque hace madrigales bajo las tardes de oro….

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Matilde Real de González

Madre Campesina

La he visto amanecer en los manglares
en busca de las conchas enlutadas;
también por las sabanas calcinadas
segando arroz, con golpes regulares.

La vi encorvarse bajo las brazadas
de leña seca, allende los palmares;
la vi trazar los signos seculares
con manos fuertes, por el sol doradas.

La vi peinar la negra cabellera
del hijo triste que el destino afina
para el rudo camino que le espera.

Duro es el pan donde el dolor domina:
tan sólo es fresco y claro en la pradera
el amor de la madre campesina...

*****

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Ysabel Carrión

Madre Campesina

Bajo el sol quemando el hombro, 
manos ásperas y duras que por el trabajo
envejecieron y perdieron su lisura

Sus cabellos resecos, 
los labios, agrietados por el mar
¡Qué impotencia siente al no poder hablar!

Caminos largos debes andar, 
porque ni una mula tienes para montar 

Lágrimas brotan de tu ser, 
al no poseer la fortuna que otros puedan tener.

Has perdido la risa y la felicidad 
y, sin embargo, mantienes tu dignidad

Madre humilde, madre mía,
Madre campesina, madre bella, 
es grandioso para mí mostrarte
todas las estrellas.

El tenerte es lo más precioso.
Se contrastan en cielos y mares 
tus muchos afectos y afanes. 

Ser tu hija es una gran virtud 
y lo llevaré, por siempre, a plenitud.


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