martes, septiembre 23, 2014

Julio Zaldumbide Gangotena, I

Julio Zaldumbide Gangotena


Nació en Quito el 5 de junio de 1833. Hijo legítimo de Felipa de Gangotena y Tinajero y de Ignacio Zaldumbide Izquierdo, miembro de la Sociedad del Quiteño Libre en 1833, combatió a lado del general José María Sáenz y fue asesinado a lanzadas después el combate de Pesillo, cuando estaba rendido. “Su nombre constituye baluarte de civismo y signo de la saña del elemento militar extranjero adueñado del país” quiteños. Ha sido un poeta romántico apesar de publicar solo dos folletos, uno político, sobre García Moreno y otro dedicado "A María". Dejó, sin embargo, una serie de poesías dispersas en periódicos y publicaciones menores. La obra de Zaldumbide es melancólica y revela un amoroso apego a la naturaleza y al paisaje.


«Me basta sentir como poeta; 
el ser tenido como tal me importa poco»

A la soledad del campo

A ti me acojo, soledad querida,
en busca de la paz que mi alma anhela
en su ya inquieta y procelosa vida;
mi nave combatida
por la borrasca de la mar del mundo,
esquiva ya su viento furibundo,
y en busca de otro viento sosegado
dirige a ti su desgarrada vela,
¡oh!, puerto deseado
en que la brisa de bonanza vuela.

Tú levantas el ánimo caído,
bálsamo das al pecho lacerado,
das nueva vida al corazón helado,
y aliento nuevo a su vigor perdido.
El alma que perdió su lozanía
y fuerza soberana,
junto con su ilusión y su alegría,
allá en la estéril sociedad humana,
en tu repuesto asilo,
en tu seno tranquilo
feliz respira al fin; sus ya enervadas
alas despliega, y remontando el vuelo,
halla para espaciarse un vasto cielo,
y recobrada la calor perdida,
con vida nueva torna a amar la vida;
así el ave, encerrada
dentro la estrecha jaula, se entristece,
pierde luego el vigor desalentada,
y en su prisión doliente desfallece;
pero si encuentra acaso la salida
que en su afán vigilante vio cerrada,
dejando libre paso a la partida,
rauda se lanza a la región del viento,
y el orgulloso vuelo desplegando
se espacia por el ancho firmamento.

Heme ya libre del tropel humano,
y contigo, ¡oh Natura, a solas heme,
y con tus montes y extendido llano!
Heme lejos, en fin, del aire impuro
que respiran las míseras ciudades,
sin oír el de dolor vago lamento
que en su recinto oscuro
se escucha sin cesar: ¡Héme aspirando
bajo tu abierto cielo inmensurable,
con placer inefable,
el aire libre, embalsamado y puro;
y en vez de humanas voces, escuchando
el apacible acento,
la melodiosa voz del vago viento!

En tu augusto retiro,
¡oh soledad!, los hombres olvidemos,
la vista separemos
del teatro infeliz de los mortales.
Caos de confusiones,
angustioso espectáculo de males,
furioso mar que ruge alborotado,
do silba el huracán de las pasiones,
do se oye el alarido desgarrado,
y el eternal suspiro
que elevan a la par los corazones.

Demos todo al olvido:
los hombres y su mundo corrompido.
Deja a mi corazón, antes opreso
por insufribles penas,
respirar libre de su enorme peso;
deja que mi alma rompa las cadenas
con que la ató el dolor, y alzando el vuelo
se espacie alegre por tu inmenso cielo;
y deja, en fin, que tienda la mirada,
tanto tiempo a un mezquino y nebuloso
espacio reducida,
por la verde campiña dilatada,
por tus claros y abiertos horizontes
y el rudo aspecto de sus grandes montes.

Bajo tu amparo, en tu sereno asilo,
¡oh soledad!, yo viviré tranquilo;
yo olvidaré la angustia de la vida,
no sentiré su peso,
vagando en tu pradera florecida,
y por el fresco laberinto errando
de tu amena floresta y bosque espeso,
yo desoiré la voz de mis dolores
por la canción del aura entre tus flores,
y el murmurar de la apacible fuente,
que baña tus jardines, resbalando
entre lirios y rosas mansamente.
Y en tu retiro y deleitable calma
iranse poco a poco disipando
algunas sombras de mi triste frente,
y el padecer del alma.

¡Oh! vosotros que dais, árboles bellos,
sombra a la tierra, al aire galanura;
aves alegres que moráis en ellos
y con canciones adormís las horas;
volubles vientos que mecéis festivos
las copas cimbradores;
diáfanas fuentes que esparcís frescura
al prado, al aire, a la arboleda oscura;
arroyos fugitivos
que corréis por hallar muelle reposo
dentro del huerto umbroso,
y entre las flores plácido remanso...
¡Árboles, aves, vientos, aguas puras,
llegó por fin el día,
que tanto ansié, de haceros compañía!
Vengo en vosotras a buscar descanso,
vengo a olvidar mis crueles amarguras;
de hoy más, junto a vosotros,
vuestra vida será también la mía.

Cuando el alba las puertas del Oriente,
coronada de aureolas de oro,
abra al rey del espacio refulgente,
uniré la voz mía
al de las aves armonioso coro,
por saludar al sol del nuevo día;
y cuando éste, inclinado al Occidente,
recoja su llameante vestidura
en los tendidos cielos esparcida,
yo y la bella natura,
que queda lamentando su partida,
nuestro adiós le daremos de amargura.

Y así en este continuo y dulce giro
de días y de noches,
con la naturaleza
en grata comunión, huirá la vida
entre contento y paz; ya no el suspiro
se oirá en mis labios, ni en mi frente erguida
las sombras se verán de la tristeza...
¡Oh! ¡Diérame la suerte
aquí vivir, ajeno de pesares,
y aquí esperar la muerte,
arrullando con plácidos cantares
el sueño arrebatado de las horas,
pues que son, como un sueño, voladoras!

***

A mi corazón

¡Corazón! ¡Corazón! ¿Por qué suspiras?
¿Por qué los muros de tu cárcel bates?
Es imposible, corazón.... ¡Deliras!
Infeliz corazón, en vano lates!

Siempre contuve tu ímpetu violento
desde que pude conocer el mundo;
siempre fui sordo a tu amoroso acento,
sin tener compasión de tu ¡ay! profundo.

¿Sabes por qué? Tras vanas ilusiones
(ilusiones no más, bien lo sabía)
quisiste ir como otros corazones
a buscar, necio... ¿qué?, lo que no había.

A buscar el amor... amor no se halla;
a buscar la virtud... la virtud, menos;
por eso yo te opuse firme valla,
y no tuviste días de horror llenos.

Conozco el mundo y sé la red que tiende:
su mano oculta enherbolada vira
a cuya punta el corazón aprende
lo que va del amor a la mentira...

Y tú querías con ardor vehemente
lanzarte al mundo, ciego en el engaño;
ibas a perecer, pobre inocente,
al filo de su arma, el desengaño...

¡No, jamás corazón! Cese tu acento;
calma tu afán, desecha la esperanza;
ese bien que demanda tu lamento
es un bien que en el mundo no se alcanza.

¡La virtud! ¡La virtud!... es vano nombre;
sonar la oirás en nuestra impura boca,
pero en verdad no la conoce el hombre
ni responde a su voz cuando la invoca.

¡El amor! ¡El amor! Dulce consuelo,
supremo goce de la humana vida,
única flor que aromatiza el suelo,
felicidad del cielo descendida...

Mas, otra vez, oh corazón, suspiras
y el fuerte muro de tu cárcel bates.
¡Es imposible, corazón!... ¡Deliras!
¡Infeliz corazón, en vano lates!

***

A mis lágrimas

Corred, lágrimas tristes,
que es dulce al alma mía
sentiros a raudales
del corazón manar;
corred, que los suspiros
que exhalo en todo el día
las ansias de mi pecho
no bastan a calmar.

Triste, férvido llanto,
tus gotas de amargura
mitigan celestiales
la sed del corazón;
y sólo tú suavizas
mi horrenda desventura,
y sólo tú consuelas
mi lúgubre aflicción.

Que cuando de la cima
de dulce venturanza
desciende el alma al golpe
del dardo del pesar,
si entonces con la dicha
perdemos la esperanza,
nos queda sólo el triste
consuelo de llorar.

Y así la flor marchita
revive del consuelo
con lágrimas regadas
por lóbrego dolor,
como al nocturno llanto
de tenebroso cielo
cobran las flores secas
su aroma y su color.

Corred, lágrimas mías,
consuelo a mis dolores;
en férvidos raudales
del corazón manad;
y así, de mis ensueños
revivan ¡ay! las flores
que ha marchitado el rayo
del sol de la verdad.

***

Al dolor

Hiere, hiere, ¡oh Dolor! He, aquí desnudo
mi inerme pecho: el protector escudo
que en otro tiempo rechazó tus dardos,
roto en pedazos estalló a tus golpes,
y contra ti ya nada me defiende.
¡A ti me entrego en mi fatal despecho!
Hiere, pues, rompe, hiende,
destroza sin piedad mi inerme pecho.
Pero sabe, oh Dolor, que, aunque rendido,
a ti me doy perdida la esperanza;
no me verás doblar la erguida frente
y el rudo bote de tu ardiente lanza
del corazón herido
no arrancará ni queja ni gemido
ni de su llanto hará correr la fuente.
Y acaso el solo ruego
que escuchen de mis labios tus oídos,
será que de tu brazo formidable
en mí descargues tan tremendo y fuerte
que con sólo ese golpe me des muerte,
dando fin a esta vida miserable.

***

Al sueño

En otro tiempo huías
de mis llorosos ojos, sueño blando,
y tus alas sombrías
lejos de mí batías,
el vuelo en otros lechos reposando.

A aquel lecho volabas
en que guardan la paz las mudas horas,
y el mío abandonabas,
porque en él encontrabas
en vigilia a las penas veladoras.

Donde quiera que miras
lecho revuelto en ansias de beleño,
en torno dél no giras;
antes bien te retiras,
pues de las penas te amedrenta el ceño.

Y así huyes la morada
soberbia de los reyes opresores,
y envuelto en la callada
sombra, con planta alada
a la chozuela vas de los pastores.

Del infeliz te alejas;
con su dolor en lucha tormentosa
solitario le dejas;
no atiendes a las quejas,
y sólo atiendes a la voz dichosa.

Enemigo implacable,
de cruel dolor y criminal conciencia,
de voz inexorable,
y compañero amable,
y amigo de la paz y la inocencia...

Si en otro tiempo huías
de mis cansados ojos, sueño blando,
y las alas sombrías
lejos de mí batías,
el vuelo en otros lechos reposando.

Hora al mío te llegas
solícito, sin fuerza y sin ruïdo;
ya a mis ojos no niegas
tu beleño, y entregas
mis sentidos a un breve y dulce olvido.

Las que no se apartaban
penas insomnes de mi lado, oh sueño;
las que siempre velaban,
esas que te ahuyentaban
con su torvo, severo y triste ceño,

volaron ya; despierta
miras en su lugar la paz ansiada;
libre quedó mi puerta,
y ya no ves cubierta
de espinas dolorosas mi almohada.

Mi conciencia no grita
para asustar tu asustadizo vuelo,
ni la ambición me irrita,
ni mi pecho palpita
en pos de alguna vanidad del suelo.

Desde este mi sereno
retiro escucho el rebullir del mundo
a su tumulto ajeno,
como si oyese el trueno
que retumba en remoto mar profundo.

Y digo: ya agitaron
las ondas de esa mar mi barco incierto;
los vientos le asaltaron,
sus velas se rasgaron;
mas, llegó salvó a este abrigado puerto.

***

El amor en la adolescencia

¿Quién eres tú, oh muda compañera
de mi tristeza solitaria? Di,
¿quién eres tú que fuese a donde quiera
siempre a mi lado cándida te vi?

¿Por qué al mirarte el alma estremecida
siento, y el pecho palpitar de amor?
¿Por qué me ves como a piedad movida?...
¿Qué a ti mi soledad y mi dolor?

¿Qué lazo te une a mí? ¿Qué malhadada
suerte te pudo a un infeliz ligar?
¿Eres visión, verdad, sombra de nada,
o de mi vida el genio tutelar?

Acaso vienes tú del alto cielo,
y no sé yo tu celestial misión...
¿A qué viniste? ¿Traes el consuelo
a mi desconsolado corazón?

Mis infantiles goces y recreos
no conocieron tu amorosa faz.
¿Creáronte por dicha los deseos
cuyo vago anhelar siento voraz?

Yo no sé, dulce sombra, desde cuándo,
no sé dónde, visión, te uniste a mí;
conmigo estás desde que estoy penando;
junto con el dolor te conocí.

Te veo en el silencio, en los festines;
te encuentro allí donde mi planta va,
en el bosque, en el valle, en los jardines;
en ésta, en otra parte, aquí y allá.

Ninfa en el bosque, en los jardines Flora,
grave genio en la agreste soledad;
en los campos con sayo de pastora,
con rico velo y manto en la ciudad.

Dulces tus ojos son y pensativos
cual los ojos del ángel del amor;
y vas flechando en mí sus atractivos
con muda magia y silencioso ardor.

Tienes la faz de cándido querube,
misteriosa mujer, sombra ideal;
vaporoso es tu traje cual la nube,
y liviano tu talle y virginal.

Con la aurora apareces en oriente,
y envuelta en su rosado velo vas;
y aunque te vayas con el sol poniente,
conmigo en la callada noche estás.

Oigo tu voz en la aura pasajera,
del arboleda en el fugaz rumor,
cual la voz del deleite lisonjera,
tierna como el suspiro del amor...

Perfecta es tu beldad: pero ¿quién eres?,
no comprendo el arcano de tu ser.
¿Has venido del cielo?... ¿Qué me quieres?
Tu nombre y tu misión hazme saber.

-«¿No revelan mi nombre a tus oídos
»el río, la pradera
»los céfiros floridos,
»el cielo, el sol, Naturaleza entera?

»El amor es mi nombre:
»nazco de la esperanza y el deseo
»en el pecho del hombre,
»y soy primero un vago devaneo;

»Después soy el placer que en dulce fuego
»el universo inunda,
»y soy el dolor luego
»que le sumerge en lobreguez profunda».