http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=dieguez-olaverri-juan
http://www.prensalibre.com/cultura/JUAN-DIEGUEZ-OLAVERRI_0_442155857.html
Poeta, abogado y político guatemalteco, nacido en la Ciudad de Guatemala el 26 de noviembre de 1813 y fallecido en su lugar de origen el 28 de junio de 1866. Su breve pero significativa producción poética constituye un magnífico ejemplo de la evolución de la poesía centroamericana durante la primera mitad del siglo XIX, desde los modelos neoclásicos heredados de la centuria anterior a las nuevas propuestas del Romanticismo.
Vino al mundo en el seno de una familia ilustre e influyente, fundada por el abogado y literato don José Domingo Diéguez -que, en calidad de Secretario de la Diputación Provincial, había estampado su firma en uno de los documentos oficiales más valiosos de su nación: el Acta de Independencia del Reino de Guatemala (1821)-, y su esposa doña María Josefa de Olaverri y Lara -perteneciente a una de las familias de mayor alcurnia de la región.
Sus padres le brindaron desde que era un niño una excelente educación, iniciada en el Colegio Seminario -la institución docente más prestigiosa de la capital guatemalteca-, proseguida en la Universidad de San Carlos y concluida en la Academia de Estudios, donde, en 1836, obtuvo el título que le acreditaba como Licenciado en Leyes. Comenzó, a partir de entonces, a ejercer la abogacía, actividad que compaginó con su constante presencia en los principales foros de la política nacional.
Hombre de ideas liberales, se sumó con entusiasmo a las reformas introducidas por el doctor Mariano Gálvez -que ocupó la Jefatura del Estado guatemalteco entre 1831 y 1838-, al que estaba vinculado por una remota relación de parentesco. Nombrado juez de primera instancia en el departamento de Sacatepéquez, ejerció allí su cargo hasta que, en 1844, fue destinado a un puesto idéntico en la capital del país.
La llegada al poder del conservador Rafael Carrera provocó que Juan Diéguez Olaverri y otros políticos e intelectuales liberales saltasen a la palestra de la vida pública para mostrar su firme oposición a la dictadura establecida por dicho gobernante. En 1846, el poeta, su hermano menor Manuel y otros jóvenes opositores al régimen de Carrera fueron detenidos bajo la acusación de haber participado en una conjura destinada a dar muerte al dictador y provocar así un cambio de gobierno. Juan Diéguez Olaverri fue condenado a muerte, pero, una vez en presidio, se le instó a que firmase una confesión en la que declaraba ser cierta dicha conspiración; a cambio de esta forzada declaración de culpabilidad, las autoridades le ofrecían conmutar la pena capital que le había sido impuesta por un destierro.
Diéguez Olaverri confesó su participación en la supuesta conjura y abandonó su país rumbo a México. Se estableció, aquel mismo año de 1846, en la ciudad de Chiapas, donde contrajo nupcias con doña Dominga Armendáriz. Finalmente, tras varios años en México se le permitió regresar a Guatemala, donde, además de volver a ejercer la judicatura, desempeñó también labores docentes.
Autor de una producción literaria relativamente breve, no llegó a dar a la imprenta, en vida, ningún volumen de versos. Sus composiciones quedaron dispersas por diferentes periódicos y revistas de su entorno (fundamentalmente, El Mundo Guatemalteco, donde aparecieron muchas de ellas), hasta que, transcurridos ya casi treinta años desde la fecha de su desaparición, el doctor Jorge Arriola decidió recopilarlas y publicarlas bajo el título de "Poesías de Juan Diéguez Olaverri" (Guatemala: Tipografía Nacional, 1893). En este valioso volumen pueden hallarse algunos de los poemas que dieron gran celebridad, en su época, al escritor guatemalteco, como los titulados "A los Cuchumatanes" -tal vez su composición más conocida-, "La garza", "A mi gallo", "A las tardes de abril", "A la memoria del retratista Don Francisco Cabrera", "Treinta y nueve años", "A mi Hermano Manuel", "A mi Hija María, muerta al nacer", "Oda a la Independencia", "La lucernita y el sapo", "El verano de Guatemala", "Chinautla" y, entre otros, "El Cuento de Juanita".
En total, la obra literaria de Juan Diéguez Olaverri consta de cincuenta y cuatro poemas originales; dos composiciones escritas a imitación de sendas poesías de José Batres Montufar y Víctor Hugo; y cuatro traducciones de textos poéticos de los franceses André Hénier y Jean de La Fontaine y del autor latino Ausonio. En su conjunto, estos poemas configuran una interesante trayectoria literaria desde la exaltación de los valores civiles y patrióticos heredada del neoclasicismo dieciochesco, hasta el sentimentalismo romántico propio de los gustos de su tiempo (sentimentalismo en el que también hay lugar para el encendido testimonio de amor a la Patria, como queda patente al comienzo de su famoso poema "A los Cuchumatanes": "¡Oh cielo de mi Patria! / ¡Oh caros horizontes! / ¡Oh azules, altos montes; / oídme desde allí! / ¡La alma mía os saluda, / cumbres de la alta Sierra, / murallas de esta tierra / donde la luz yo vi!").
La garza
(Fragmento)
¡Oh tú de la onda inmaculado lirio,
melancólica reina del estanque,
tan silenciosa, tan inmoble, y límpida,
cual si te hubiesen cincelado en jaspe!
El destino a tus playas solitarias
condújome tal vez porque te cante,
y mustio como tú, cual tu infelice,
yo de cantarte he mísero vate:
Ora te mire en la serena orilla,
de mansedumbre y de dolor imagen
plegado al pecho el serpentino cuello
y el pico entre los límpidos cristales:
Ora remando en acompasado vuelo,
cual blanca navecilla de los aires,
al céfiro agitando con tus alas,
como a la onda los remos de la nave:
Ora en las ramas del ciprés oscuro,
a la Hada entre las sombras semejante,
vengas a oír en soledad sombría
los últimos murmullos de la tarde.
Sí: yo te canto límpida garzota
espléndida azucena de las aves,
más bella que la espuma del torrente,
que del peñasco borbollando cae;
rival de la paloma sin mancilla,
más pura que la nieve deslumbrante,
émula silenciosa de los cisnes;
¡Salve garza gentil, mil veces salve!
Avara y caprichosa la Armonía
te cerró tus nectáreos manantiales,
que sacian a sus tiernos ruiseñores
y cisnes canos de argentinas fauces;
mas te infundió Naturaleza artista
en tu propia mudez bello lenguaje;
de dolor te formó viviente estatua,
como a esculpirla no alcanzara el arte;
el dolor te inspiró más dulce y manso
su elegíaca expresión tan penetrante,
tu actitud modeló melancolía,
inocencia te dio tu albo ropaje.
¿Qué haces allí, oh nítida azucena,
como sembrada en la anchurosa margen?
¿Nuevo narciso en el cristal contemplas,
por ventura, el albor de tu plumaje?
¿O en dolorosa soledad el duelo
haces tal vez de tu perdido amante,
o de la tierna devorada prole
que en el robado nido ya no hallaste?
¿Comprendes tú mis vivas simpatías,
cuando enhiestas el cuello por mirarme?
¿comprendiste mis votos y mis ansias,
viéndote ayer en tan terrible trance?
Asesino traidor de sutil planta,
oculto se te acerca entre los sauces...
¡Ay de ti ...! Ya te apunta... ¡ya la muerte
miro en tu pecho cándido cebarse!
Brilla entre el humo pálida la llama,
las ondas salpicando, el plomo cae,
vuelas tú, yo respiro y el estruendo
aún se prolonga por el ancho valle.
La muerte apenas con sus alas roza
tus blancas plumas que en el aura esparce
que un breve instante en el espacio giran
y van cayendo y en el agua yacen.
oyera el cielo con piedad mis votos,
óigalos siempre así, siempre te guarde;
pero ¡ay Dios! y tu nevada pluma
enrojecida en tu inocente sangre.
Y yo, leve juguete del destino,
cual l ahoja de sañudos huracanes,
yo cuyo sueño la tormenta arrulla,
yo pobre alción en agitados mares,
yo de tu lado vagabundo huésped
he de faltar también, tal vez más antes;
la última sea acaso que mi planta
huella la florecilla de estas márgenes.
Tal vez mañana por lejanos climas
huyendo vaya de la ley del sable,
si estas montañas de la paz asilo,
también atruena la civil barbarie.
¿Y quién preguntará, lirio de la onda
dónde la suerte nos echó inconstante?
¿Qué fue de la garzota inmaculada;
qué de su errante y solitario vate
que por la orilla del risueño lago
vagaba un tiempo al declinar la tarde,
que en las someras raíces se asentaba
de este frondoso y corpulento amate;
o en lo más alto de las altas cumbres
por la ancha brecha de los montes parte,
allá en el horizonte delineados,
gustaba contemplar sus patrios Andes?
***
A los Cuchumatanes
¡Oh cielo de mi Patria!
¡Oh caros horizontes!
¡Oh azules, altos montes;
oídme desde allí!
La alma mía os saluda,
cumbres de la alta Sierra,
murallas de esa tierra
donde la luz yo vi!
Del sol desfalleciente
a la última vislumbre,
vuestra elevada cumbre
postrer asilo da:
cual débil esperanza
allí se desvanece:
ya más y más fallece,
y ya por fin se va.
En tanto que la sombra
no embargue el firmamento,
hasta el postrer momento
en vos me extasiaré;
que así como esta tarde,
de brumas despejados,
tan limpios y azulados
jamás os contemplé.
¡Cuán dulcemente triste
mi mente se extasía,
oh cara Patria mía,
en tu áspero confín!,
¡cual cruza el ancho espacio,
ay Dios que me separa
de aquella tierra cara,
de América el jardín!
En alas del deseo,
por esa lontananza,
mi corazón se lanza
hasta mi pobre hogar.
¡Oh, dulce madre mía,
con cuanto amor te estrecho
contra el doliente pecho
que destruyó el pesar!
¡Oh, vosotros que al mundo
conmigo habéis venido,
dentro del mismo nido
y por el mismo amor;
y por el mismo seno
nutridos y abrigados,
con los mismos cuidados,
arrullos y calor!
¡Amables compañeros,
a quienes la alma infancia
en su risueña estancia
jugando me enlazó
con lazo tal de flores,
que ni por ser tan bello,
quitárnosle del cuello
la suerte consiguió!
Entro en el nido amante
vuelvo al materno abrigo:
¡Oh cuánto pecho amigo
yo siento palpitar,
en medio el grupo caro,
que en tierno estrecho nudo
llorar tan sólo pudo,
llorar y más llorar.
¡Oh cielo de mi Patria!
¡Oh caros horizontes!
¡Oh ya dormidos montes
la noche ya os cubrió!:
adiós, oh mis amigos,
dormid, dormid en calma,
que las brumas en la alma,
¡ay, ay! las llevo yo.