domingo, agosto 30, 2015

José Antonio Ramos Sucre, 3/5

José Antonio Ramos Sucre
(Cumaná, Venezuela, 9 de junio de 1890 - Ginebra, Suiza, 13 de junio de 1930)
Poeta, educador y diplomático venezolano.

El 13 de junio de 1930 durante un viaje diplomático en la ciudad de Ginebra, se suicida al tomar una sobredosis de veronal. Tras un largo tiempo de padecer insomnio, su intención fue producir su muerte el día que cumplía los 40 años de edad, el 9 de junio, pero su deceso se produjo 4 días después.
En una de sus últimas cartas, al referirse a sus dolencias, había escrito: «solamente el miedo al suicidio me permite sufrir con toda paciencia». Por esas mismas cartas, sin embargo, sabemos que otro miedo se sobrepuso a aquél: el de perder sus facultades mentales. Su decisión final, pues, no fue, como ligeramente se ha dicho, «un acto de extremo repudio a la vida»; habría que verla más bien como la opción de la lucidez. ¿No era lo que ya estaba inscrito, además, en varios pasajes de su obra? Una de sus múltiples personas poéticas, que había aprendido en Lucrecio el trato con la naturaleza imparcial, lo previó así. «Yo había concebido -dice- la resolución de salir voluntariamente de la vida al notar los síntomas del tedio, las trabas y cadenas de la vejez». Otra, en un sueño que es como la experiencia de la post-vida, sabe intuir la llegada de la muerte «a la hora misma designada en el presagio». ‘El Desesperado’ de uno de sus poemas, luego de un fallido intento de suicidio, llega a decir: «He sentido el estupor y la felicidad de la muerte». Ya sea por distintos motivos, son innumerables los personajes de Ramos Sucre en los que aparece la clarividencia o la vocación tanáticas (en la mitología griega, Tánato o Tánatos era la personificación de la muerte sin violencia), aun a veces en un sentido sacrificial.

Discurso Del Contemplativo

Amo la paz y la soledad; aspiro a vivir en una casa espaciosa y antigua donde no haya otro ruido que el de una fuente, cuando yo quiera oír su chorro abundante.
Ocupará el centro del patio, en medio de árboles que, para salvar del sol y del viento el sueño de sus aguas, enlazarán las copas gemebundas. Recibiré la única visita de los pájaros que encontrarán descanso en mi refugio silencioso.
Ellos divertirán mi sosiego con el vuelo arbitrario y el canto natural; su simpleza de inocentes criaturas disipará en mi espíritu la desazón exasperante del rencor, aliviando mí frente el refrigerio del olvido.
La devoción y el estudio me ayudarán a cultivar la austeridad como un asceta, de modo que ni interés humano ni anhelo terrenal estorbará las alas de mi meditación, que en la cima solemne del éxtasis descansarán del sostenido vuelo; y desde allí divisará mi espíritu el ambiguo deslumbramiento de la verdad inalcanzable.
Las novedades y variaciones del mundo llegarán mitigadas al sitio de mi recogimiento, como si las hubiera amortecido una atmósfera pesada. No aceptaré sentimiento enfadoso ni impresión violenta: la luz llegará hasta mí después de perder su fuego en la espesa trama de los árboles; en la distancia acabará el ruido antes que invada mi apaciguado recinto; la oscuridad servirá de resguardo a mi quietud; las cortinas de la sombra circundarán el lago diáfano e imperturbable del silencio.
Yo opondré al vario curso del tiempo la serenidad de la esfinge ante el mar de las arenas africanas. No sacudirán mi equilibrio los días espléndidos de sol, que comunican su ventura de donceles rubios y festivos, ni los opacos días de lluvia que ostentan la ceniza de la penitencia. En esa disposición ecuánime esperaré el momento y afrontaré el misterio de la muerte.
Ella vendrá, en lo más callado de una noche, a sorprenderme junto a la muda fuente. Para aumentar la santidad de mi hora última, vibrará por el aire un beato rumor, como de alados serafines, y un transparente efluvio de consolación bajará del altar del encendido cielo. A mi cadáver sobrará por tardía la atención de los hombres; antes que ellos, habrán cumplido el mejor rito de mis sencillos funerales el beso virginal del aura despertada por la aurora y el revuelo de los pájaros amigos.

***

La Venganza Del Dios

E l desafuero de los habitantes afeaba la fama de aquella tierra amena, vestida de flores, rota por manantiales ariscos, amada por la nube de gasa y el sol paternal. Tenía el nombre de una piedra rara y al mar de tributario en perlas.
El Dios velaba el crimen de los hombres en el inmerecido país, y quiso el nacimiento de un mensajero de salud y concordia, lejos de ellos, en la más umbría selva. Nace una noche del seno de una flor, a la luz de un relámpago que pinta en su frente luminoso estigma. Crece al cuidado de las aves y los árboles y al apego de las fieras.
Aquellos hombres reciben la misión de virtud con atrevimientos y excesos y pagan al enviado con trance de muerte ignominiosa. El Dios los castiga engrandeciendo la riqueza de la tierra que mancillan. La nutre de tesoros fatales que son desvelo de la codicia, que dividen al pueblo en airados bandos de ricos y de pobres. Los nuevos dones infestan de odios vengativos y pueblan con huesos expiatorios.

***

Romanza

Cuando ya declina mi doliente juventud, y nace la nostalgia de sus días primeros, regresa el mismo amor que convidó sus matinales ímpetus. Vuelves a mí en un rellano de la vida, en un recodo de la tupida selva, cuando ya tu belleza vacilante es un espejo de apagada luna.
Guardas el porte airoso y la diadema triunfal de los cabellos, reliquia de alegres dones y de rubias galas; ¿por qué no tiene la tez de las hermosas la tersura del lago, que escapa al raudo tiempo?
Aquellos días de suaves horas y de azules sueños son aves fugitivas cuyo gorjeo contrista al nauta errante. Un vuelco de la suerte ha mudado en tristeza el retozo de la cálida mañana: ya la noche dirige hacia nosotros las ruedas silenciosas de su ebúrneo carro, y el sol occidental, a ras del mar, figura la cabeza del león asomada al horizonte del desierto; un enlutado cisne augura nuestra ruta, y, encontrados nuevamente al azar, somos viajeros únicos a bordo del bajel que lleva nuestro ideal difunto.

***

La Ventana

Ella está puesta a la ventana, desierta de galanes. Vestida de luto y pensativa, reclama la atención de los artistas y demanda la reverencia de los soñadores.
Ajada por el tiempo, regala y apacigua las almas afligidas.
Vuelve los ojos de la calle solitaria a la colina opuesta, por donde el día se aleja como un rey asiático sobre lerdo elefante. Observa la sombra que adelanta con el furtivo paso de la mendiga a un festín regio.
Conforma el ánimo con el apocamiento de la luz; bendice con un recuerdo la estrella más temprana; y mira que los celajes dolorosos componen una escena de holocausto, donde su esperanza, casta Ifigenia, sucumbe entre lamentos.

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A Una Desposada

Cualquier invención de mi enfermizo numen desluciría las páginas de este álbum. Las ofendería con el desentono de azarosa tela de araña en una mansión regia. Mas conviene el relato de venturosas nupcias.
Sueño que lo escuché de virgen lisonjera en una comarca del Asia inverosímil; era de noche, y estaba yo embriagado con la plácida expiración de rumores, canciones y perfumes; en que el paisaje exótico se coronaba con la luna y con el cortejo de las estrellas mayores, porque las menores no conseguían lucir en medio de la irradiación de aquellas, sus hermanas; y sueño que, sobre la tierra y delante de mis ojos, fantástica ciudad de cúpulas y torres dormía contiguo al espejo de un río fabuloso; y recuerdo que la virgen me refirió esta fábula amena: Yo conocí una princesa prometida en matrimonio al sultán de un país remoto. Veía en las bodas el comienzo de un cautiverio, porque, retirada y asustadiza, imitaba las selváticas gacelas. Buscaba mi compañía y luego la contemplación de sí misma en el espejo de una fuente ornamental. Era delgada, firme y de tupidos cabellos, que bajaban a confundirse con las aguas del ensombrado tazón de mármol. Hasta aquí vino una tarde cierto poeta errante, precursor del cortejo nupcial cada vez más vecino. Él se dijo despedido de entre los suyos para entretener a la princesa durante el viaje a la capital del esposo prometido.
Todos se reúnen y parten el día siguiente, cuando ya la princesa acepta los agasajos del poeta y lo ama sin manifestárselo. El cortejo recorre selvas y desiertos, en medio de la lluvia rumorosa y del estío lento, cuando el sol prefiere su carro de bueyes albos. El poeta ejerce, en su vez, el valor, el gracejo y la piedad. Ofende al tigre de estirpe real; burla al mono desvergonzado; acoge la mariposa blanda, de seda y lana; reverencia al asceta absorto. Se muestra cortesano amable y jinete aguerrido. Ella se acerca al término del viaje y divisa los palacios dispuestos para hospedarla, y repara que más le convendría el desierto en compañía del vate gentilísimo. Entretanto, éste ha desaparecido de su lado, y ella es introducida, con el rostro sumiso, a presencia de su ignoto dueño; pero una voz oculta y bien conocida la exhorta a la alegría. La princesa alza los ojos y observa que el cortés poeta era el esposo prometido, quien había dejado las galas de monarca para ganar afectuosamente la mano de la amada, omitiendo el prestigio de su elevado puesto.
Así me dijo la virgen lisonjera en un país distante, debajo de un árbol musical; y su relato y mi único sueño venturoso terminaron cuando la aurora llamaba, enamorada, a mi ventana.

***

La Presencia Del Naufrago

La dama singular y gentil se disponía a comunicarme esa tarde la confidencia prometida una y otra vez.
Yo le servía una silla plegadiza en un retiro de la playa aireada.
El disco del sol rodaba fugitivo hacia el límite de un mar oscuro.
El azar nos había reunido en aquel rincón del litoral italiano. Habíamos llegado por caminos opuestos a reposar la fatiga y la melancolía de largos viajes.
Ocultaba su origen bajo el sello de una reserva altiva. Era difícil acertar con su patria porque usaba atinadamente cualquier idioma culto, y porque su persona física armonizaba los rasgos y las prendas más nobles de razas esculturales.
Había nacido en alguna familia acaudalada, con raíz en naciones divergentes.
Cabellos de oro, perdición de las flechas del sol, y ojos verdes, memorias de alta mar, solemnizaban su hermosura lozana y perdurable de deidad.
Declaraba haber contentado con sencilla gratitud las finezas y los requiebros de los galantes, sin pasar a mayor afecto; y convenía en referirme ahora la razón de su aislamiento definitivo. Dejaba entrelucir el nombre de un criollo español, mi compatriota.
Iba yo el año pasado, cantaba su voz artística, en un vapor lujoso, invención de hadas, a través del océano. Viajeros de distinto origen sentían y propagaban una alegría vivaz, exaltada, y me compusieron inmediatamente una corte enfadosa.
Aquel bullicio retrocedía ante el recato inexpugnable de un agitador hispanoamericano, hombre de urbanidad sobria, idéntica. Circulaba entre comentarios y leyendas su nombre de soldado. Aquel retraimiento podía venir de una juventud infructuosa, de una vida descabalada. Su duro semblante de asceta vencía las fachas contentas y mofletudas. Vino un día de cerrazón y el vapor lujoso, herido por un témpano, bajó al abismo con sacudidas de terremoto. Yo fui salvada de morir por aquel militar hastiado, de fisonomía absorta. Me declaró su afecto y su nombre y me llevó en peso hasta un bote, donde me había cedido su puesto. Regresó al barco náufrago, donde ocupó sucesivamente los lugares libres todavía de las aguas. Poco después, el sitio mismo de la catástrofe se borraba en el mar raso. Aquel hombre invitaba con la ilusión de una vida intrépida en república desquiciada. De uniforme azul, sobre un caballo blanco, debió de regir las montoneras turbulentas, libres de escalafón, magnetizándolas con su voz marcante, de una seducción irresistible. . .
Cesó de hablar, y la más espesa noche completaba el pensamiento de la mujer desilusionada y casta. Se habían roto las compuertas de las tinieblas.

***

La Vida Del Maldito
(Fragmento)

Yo adolezco de una degeneración ilustre; amo el dolor, la belleza y la crueldad, sobre todo esta última, que sirve para destruir un mundo abandonado al mal. Imagino constantemente la sensación del padecimiento físico, de la lesión orgánica.
Conservo recuerdos pronunciados de mi infancia, rememoro la faz marchita de mis abuelos, que murieron en esta misma vivienda espaciosa, heridos por dolencias prolongadas. Reconstituyo la escena de sus exequias, que presencié asombrado e inocente.
Mi alma es desde entonces crítica y blasfema; vive en pie de guerra contra los poderes humanos y divinos, alentada por la manía de la investigación; y esta curiosidad infatigable declara el motivo de mis triunfos escolares y de mi vida atolondrada y maleante al dejar las aulas. Detesto íntimamente a mis semejantes, quienes sólo me inspiran epigramas inhumanos; y confieso que, en los días vacantes de mi juventud, mi índole destemplada y huraña me envolvía sin tregua en reyertas vehementes y despertaba las observaciones irónicas de las mujeres licenciosas que acuden a los sitios de diversión y peligro.
No me seducen los placeres mundanos y volví espontáneamente a la soledad, mucho antes del término de mi juventud, retirándome a esta mi ciudad nativa, lejana del progreso, asentada en una comarca apática y neutral. Desde entonces no he dejado esta mansión de colgaduras y de sombras. A sus espaldas fluye un delgado río de tinta, sustraído de la luz por la espesura de árboles crecidos, en pie sobre las márgenes, azotados sin descanso por un viento furioso, nacido de los montes áridos. La calle delantera, siempre desierta, suena a veces con el paso de un carro de bueyes, que reproduce la escena de una campiña etrusca.
La curiosidad me indujo a nupcias desventuradas, y me casé improvisamente con una joven caracterizada por los rasgos de mi persona física, pero mejorados por una distinción original.
[…]

***

La Penitencia Del Mago

Recibí advertimientos numerosos de origen celeste cuando empezaba a iniciarme en una ciencia irreverente. Me disuadían de seguir la demanda de verdades superiores a la fragilidad del hombre, y me amenazaban con la pérdida de la felicidad el mismo día de tenerla a mi alcance y con la prolongación expiatoria de mis días.
La meditación orgullosa había desmedrado aceleradamente mi organismo, anticipando las señales de la vejez.
Vi en la ruina de mi salud el último aviso de una potestad indignada.
Volví en mis fuerzas retirándome a la soledad de un predio, defendido por barrancos y hondones. De allí salí más tarde, en busca de impresiones nuevas, para un reino de tradiciones y de ruinas. Y, debajo de un pórtico despedazado, encontré una mujer adolescente, de ojos extasiados.
De tanto frecuentar su trato plácido, sentí el contagio de su arrobamiento, y sané de la zozobra anterior, disfrutando una promesa de bienestar.
Una tarde le referí los atentados de mi pasada curiosidad soberbia.
Mis palabras alarmaron su imaginación; ratificaron temores informes de peligros entrevistos o soñados durante su niñez retraída. Aquel sobresalto comenzó la abolición de su pensamiento y fue el estímulo de una agonía larga.
Seguí adelante al comenzar el advenimiento de las amenazas fatales. Buscaba un lugar apacible donde pagar el resto de la sanción irrevocable y esperar el diferido término de mis días.
Di con este país sumido en silencio nocturno. Escogí para edificar mi retiro la sombra de esta selva, tapiz desenvuelto al pie de los montes.
Sobre la selva y sin alcanzar la altura de los montes, vuelan ocasionalmente algunas aves de alas fatigadas.