lunes, noviembre 09, 2015

Attila József, (1/2)

Attila József
(11 de abril de 1905 - 3 de diciembre de 1937)
Es uno de los poetas más importantes en la historia de la literatura húngara.

Murió el 3 de diciembre de 1937, con tan sólo 32 años, en Balatonszárszó, atropellado por un tren. La visión más extendida es que Attila József se suicidó.

Curriculum Vitae
(Febrero, 1937)
(fragmento)

Escrito por Attila József

Nací en 1905, en Budapest, soy ortodoxo de religión. Mi padre -el extinto Áron József- se expatrió cuando yo tenía tres años y la Asistencia Pública me envió a Öcsöd, donde fui criado por campesinos. Fue allí donde viví hasta la edad de siete años. Trabajaba como lo hacen en general los niños pobres del campo; cuidaba cochinos. Cuando cumplí siete años, mi madre -la extinta Borbála Pócze- me llevó de nuevo a Budapest y me inscribió en el segundo grado de la escuela primaria. Mi madre lavaba y hacía trabajos domésticos para mantenernos a mis dos hermanas y a mí. Ella trabajaba en casas ajenas y allí permanecía de la mañana a la noche. Entregado a mí mismo, sin vigilancia, yo vagabundeaba y mataba el tiempo. Pero en mi libro de lectura de tercer grado hallé historias interesantes acerca del rey Attila y me lancé a la lectura. El descubrimiento de las historias del rey Attila ejerció, creo yo, una influencia decisiva sobre mi orientación y, en fin de cuentas, a ello se debe que yo me haya vuelto hacia la literatura, que haya aprendido a reflexionar, y que me haya convertido en un hombre que escucha las opiniones ajenas, pero pasándolas por el tamiz de su propia experiencia...

***

Corazón Puro

No tengo ni padre ni madre,
no tengo ni patria ni Dios,
no tengo ni cuna ni sudario,
no tengo ni sombra de amor.
Hace tres días que no como
siquiera un pedazo de pan.

El poder de mis veinte años
se lo vendo al mejor postor.
Y si nadie quiere comprármelo
al diablo se lo venderé.
Robaré, puro el corazón,
y, si es preciso, mataré.

Seré atrapado y luego ahorcado.
La santa tierra me tendrá
y a mi precioso corazón
yerba fatal le crecerá.

***

No Soy Yo Quien Grita

No soy yo quien grita: es la tierra que ruge.
¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡El diablo ha enloquecido!
Escóndete en el fondo limpio de los manantiales,
fúndete al cristal de la ventana,
ocúltate tras los fuegos de los diamantes,
escóndete en el pan recién salido del horno.

Oh, tú, pobre, mi pobre.
Con el fresco aguacero fíltrate en la tierra.
En vano hundes tu rostro en ti mismo,
sólo podrás lavarlo en otro rostro.

Sé la delgada arista de una brizna
y serás más grande que el eje de este mundo.
Oh, máquinas, pájaros, frondas, estrellas,
nuestra estéril madre pide a gritos parir.

Querido amigo, cariñoso amigo,
ya sea terrible o maravilloso,
no soy yo quien grita, es la tierra que ruge.

***

Eres Tan Tonta

Eres tan tonta,
corres
como el viento de la mañana.
Un coche podría atropellarte.
Y yo que había limpiado mi mesita:
ahora
la tibia luz de mi pan es más clara.

¡Regresa! Si quieres
compraré una manta para mi cama de hierro,
una manta sencilla y gris:
sienta bien a mi pobreza
y Dios la ama
y a mí también me ama mucho.
Nunca viene demasiado irradiante
pues no quiere
deslumbrar mis ojos
que tanto anhelan mirarte.

Te mirarán muy bien,
te besaré con cuidado;
no te arrancaré la chaqueta
y te haré muchos chistes
pues he inventado tantos desde entonces
para que tú también te alegres.

Vas a ruborizarte,
mirarás la tierra, juntos reiremos
tan alto, que en la vecindad nos oirán
los jornaleros serios y callados,
y en sus sueños
cansados y rotos, ellos también sonreirán.

***

Por Ti Estoy Enojado, No Contra Ti

Cuando el sol se levanta
y el rocío se inclina desde los cabellos de los que
nunca sienten ira,
que mi ira no te moleste nunca, querida.

Pienso a menudo en las plazas grandes, veloces,
donde acaso no me caeré.
Y los talladores de mástiles vendrán con los mástiles en filas cerradas,
y los seis millones de férreos obreros,
vencedores, lanzarán al cielo el martilleo de corazón
tintineante.
Bajo la tempestad celestial de las herramientas,
que pueda yo tener tus besos, querida.

No te das cuenta de que me empino
cuando hablo del futuro.
Si quieres, sólo volveré a ti después de la victoria
que canta la gloria de la ciudades,
o cuando los panaderos unen sus buenas paletas
que lanzan el pan
y en ellas me colocan, con la cabeza baja, cubierta de
harina,
y me llevan lentamente hasta tu cama.

Por ti estoy enojado, no contra ti.
Mira, apriétame esta mano que te levanta a lo alto
en mis sueños.
Que mi ira te fortalezca, y que no te moleste,
querida.

***

Oda
1
En la luminosa roca estoy sentado.
Vuela la suave brisa del joven verano
igual que la tibieza de una dulce cena.
Al silencio acostumbro mi corazón
(no es tan difícil).
Todas las cosas desaparecidas
en torno mío se reúnen
mi cabeza se inclina, y cuelga mi mano.
Contemplo la crin de las montañas.
Brilla en todas las hojas la llama de tu frente.
En el camino, nadie, nadie.

Miro cómo tu falda
ondea al viento.
Bajo los frágiles follajes
tiemblan fugaces tus cabellos,
vibran tus blandos senos un instante
y, mientras el arroyuelo corre,
miro surgir una vez más
en los guijarros redondos y blancos
de tus dientes, la sonrisa de un bada.

2
¡Oh cuanto te amo,
a ti que has logrado hacer hablar a la vez
a la intrigante soledad
que está tejiendo su trama
en los resquicios más profundos del corazón,
y a todo el Universo!

Tú, como una cascada huye de su ruido,
me abandonas y corres silenciosamente,
mientras yo, entre las cumbres de mi vida,
próximo a la lejanía,
retumbo, chocando en la tierra y en el cielo,
y grito que te amo,
¡mi dulce madrastra!

3
Te amo como el niño ama a su madre,
como las mudas fosas a sus profundidades.
Te amo como las salas a la luz,
como el espíritu al fuego y el cuerpo al descanso.
Te amo como los mortales aman la vida,
hasta que mueren.
Tus movimientos, tus palabras, todas tus sonrisas,
acojo como la tierra los objetos que caen.
En mi imaginación mis instintos te descubren
como al metal los ácidos.
En mi mente tu imagen hermosa y amada, tu ser,
colma todas las cosas esenciales.

Los instantes pasan, ruidosos,
y en mis oídos tú estás muda.
Las estrellas descienden y caen,
pero tú te detuviste en mis ojos.
Tu sabor, como el silencio en una gruta,
flota enfriándose en mi boca.
Y sobre el vaso de agua
tu mano con sus venas tan finas
que apenas se vislumbran.

4
¡Oh!, ¿qué materia soy yo
que tu mirada me corta y me transforma?
¿Qué alma y qué luz
y qué fenómeno de asombros,
pudo recorrer en la niebla de la nada
los paisajes sinuosos de tu fértil cuerpo?

Y como el verbo en una mente abierta,
yo puedo descender a sus misterios.
Tu red sanguínea, como los rosales,
tiembla sin cesar.
Ella conduce la corriente eterna
para que surja el amor en tu rostro,
para que tu matriz tenga un fruto bendito.
El suelo sensible de tu vientre
está bordando de raíces pequeñitas, hilos finísimos,
que se anudan y desanudan
para que las células que tus humores recojan sus
enjambres,
para que los bellos arbustos de tus frondosos pulmones
canten sus propias glorias.
[...]
Colinas onduladas se levantan,
constelaciones se estremecen en ti.

Lagos se mueven, fábricas trabajan,
hormiguean un millón de animales vivientes,
el insecto
y el alga,
la bondad y la crueldad;
un sol brilla, se nubla una aurora boreal.
En tu sustancia se desplaza, errante,
la inconsciente eternidad.

5
Como la sangre
caen hacia ti estas palabras.
Tartamudea la existencia.
Sólo la ley es un claro discurso.
Mis órganos laboriosos, que día tras día
me dan vida, ya se preparan
a callar para siempre.

Pero todos clamarán hasta entonces.
¡Oh, tú, escogida entre la multitud
de dos mil millones de seres humanos;
oh, tú, la única,
suave cuna, recia tumba, lecho vivo,
acógeme en ti!

(¡Qué alto está el cielo del amanecer!
En sus minerales relucen ejércitos.
El gran resplandor deslumbra mis ojos.
Sé bien que estoy perdido.
Escucho cómo chirría y palpita sobre mí
mi corazón.)

6
Me lleva el tren y yo sigo tus pasos
Tal vez hoy mismo estés entre mis brazos
y tal vez se enfriará mi rostro ardiente
o tal vez tú me digas suavemente:
“Te espera el agua tibia, ve a bañarte.
Toma la toalla, puedes ya secarte.
La carne se está friendo, te saciará
Donde mi lecho está, tu cuerpo está.”

***

Mamá

Desde hace una semana, en mi mamá
sólo pienso, abstraído; en mi mamá.
Con la chirriante cesta a la cintura,
iba siempre al desván en su premura.

Yo era un hombre sincero todavía:
chillaba, pataleaba. Le decía:
deja para otro ese pesado y gran
bulto, madre mía, y llévame al desván.

Sola se iba a tender, calladamente,
sin regañarme, sin mirarme... ausente.
Y las ropas crujían, luminosas,
revoloteando en lo alto, jubilosas.

Aunque para llorar es tarde ya,
sé cuan inmensa eres, mi mamá.
Flota en lo alto su agrisado pelo
y echa su añil en el agua del cielo.

***

Bella Mujer De Antaño

Bella mujer de antaño que quiero ver de nuevo,
ella en quien se escondía el cariño de un hada.
Cuando íbamos los tres a pasear por los prados,
iba, grave y risueña, sobre el fango ligero.
Y si ella me miraba no evitaba un temblor,
bella mujer de antaño que quisiera no amar.
Sólo quiero mirarla de nuevo, simplemente
mirarla soñadora bajo el sol del jardín,
un libro entre las manos, cerrado como ella,
y en torno, los tupidos follajes en el viento
de otoño. Quiero verla, meditando despacio,
como pensando en algo, en el quiosco sonoro,
mirar furtivamente y emprender el camino
que se oculta en las frondas y va a la lejanía.
Las dos hileras de árboles le dirían adiós.
Como un niño que mira a su madre ya muerta,
así quisiera ver una vez más a aquella bella

mujer de antaño que se pierde en la luz.