lunes, mayo 16, 2016

Sylvia Plath (2/2)

Sylvia Plath

(Boston, 27 de octubre de 1932 - Londres, 11 de febrero de 1963)
Fue una escritora estadounidense especialmente conocida como poeta.  En su primer año en la universidad de Smith College, Plath realizó el primero de sus intentos de suicidio. Esto lo detalló más tarde en su novela semiautobiográfica <La Campana De Cristal> (The Bell Jar).  Fue tratada en una institución psiquiátrica (Hospital McLean) y pareció recuperarse aceptablemente, tras lo que se graduó con honores, en 1955. El 11 de febrero de 1963, enferma y con poco dinero, Plath se suicidó asfixiándose con gas. Aunque durante mucho tiempo se consideró que sus repetidas depresiones e intentos de suicidio se debieron a la muerte de su padre cuando ella contaba con nueve años, pérdida que nunca logró superar, hoy se cree que padecía trastorno bipolar, trastorno psicológico que actualmente se trata con medicación. Fue la primera poeta en recibir, post-mortem, el Premio Pulitzer por el conjunto de su obra.  Su hijo Nicholas Hughes Plath fue un hombre solitario; se refugió en la privacidad de Alaska como profesor en la Universidad de Alaska Fairbanks. Maníaco-depresivo y solitario, nunca se casó ni tuvo hijos, y el 16 de marzo de 2009 se suicidó en Alaska. Sylvia fue una morbosa amante de la perfección. Sylvia comprobó en su condición humana, el mayor y más cruel impedimento para aquella correspondencia perfecta que quería plasmar entre la vida real y sus poemas. Y se volvió contra ella misma hasta finalmente destruirse. “El no ser perfecta, me hiere”, escribió Sylvia Plath en su Diario en 1957


Espejo
Versión 1

Soy plateado y exacto. No tengo preconceptos.
Cuanto veo, lo trago inmediatamente
Tal cual es, sin empañar por amor o desagrado.
No soy cruel, sólo veraz:
Ojo de un pequeño dios, cuadrangular.
Casi todo el tiempo medito en la pared de enfrente.
Es rosada, con lunares. La he mirado tanto tiempo
Que creo que es parte de mi corazón. Pero fluctúa.
Las caras y la oscuridad nos separan una y otra vez.
Ahora soy un lago. Una mujer se inclina sobre mí,
Buscando en mi extensión lo que ella es en realidad.
Luego se vuelve hacia esas mentirosas, las bujías o la luna.
Veo su espalda y la reflejo fielmente.
Me recompensa con lágrimas y agitando las manos.
Soy importante para ella. Que viene y se va.
Todas las mañanas su cara reemplaza la oscuridad.
En mí ella ahogó a una muchachita y en mí una vieja
Se alza hacia ella día tras día, como un pez feroz.


Espejo
Versión 2

Soy de plata y exacto. Sin prejuicios.
Y cuanto veo trago sin tardanza
tal y como es, intacto de amor u odio.
No soy cruel, solamente veraz:
ojo cuadrangular de un diosecillo.
En la pared opuesta paso el tiempo
meditando: rosa, moteada. Tanto hace que la miro
que es parte de mi corazón. Pero se mueve.
Rostros y oscuridad nos separan

sin cesar. Ahora soy un lago. Ciérnase
sobre mí una mujer, busca mi alcance.
Vuélvase a esos falaces, las luciérnagas
de la luna. Su espalda veo, fielmente
la reflejo. Ella me paga con lágrimas
y ademanes. Le importa. Ella va y viene.
Su rostro con la noche sustituye
las mañanas. Me ahogó niña y vieja

***

Soy Vertical

Mejor querría ser horizontal.
No soy un árbol con raíces hondas
en tierra, sorbiendo minerales y amor materno,
refloreciendo así de marzo en marzo,
reluciente, ni orgullo de parterre
blanco de admirativos gritos, muy repintado,
y a punto, ignaro, de perder sus pétalos.
Comparado conmigo es inmortal
el árbol, y las flores más audaces:
querría la edad del uno, la temeridad de las otras.

Esta noche, en luz infinitésima
de estrellas, árboles y flores
han esparcido su frescura.
Yo entre ellos me paseo, no me ven, cuando duermo
a veces pienso que me les hermano
más que nunca: mi mente descaece.
Resulta más normal, echada. El cielo
y yo trabamos conversación abierta, así seré
más útil cuando por fin me una con la tierra.
Árbol y flor me tocarán, me verán.

Parterre: jardín.
Ignaro: inconsciente.
Descaece: desfallece.

***

Últimas Palabras

No quiero una caja sencilla, quiero un sarcófago
de atigradas listas y un rostro pintado, redondo
como la luna, que mire, quiero
estar mirándolo cuando lleguen, escogiendo
entre minerales mudos, raíces. Los veo
ya: los pálidos, astralmente distantes rostros.
Ahora no son nada, no son siquiera criaturas.
Los imagino huérfanos, como los primeros dioses,
de padre y madre, se preguntarán si tuve importancia
¡Debí haber preservado mis días, como frutos, en azúcar!
Mi espejo se empaña:
unos pocos hálitos, y no reflejará ya nada.
Las flores y los rostros blanquizcos cual sábanas.

No confío en el espíritu. Huye como vapor en mis sueños,
por la boca o los ojos. No puedo impedírselo.
Un día se irá para no volver. Así no son las cosas.
Permanecen, sus luces idóneas se calientan
en mis manos frecuentes. Ronronean casi.
Cuando se enfrían las suelas de mis pies, los ojos azules,
mi turquesa, me darán solaz. Déjame
mis cacharros de cobre, déjame los cacharros de afeites,
que florezcan en torno a mí como flores nocturnas.
Me envolverán en vendas, almacenarán mi corazón
bajo mis pies, bien envuelto.
Me conoceré a mí misma. Seré noche
y el relucir de tantas cosas será más dulce que el rostro de Istar.

Ištar o Ishtar: era la diosa babilónica del amor y la guerra, de la vida, de la fertilidad, y patrona de otros temas menores.

***

Viuda

Viuda. Palabra que se autoconsume:
cuerpo, hoja de periódico en el fuego,
por el aire un instante sostenida
sobre la geografía roja y cálida
que arrancará su corazón cual ojo.

Viuda. Sílaba muerta, con su sombra
de un eco, abre el resorte en el tabique
del pasado secreto: aire gastado,
recuerdos fétidos, escalinatas
mecánicas que a ningún sitio conducen...

Viuda. La amarga araña se sienta
en el centro de sus ejes resecos.
La muerte es su vestido, gorro, cuello.
El rostro del marido, blanco, inválido,
la cerca como a presa que con gusto

de nuevo mataría, verle cerca
cual rostro de papel contra su pecho,
como sus cartas conservar solía
tornándolas piel nueva, viva y cálida,
pero ahora ella es papel, y fría siempre.

Viuda: ¡estado vacío y grande! Llena
de aire traidor está la voz divina,
los arduos astros fáciles promete,
y el espacio inmortal entre los astros,
no cadáveres, flechas hacia el cielo.

Viuda, inclínense árboles piadosos,
árboles de dolor y soledades.
Como sombras en torno al verde campo
o incluso como bocas negras ciérnanse.
La viuda les semeja, es una sombra.

Las manos bien cogidas, nada en ellas.
Alma sin cuerpo que otra alma pide
en este aire sereno y no lo nota:
un alma frágil como el humo entra
en otra sin saber por dónde pasa.

Es éste su temor: es el temor
de que su alma late aún y late sorda
como el ángel mariano, cual paloma
contra un cristal a todo ciega, menos
al hueco hoyo que mira y mirar debe.

***

Temores

Esta pared blanca
sobre la que el cielo se hace a sí mismo:
infinita verdad, intocablemente intocable.
Los ángeles se bañan en ella,
y las estrellas igualmente,
en indiferencia también.
Mi medio son.
El sol se disuelve contra esa pared,
desangrándose de sus luces.

Gris es la pared ahora,
desgarrada y sangrienta.
¿Cómo salir de la mente?
Este mundo carece de árboles y de pájaros,
solo hay agrura en él.

La pared roja
no hace más que sobresaltarse:
un puño rojo se abre y se cierra,
he aquí mi materia,
y terror también
a que me lleven entre cruces
y una lluvia de lástimas.

Irreconocibles pájaros en una pared negra:
torciendo el cuello.
¡Esos sí que no hablan de inmortalidad!
Dos frías balas muertas se nos aproximan:
con mucha prisa vienen.

******

Versiones de
Cecilia Bustamante

Lady Lazarus

Lo logré otra vez,
me las arreglo —
una vez cada diez años.

Especie de fantasmal milagro, mi piel
brillante como una pantalla nazi,
mi diestro pie
es un pisapapel,
mi rostro un fino lienzo
judío y sin rasgos.

Descascara la envoltura
oh, mi enemigo,
¿aterro acaso? —
¿la nariz, las cuencas vacías, los dientes?
el apestoso aliento
se desvanecerá en un día.

Pronto, muy pronto, la carne
que la tumba devoró
se sentirá bien en mí
y yo una mujer que sonríe.

Tengo sólo treinta años.
y como gato he de morir nueve veces.
esta es la número tres.

Qué desperdicio
eso de aniquilarse cada década.
qué millón de filamentos.

La multitud mascando maní se agolpa
para verlos.
cómo me desenvuelven la mano, el pie —
el gran desnudamiento.

Damas y caballeros.
estas son mis manos
mis rodillas.
Soy tal vez huesos y pellejo.
Sin embargo, soy la misma, idéntica mujer.

La primera vez que sucedió tenía diez.
fue un accidente.
La segunda vez pretendí
superarme y no regresar jamás.
Oscilé callada.
Como una concha marina.
Tenían que llamar y llamar
recoger mis gusanos como perlas pegajosas.

Morir
es un arte, como cualquier otra cosa.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Lo hago para sentirme hasta las heces.
Lo ejecuto para sentirlo real.
Podemos decir que poseo el don.
Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Muy fácil hacerlo y no perder las formas.
Es el mismo
retorno teatral a pleno día
al mismo lugar, mismo rostro, grito brutal
y divertido:
“¡Milagro!”

Que me liquida.
Luego una carga a fondo
para ojear mis cicatrices, y otra
para escucharme el corazón –
de verdad sigue latiendo.

Y hay otra y otra arremetida grande
por una palabra, por tocar
o por un poquito de sangre
o por unos cabellos o por mi ropa.

Bien, bien, está bien Herr Doktor.
Bien. Herr Enemigo.
Yo soy vuestra obra maestra,
su pieza de valor,
la bebé de oro puro
que se disuelve con un chillido.

Me doy vuelta y ardo.
No creas que no valoro tu gran cuidado.
Ceniza, ceniza —
ustedes atizan, remueven.
Carne, hueso, nada queda, solo
una barra de jabón,
una alianza de bodas,
un empaste de oro.

Herr Dios, Herr Lucifer.
Cuidado.
Cuidado.
Desde las cenizas me levanto
con mi cabello rojo
y devoro hombres como el aire.

***

Daddy
(fragmento)

Tenía diez años cuando te enterraron.
A los veinte intenté morir
Y regresé, regresé a ti
Pensé que hasta mis huesos volverían también.
Pero me sacaron de la bolsa
Y me reconstruyeron con goma.
Y entonces supe qué hacer.
Hice un modelo de ti.
Un hombre de negro con aire de Meinkampf.
Amante del tormento y la deformación
Yo dije sí, sí quiero.
Así, papito, he terminado al fin.
El teléfono se arrancó de raíz,
Las voces ya no pueden carcomerme más.
He matado a un hombre, he matado a dos
Al vampiro que dijo ser tú
Y bebió de mi sangre todo un año,
Siete años si quieres enterarte,
Papito, puedes descansar en paz ahora.
Hay una estaca en tu negro, burdo corazón,
A los aldeanos nunca les gustaste.
Están bailando y zapateando sobre ti,
siempre supieron que eras tú
Papito, papito:
escúchame bastardo,
acabada estoy.