Cesare Pavese
(Santo Stefano Belbo, 9 de septiembre de 1908
- Turín, 27 de agosto de 1950)
Poeta, novelista y traductor italiano nacido
en Santo Stefano Belbo, en 1908. En 1935 fue detenido por su actividad política
y confinado en Brancaleone Calabro. Un año después regresó a Turín, se afilió
al partido comunista. Entre 1936 y 1950 produce una parte muy importante de su
obra, con títulos como: "El Oficio De Poeta", "Diálogos Con
Leuco", "Vendrá La Muerte Y Tendrá Tus Ojos", "El Oficio De
Vivir" "La Casa En La Colina" Y "La Luna Y La Fogata".
Durante toda su vida, Pavese tratará de vencer la soledad interior, que veía
como una condena y una vocación. Agobiado por la depresión y el desengaño, se
quitó la vida, con una sobredosis de barbitúricos, en agosto de 1950, poco
antes de cumplir cuarenta y dos años de edad. La muerte en las obras de Pavese
siempre fue una constante, como si tuviera una fijación especial por ella.
Pavese fue un joven introvertido, de pocos amigos. De hecho, su mejor amigo de la infancia se
suicidó.
Sueño
¿Aún ríe tu cuerpo
con la intensa
caricia de la mano o del aire
y en ocasiones
reencuentra en el aire otros cuerpos?
Muchos de ellos
retornan con un temblor de la sangre,
con una nada.
También el cuerpo que
se tendió a tu flanco
te busca en esta
nada.
Era un juego
liviano
pensar que un día la
caricia del alba
emergería de nuevo
cual inesperado
recuerdo en la nada.
Tu cuerpo despertaría
una mañana,
Enamorado de su
propia tibieza,
bajo el alba
desierta.
Un intenso recuerdo
te atravesaría
y una intensa
sonrisa.
¿No regresa aquel
alba?
Aquella fresca
caricia
se habría apretado
a tu cuerpo en el aire,
en la íntima
sangre,
y habrías sabido
que el tibio instante
respondía en el
alba a un temblor distinto,
un temblor de la
nada.
Lo habrías sabido igual
que,
un día lejano,
supiste que un
cuerpo se tendía a tu lado.
Dormías con
ligereza
bajo un aire
risueño de efímeros cuerpos,
enamorada de una
nada.
Y la intensa
sonrisa
te atravesó
abriéndote los ojos
asombrados.
¿Nunca más regresó,
de la nada, aquel alba?
Versión de Carles José i Solsora
***
The Night You Slept
También la noche se
te asemeja,
la noche remota que
llora,
muda,
en el corazón
profundo,
y las estrellas
pasan cansadas.
Una mejilla toca
una mejilla-
es un
estremecimiento frío,
alguien se debate
y te implora,
solo,
perdido en ti,
en tu fiebre.
La noche sufre
y anhela el alba,
pobre corazón
sobresaltado.
¡Oh rostro tapado,
oscura angustia,
fiebre que
entristece las estrellas,
hay quien,
como tú,
espera el alba
escudriñando tu
rostro en silencio!
Estás tendida bajo
la noche
como un cerrado
horizonte muerto.
Pobre corazón
sobresaltado,
en un tiempo lejano
eras el alba.
Versión de Carles José i Solsora
***
Tienes Rostro De Piedra Esculpida
Tienes rostro de
piedra esculpida,
sangre de tierra
dura,
viniste del mar.
Todo lo acoges
y escudriñas
y rechazas
como el mar.
En el corazón
tienes silencio,
tienes palabras engullidas.
Eres oscura,
para ti el alba es
silencio.
Y eres como las
voces de la tierra
-el choque del cubo
en el pozo,
la canción del
fuego,
la caída de una manzana;
las palabras
resignadas
y tenebrosas sobre
los umbrales,
el grito del niño-
las cosas que nunca
pasan.
Tú no cambias.
Eres oscura.
(…)
Eres la habitación
oscura
en la que se vuelve
a pensar siempre,
como en el patio
antiguo
donde nacía el
alba.
***
Trabajar Cansa
Los dos,
tendidos sobre la
hierba,
vestidos,
se miran a la cara
entre los tallos
delgados:
la mujer le besa
los cabellos
y después besa la
hierba.
Entre la hierba,
sonríe turbada.
Coge el hombre su
mano delgada
y la besa
y se apoya en su
cuerpo.
Ella le echa,
haciéndole dar tumbos.
La mitad de aquel
prado queda,
así,
enmarañada.
La muchacha,
sentada,
se acicala el
peinado
y no mira al
compañero,
tendido,
con los ojos abiertos.
Los dos,
ante una mesita,
se miran a la cara por
la tarde
y los transeúntes
no cesan de pasar.
De vez en cuando,
les distrae un
color más alegre.
De vez en cuando,
él piensa en el
inútil día de descanso,
dilapidado en
acosar a esa mujer
que es feliz al
estar a su vera
y mirarle a los
ojos.
Si con su piel le
toca la pierna,
bien sabe
que mutuamente
se envían miradas
de sorpresa
y una sonrisa,
y que la mujer es
feliz.
Otras mujeres que
pasan
no le miran el
rostro,
pero esta noche por
lo menos
se desnudarán con
un hombre.
¿O es que acaso las
mujeres
sólo aman a quien
malgasta su tiempo por nada?
Se han perseguido
todo el día
y la mujer
tiene aún las
mejillas enrojecidas por el sol.
En su corazón le
guarda gratitud.
Ella recuerda un
beso profundo
intercambiado en un
bosque,
interrumpido por un
rumor de pasos,
y que todavía le
quema.
Estrecha consigo el
verde ramillete
-recogido de la roca
de una cueva-
de hermoso adianto [helecho]
y envuelve al compañero
con una mirada
embelesada.
Él mira fijamente
la maraña de tallos negruzcos
entre el verde
tembloroso
y vuelve a
asaltarle el deseo
-presentido en el
regazo del vestido claro-
y la mujer lo
advierte.
Ni siquiera el
ímpetu le sirve,
porque la muchacha,
que le ama,
contiene cada acometimiento
con un beso
y le coge las
manos.
Pero esta noche,
una vez la haya
dejado,
sabe dónde irá:
volverá a casa,
atolondrado
y exhausto,
pero saboreará por
lo menos
en el cuerpo
saciado
la dulzura del
sueño sobre el lecho desierto.
Solamente
-y esta será su
venganza-
se imaginará que
aquel cuerpo de mujer que hará suyo
será,
lujurioso y sin
pudor alguno,
el de ella.
Versión de Carles José i Solsora
***
Tú
Tú
sonrisa pecosa
sobre nieves
heladas-
viento de noviembre,
ballet de ramas combadas
sobre la nieve,
gimiendo
y encendiendo tus pequeños
"¡oh!"-
gacela de blancos
miembros,
gentil,
podría saber todavía
la gracia
deslizante
de todos tus días,
la blonda espumosa
de todos tus
caminos-
se ha helado la
mañana
abajo en la
llanura-
tú,
sonrisa pecosa,
tú,
risa encendida.
***
Vendrá La Muerte Y Tendrá Tus Ojos...
Vendrá la muerte
y tendrá tus ojos
-esta muerte
que nos acompaña de
la mañana a la noche,
insomne,
sorda,
como un viejo
remordimiento
o un vicio
absurdo-.
Tus ojos serán una
vana palabra,
un grito acallado,
un silencio.
Así los ves cada
mañana
cuando sola
sobre ti misma
te inclinas en el
espejo.
Oh querida
esperanza,
también ese día
sabremos nosotros que
eres la vida
y eres la nada.
Para todos tiene la
muerte una mirada.
Vendrá la muerte
y tendrá tus ojos.
Será como abandonar
un vicio,
como contemplar en
el espejo
el resurgir de un
rostro muerto,
como escuchar unos
labios cerrados.
Mudos,
descenderemos en el
remolino.
Versión de Carles José i Solsora
***
Verano
Ha reaparecido la
mujer de ojos entreabiertos
y de cuerpo
concentrado,
andando por la
calle.
Ha mirado de
frente,
tendiendo la mano en
la calle inmóvil.
Todo ha vuelto a
resurgir.
En la luz inmóvil
del día lejano
se ha quebrado el
recuerdo.
La mujer ha alzado la
frente sencilla
y su mirada de entonces
ha reaparecido.
Ha tendido la mano
hacia la mano
y el apretón
angustioso
era el mismo de
entonces.
Todo ha recobrado
colores y vida
con la mirada
concentrada,
con la boca
entreabierta.
Ha regresado la
angustia de días lejanos
cuando un inesperado
e inmóvil estío de
colores y tibiezas
emergía ante las
miradas de aquellos ojos sumisos.
Ha regresado la
angustia
que ninguna dulzura
de labios abiertos puede mitigar.
Un inmóvil cielo
se cobija,
fríamente,
en aquellos ojos.
Era tranquilo el
recuerdo
bajo la luz sumisa
del tiempo,
era un dócil moribundo
para quien ya la
ventana se ensombrece
y desaparece.
Se ha quebrado el
recuerdo.
El apretón
angustioso de la leve mano
ha vuelto a
encender los colores,
el verano y las
tibiezas bajo el vívido cielo.
Pero la boca
entreabierta
y las miradas
sumisas
no dan vida más que
a un duro
e inhumano
silencio.
Versión de Carles José i Solsora
***
Fin De Fantasía
Este cuerpo
no volverá a
empezar de nuevo.
Al tocar las cuencas
de sus ojos,
uno nota
que un montón de
tierra está más vivo,
ya que,
incluso al alba,
la tierra no hace
sino guardar silencio en su interior.
Pero un cadáver
es un resto de
demasiados despertares.
No tenemos más que
esta virtud:
Comenzar cada día
la vida
-ante la tierra,
bajo un cielo que
calla-,
esperando un
despertar.
Se asombra alguien
de que el alba
implique tanto esfuerzo;
de despertar en
despertar,
una labor ha sido
efectuada.
Pero vivimos
solamente
para darnos en un
estremecimiento al trabajo futuro
y despertar, de una
vez, la tierra.
Y alguna vez
ocurre.
Después vuelve a
callar con nosotros.
Si al rozar aquel
rostro
la mano no
estuviese insegura
-viva mano que
siente la vida que toca-,
si de veras aquel
frío
no fuese otra cosa
que el frío de la tierra,
en el alba que
hiela la tierra,
tal vez eso sería
un despertar
y las cosas que
callan bajo el alba
dirían todavía
palabras.
Pero tiembla mi
mano
y entre todas las
cosas se asemeja a la mano inmóvil.
Otras veces,
despertarse al alba
era un dolor seco,
un jirón de luz,
pero era asimismo
una liberación.
La escasa palabra de
la tierra era alegre,
en un rápido
instante,
y morir era todavía
regresar a ella.
Ahora,
el cuerpo que espera
es un resto de
demasiados despertares
y no regresa a la
tierra.
Ni siquiera lo
dicen los labios endurecidos.