miércoles, marzo 23, 2016

Cesare Pavese (1/2)

Cesare Pavese
(Santo Stefano Belbo, 9 de septiembre de 1908 - Turín, 27 de agosto de 1950)

Poeta, novelista y traductor italiano nacido en Santo Stefano Belbo, en 1908. En 1935 fue detenido por su actividad política y confinado en Brancaleone Calabro. Un año después regresó a Turín, se afilió al partido comunista. Entre 1936 y 1950 produce una parte muy importante de su obra, con títulos como: "El Oficio De Poeta", "Diálogos Con Leuco", "Vendrá La Muerte Y Tendrá Tus Ojos", "El Oficio De Vivir" "La Casa En La Colina" Y "La Luna Y La Fogata". Durante toda su vida, Pavese tratará de vencer la soledad interior, que veía como una condena y una vocación. Agobiado por la depresión y el desengaño, se quitó la vida, con una sobredosis de barbitúricos, en agosto de 1950, poco antes de cumplir cuarenta y dos años de edad. La muerte en las obras de Pavese siempre fue una constante, como si tuviera una fijación especial por ella. Pavese fue un joven introvertido, de pocos amigos.  De hecho, su mejor amigo de la infancia se suicidó.

Celos

(…)

2
El viejo tiene la tierra durante el día y, de noche,
tiene una mujer que es suya
-que hasta ayer fue suya.
Le gustaba desnudarla,
como quien abre la tierra,
y mirarla largo tiempo,
boca arriba en la sombra,
esperando.
La mujer sonreía con sus ojos cerrados.

Se ha sentado el viejo esta noche al borde de su campo desnudo,
pero no escruta la mancha del seto lejano,
no extiende su mano para arrancar la hierba.
Contempla entre los surcos un pensamiento candente.
La tierra revela si alguien ha colocado sus manos sobre ella
y la ha cultivado:
lo revela incluso en la oscuridad.
Mas no hay mujer viviente que conserve el vestigio del abrazo del hombre.

El viejo ha advertido que la mujer sonríe únicamente con los ojos cerrados,
esperando supina [boca arriba],
y comprende de pronto que sobre su joven cuerpo pasa,
en sueños,
el abrazo de otro recuerdo.
El viejo ya no contempla el campo en la sombra.
Se ha arrodillado,
estrechando la tierra como si fuese una mujer que supiera hablar.
Pero la mujer,
tendida en la sombra,
no habla.

Allí donde está tendida,
con los ojos cerrados,
la mujer no habla ni sonríe,
esta noche,
desde la boca hasta el hombro lívido,
revela en su cuerpo,
finalmente,
el abrazo de un hombre:
el único que podría dejarle huella
y que le ha puesto la sonrisa.

***

Creación

Estoy vivo
y he sorprendido las estrellas en el alba.
Mi compañera continúa durmiendo
y lo ignora.
Mis compañeros duermen todos.
La clara jornada se me revela más limpia que los rostros aletargados.

A distancia,
pasa un viejo,
camino del trabajo o a gozar la mañana.
No somos distintos,
idéntica claridad respiramos los dos
y fumamos tranquilos para engañar el hambre.
También el cuerpo del viejo debería ser sano
y vibrante -ante la mañana,
debería estar desnudo.

Esta mañana la vida se desliza por el agua
y el sol: alrededor está
y el fulgor del agua siempre joven;
los cuerpos de todos quedarán al descubierto.
Estarán el sol radiante
y la rudeza del mar abierto
y la tosca fatiga que debilita bajo el sol,
y la inmovilidad.

Estará la compañera
-un secreto de cuerpos.
Cada cual hará sentir su voz.
No hay voz que quiebre el silencio del agua bajo el alba.
Y ni siquiera nada que se estremezca bajo el cielo.
Sólo una tibieza que diluye las estrellas.
Estremece sentir la mañana que vibre,
virgen,
como si nadie estuviese despierto.

Versión de Carles José i Solsora

***

El Paraíso Sobre Los Tejados...

Será un día tranquilo,
de luz fría
como cuando el sol nace o muere,
y el cristal
cerrará el aire sucio fuera del cielo.

No se despierta esa mañana,
una vez y para siempre,
en la tibieza del último sueño:
la sombra será como la tibieza.

Llenará la estancia,
por la gran ventana,
un cielo más grande.
Desde la escalera,
subida una vez y para siempre,
no llegarán más voces,
ni rostros muertos.

No será necesario dejar el lecho.
Sólo el alba entrará en la estancia vacía.
Bastará la ventana
para vestir cada cosa con una tranquila claridad,
casi una luz.
Se posará una sombra descarnada
sobre el rostro sumergido.

Serán los recuerdos como grumos de sombra
aplastados como las viejas brasas en el camino.
El recuerdo será la llama
que todavía ayer ardía
en los ojos hoy apagados.

Versión de Carles José i Solsora

***

Last Blues, To Be Read Some Day

Era un sólo galanteo,
seguramente lo sabías-
alguien fue herido hace tiempo.

Todo está igual,
el tiempo ha pasado-
un día llegaste,
y un día te irás.

Alguien murió
hace mucho tiempo-
alguien que intentó,
pero no supo cómo.

Versión de Carles José i Solsora

***

Mañana

La ventana
entornada recuadra un rostro
sobre el campo del mar.
Los lindos cabellos
acompañan el tierno ritmo del mar.

No hay recuerdos en este rostro.
Sólo una sombra huidiza,
como de nubes.
La sombra es húmeda
y dulce como la arena
de una intacta caverna,
bajo el crepúsculo.
No hay recuerdos.
Sólo un susurro
que es la voz del mar
convertida en recuerdo.

En el crepúsculo,
el agua enternecida del alba,
que se impregna de luz,
alumbra el rostro.
Cada día es un milagro intemporal,
bajo el sol:
lo impregnan una luz salobre
y un sabor a vívido mar.

No existe recuerdo en este rostro.
No hay palabra que lo contenga
o vincule con cosas pasadas.
Ayer,
se desvaneció de la angosta ventana,
tal como se desvanecerá dentro de poco,
sin tristeza
ni humanas palabras,
sobre el campo del mar.

***

Pensamientos De Dina

Es un placer lanzarse al agua
que fluye límpida y fresca de sol:
a esta hora no hay nadie.
Al rozarlas,
las cortezas de los álamos
te hacen estremecer
mucho más que el agua crepitante de un chapuzón.
Bajo el agua todavía está oscuro
y hace un frío que desarropa,
pero basta emerger al sol
y se vuelven a mirar las cosas con ojos lavados.

Es un placer tenderse desnuda sobre la hierba ya caliente
y buscar con los ojos entornados
las grandes colinas que sobrepasan los álamos
y me ven desnuda
y nadie de allí se percata.
Aquel viejo en ropa interior y sombrero,
que iba de pesca,
me ha visto zambullirme,
pero ha creído que era un muchacho
y no ha dicho ni pío.

Esta noche regreso como mujer,
vestida de rojo
-aquellos hombres que me sonríen por la calle
no saben que ahora estoy tendida aquí,
desnuda-,
regreso vestida a recoger sonrisas.
Aquellos hombres no saben
que esta noche tendré caderas vigorosas bajo el vestido rojo
y seré otra mujer.
Nadie me ve aquí abajo:
y más allá de las plantas
hay dragadores más fuertes que aquellos que sonríen:
nadie me ve.
Son necios los hombres
-esta noche,
bailando con todos,
será como si estuviese desnuda,
como ahora,
y nadie sabrá que podría encontrarme aquí sola.
Seré como ellos.

Tan sólo que,
los muy necios,
querrán abrazarme estrechamente,
susurrarme pícaras proposiciones.
¿Pero qué me importan sus caricias?
Sé hacerme caricias yo sola.
Esta noche deberíamos poder estar desnudos
y vernos sin pícaras sonrisas.
Yo sonrío sola al tenderme aquí entre la hierba
y nadie lo sabe.

***

Regreso De Deola

Volveremos a la calle a mirar transeúntes
y también nosotros seremos transeúntes.
Idearemos cómo levantarnos temprano,
deponiendo el disgusto de la noche
y salir con el paso de otros tiempos.

Le daremos en la cabeza al trabajo de otros tiempos.
Volveremos a fumar atolondradamente contra el vidrio,
allá abajo.
Pero los ojos serán los mismos,
también el rostro y los gestos.
Ese vano secreto que se demora en el cuerpo
y nos extravía la mirada
morirá lentamente en el ritmo de la sangre
donde todo se pierde.

Saldremos una mañana,
ya no tendremos casa,
saldremos a la calle;
nos abandonará el disgusto nocturno;
temblaremos de soledad.
Pero querremos estar solos.

Veremos en los transeúntes
la sonrisa muerta del derrotado,
pero que no grita ni odia
pues sabe que desde tiempos remotos
la suerte
-todo lo que ha sido y será-
lo contiene la sangre,
el murmullo de la sangre.

Bajaremos la frente,
solos,
a media calle,
para escuchar un eco encerrado en la sangre.
Y ese eco nunca vibrará.
Levantaremos los ojos,
miraremos la calle.