miércoles, marzo 30, 2016

Cesare Pavese (2/2)

Cesare Pavese
(Santo Stefano Belbo, 9 de septiembre de 1908 - Turín, 27 de agosto de 1950)

Poeta, novelista y traductor italiano nacido en Santo Stefano Belbo, en 1908. En 1935 fue detenido por su actividad política y confinado en Brancaleone Calabro. Un año después regresó a Turín, se afilió al partido comunista. Entre 1936 y 1950 produce una parte muy importante de su obra, con títulos como: "El Oficio De Poeta", "Diálogos Con Leuco", "Vendrá La Muerte Y Tendrá Tus Ojos", "El Oficio De Vivir" "La Casa En La Colina" Y "La Luna Y La Fogata". Durante toda su vida, Pavese tratará de vencer la soledad interior, que veía como una condena y una vocación. Agobiado por la depresión y el desengaño, se quitó la vida, con una sobredosis de barbitúricos, en agosto de 1950, poco antes de cumplir cuarenta y dos años de edad. La muerte en las obras de Pavese siempre fue una constante, como si tuviera una fijación especial por ella. Pavese fue un joven introvertido, de pocos amigos.  De hecho, su mejor amigo de la infancia se suicidó.

Sueño

¿Aún ríe tu cuerpo
con la intensa caricia de la mano o del aire
y en ocasiones reencuentra en el aire otros cuerpos?
Muchos de ellos retornan con un temblor de la sangre,
con una nada.
También el cuerpo que se tendió a tu flanco
te busca en esta nada.

Era un juego liviano
pensar que un día la caricia del alba
emergería de nuevo
cual inesperado recuerdo en la nada.
Tu cuerpo despertaría una mañana,
Enamorado de su propia tibieza,
bajo el alba desierta.
Un intenso recuerdo te atravesaría
y una intensa sonrisa.
¿No regresa aquel alba?

Aquella fresca caricia
se habría apretado a tu cuerpo en el aire,
en la íntima sangre,
y habrías sabido que el tibio instante
respondía en el alba a un temblor distinto,
un temblor de la nada.
Lo habrías sabido igual que,
un día lejano,
supiste que un cuerpo se tendía a tu lado.
Dormías con ligereza
bajo un aire risueño de efímeros cuerpos,
enamorada de una nada.
Y la intensa sonrisa
te atravesó
abriéndote los ojos asombrados.
¿Nunca más regresó, de la nada, aquel alba?

Versión de Carles José i Solsora

***

The Night You Slept

También la noche se te asemeja,
la noche remota que llora,
muda,
en el corazón profundo,
y las estrellas pasan cansadas.
Una mejilla toca una mejilla-
es un estremecimiento frío,
alguien se debate
y te implora,
solo,
perdido en ti,
en tu fiebre.

La noche sufre
y anhela el alba,
pobre corazón sobresaltado.
¡Oh rostro tapado,
oscura angustia,
fiebre que entristece las estrellas,
hay quien,
como tú,
espera el alba
escudriñando tu rostro en silencio!

Estás tendida bajo la noche
como un cerrado horizonte muerto.
Pobre corazón sobresaltado,
en un tiempo lejano eras el alba.

Versión de Carles José i Solsora

***

Tienes Rostro De Piedra Esculpida

Tienes rostro de piedra esculpida,
sangre de tierra dura,
viniste del mar.
Todo lo acoges
y escudriñas
y rechazas
como el mar.

En el corazón
tienes silencio,
tienes palabras engullidas.
Eres oscura,
para ti el alba es silencio.

Y eres como las voces de la tierra
-el choque del cubo en el pozo,
la canción del fuego,
la caída de una manzana;
las palabras resignadas
y tenebrosas sobre los umbrales,
el grito del niño-
las cosas que nunca pasan.
Tú no cambias.
Eres oscura.

(…)
Eres la habitación oscura
en la que se vuelve a pensar siempre,
como en el patio antiguo
donde nacía el alba.

***

Trabajar Cansa

Los dos,
tendidos sobre la hierba,
vestidos,
se miran a la cara
entre los tallos delgados:
la mujer le besa los cabellos
y después besa la hierba.
Entre la hierba,
sonríe turbada.
Coge el hombre su mano delgada
y la besa
y se apoya en su cuerpo.
Ella le echa,
haciéndole dar tumbos.
La mitad de aquel prado queda,
así,
enmarañada.
La muchacha,
sentada,
se acicala el peinado
y no mira al compañero,
tendido,
con los ojos abiertos.

Los dos,
ante una mesita,
se miran a la cara por la tarde
y los transeúntes no cesan de pasar.
De vez en cuando,
les distrae un color más alegre.
De vez en cuando,
él piensa en el inútil día de descanso,
dilapidado en acosar a esa mujer
que es feliz al estar a su vera
y mirarle a los ojos.
Si con su piel le toca la pierna,
bien sabe
que mutuamente
se envían miradas de sorpresa
y una sonrisa,
y que la mujer es feliz.

Otras mujeres que pasan
no le miran el rostro,
pero esta noche por lo menos
se desnudarán con un hombre.
¿O es que acaso las mujeres
sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada?

Se han perseguido todo el día
y la mujer
tiene aún las mejillas enrojecidas por el sol.
En su corazón le guarda gratitud.
Ella recuerda un beso profundo
intercambiado en un bosque,
interrumpido por un rumor de pasos,
y que todavía le quema.
Estrecha consigo el verde ramillete
-recogido de la roca de una cueva-
de hermoso adianto [helecho]
y envuelve al compañero
con una mirada embelesada.
Él mira fijamente la maraña de tallos negruzcos
entre el verde tembloroso
y vuelve a asaltarle el deseo
-presentido en el regazo del vestido claro-
y la mujer lo advierte.
Ni siquiera el ímpetu le sirve,
porque la muchacha,
que le ama,
contiene cada acometimiento con un beso
y le coge las manos.

Pero esta noche,
una vez la haya dejado,
sabe dónde irá:
volverá a casa,
atolondrado
y exhausto,
pero saboreará por lo menos
en el cuerpo saciado
la dulzura del sueño sobre el lecho desierto.
Solamente
-y esta será su venganza-
se imaginará que aquel cuerpo de mujer que hará suyo
será,
lujurioso y sin pudor alguno,
el de ella.

Versión de Carles José i Solsora

***


sonrisa pecosa
sobre nieves heladas-
viento de noviembre,
ballet de ramas combadas sobre la nieve,
gimiendo
y encendiendo tus pequeños "¡oh!"-
gacela de blancos miembros,
gentil,
podría saber todavía
la gracia deslizante
de todos tus días,
la blonda espumosa
de todos tus caminos-
se ha helado la mañana
abajo en la llanura-
tú,
sonrisa pecosa,
tú,
risa encendida.

***

Vendrá La Muerte Y Tendrá Tus Ojos...

Vendrá la muerte
y tendrá tus ojos
-esta muerte
que nos acompaña de la mañana a la noche,
insomne,
sorda,
como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-.

Tus ojos serán una vana palabra,
un grito acallado,
un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola
sobre ti misma
te inclinas en el espejo.
Oh querida esperanza,
también ese día
sabremos nosotros que eres la vida
y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte
y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.

Mudos,
descenderemos en el remolino.

Versión de Carles José i Solsora

***

Verano

Ha reaparecido la mujer de ojos entreabiertos
y de cuerpo concentrado,
andando por la calle.
Ha mirado de frente,
tendiendo la mano en la calle inmóvil.
Todo ha vuelto a resurgir.

En la luz inmóvil del día lejano
se ha quebrado el recuerdo.
La mujer ha alzado la frente sencilla
y su mirada de entonces ha reaparecido.
Ha tendido la mano hacia la mano
y el apretón angustioso
era el mismo de entonces.
Todo ha recobrado colores y vida
con la mirada concentrada,
con la boca entreabierta.

Ha regresado la angustia de días lejanos
cuando un inesperado
e inmóvil estío de colores y tibiezas
emergía ante las miradas de aquellos ojos sumisos.
Ha regresado la angustia
que ninguna dulzura de labios abiertos puede mitigar.
Un inmóvil cielo
se cobija,
fríamente,
en aquellos ojos.

Era tranquilo el recuerdo
bajo la luz sumisa del tiempo,
era un dócil moribundo
para quien ya la ventana se ensombrece
y desaparece.
Se ha quebrado el recuerdo.
El apretón angustioso de la leve mano
ha vuelto a encender los colores,
el verano y las tibiezas bajo el vívido cielo.
Pero la boca entreabierta
y las miradas sumisas
no dan vida más que a un duro
e inhumano silencio.

Versión de Carles José i Solsora

***

Fin De Fantasía

Este cuerpo
no volverá a empezar de nuevo.
Al tocar las cuencas de sus ojos,
uno nota
que un montón de tierra está más vivo,
ya que,
incluso al alba,
la tierra no hace sino guardar silencio en su interior.

Pero un cadáver
es un resto de demasiados despertares.
No tenemos más que esta virtud:
Comenzar cada día la vida
-ante la tierra,
bajo un cielo que calla-,
esperando un despertar.

Se asombra alguien
de que el alba implique tanto esfuerzo;
de despertar en despertar,
una labor ha sido efectuada.
Pero vivimos solamente
para darnos en un estremecimiento al trabajo futuro
y despertar, de una vez, la tierra.

Y alguna vez ocurre.
Después vuelve a callar con nosotros.
Si al rozar aquel rostro
la mano no estuviese insegura
-viva mano que siente la vida que toca-,
si de veras aquel frío
no fuese otra cosa que el frío de la tierra,
en el alba que hiela la tierra,
tal vez eso sería un despertar
y las cosas que callan bajo el alba
dirían todavía palabras.

Pero tiembla mi mano
y entre todas las cosas se asemeja a la mano inmóvil.
Otras veces,
despertarse al alba era un dolor seco,
un jirón de luz,
pero era asimismo una liberación.
La escasa palabra de la tierra era alegre,
en un rápido instante,
y morir era todavía regresar a ella.
Ahora,
el cuerpo que espera
es un resto de demasiados despertares
y no regresa a la tierra.
Ni siquiera lo dicen los labios endurecidos.


miércoles, marzo 23, 2016

Cesare Pavese (1/2)

Cesare Pavese
(Santo Stefano Belbo, 9 de septiembre de 1908 - Turín, 27 de agosto de 1950)

Poeta, novelista y traductor italiano nacido en Santo Stefano Belbo, en 1908. En 1935 fue detenido por su actividad política y confinado en Brancaleone Calabro. Un año después regresó a Turín, se afilió al partido comunista. Entre 1936 y 1950 produce una parte muy importante de su obra, con títulos como: "El Oficio De Poeta", "Diálogos Con Leuco", "Vendrá La Muerte Y Tendrá Tus Ojos", "El Oficio De Vivir" "La Casa En La Colina" Y "La Luna Y La Fogata". Durante toda su vida, Pavese tratará de vencer la soledad interior, que veía como una condena y una vocación. Agobiado por la depresión y el desengaño, se quitó la vida, con una sobredosis de barbitúricos, en agosto de 1950, poco antes de cumplir cuarenta y dos años de edad. La muerte en las obras de Pavese siempre fue una constante, como si tuviera una fijación especial por ella. Pavese fue un joven introvertido, de pocos amigos.  De hecho, su mejor amigo de la infancia se suicidó.

Celos

(…)

2
El viejo tiene la tierra durante el día y, de noche,
tiene una mujer que es suya
-que hasta ayer fue suya.
Le gustaba desnudarla,
como quien abre la tierra,
y mirarla largo tiempo,
boca arriba en la sombra,
esperando.
La mujer sonreía con sus ojos cerrados.

Se ha sentado el viejo esta noche al borde de su campo desnudo,
pero no escruta la mancha del seto lejano,
no extiende su mano para arrancar la hierba.
Contempla entre los surcos un pensamiento candente.
La tierra revela si alguien ha colocado sus manos sobre ella
y la ha cultivado:
lo revela incluso en la oscuridad.
Mas no hay mujer viviente que conserve el vestigio del abrazo del hombre.

El viejo ha advertido que la mujer sonríe únicamente con los ojos cerrados,
esperando supina [boca arriba],
y comprende de pronto que sobre su joven cuerpo pasa,
en sueños,
el abrazo de otro recuerdo.
El viejo ya no contempla el campo en la sombra.
Se ha arrodillado,
estrechando la tierra como si fuese una mujer que supiera hablar.
Pero la mujer,
tendida en la sombra,
no habla.

Allí donde está tendida,
con los ojos cerrados,
la mujer no habla ni sonríe,
esta noche,
desde la boca hasta el hombro lívido,
revela en su cuerpo,
finalmente,
el abrazo de un hombre:
el único que podría dejarle huella
y que le ha puesto la sonrisa.

***

Creación

Estoy vivo
y he sorprendido las estrellas en el alba.
Mi compañera continúa durmiendo
y lo ignora.
Mis compañeros duermen todos.
La clara jornada se me revela más limpia que los rostros aletargados.

A distancia,
pasa un viejo,
camino del trabajo o a gozar la mañana.
No somos distintos,
idéntica claridad respiramos los dos
y fumamos tranquilos para engañar el hambre.
También el cuerpo del viejo debería ser sano
y vibrante -ante la mañana,
debería estar desnudo.

Esta mañana la vida se desliza por el agua
y el sol: alrededor está
y el fulgor del agua siempre joven;
los cuerpos de todos quedarán al descubierto.
Estarán el sol radiante
y la rudeza del mar abierto
y la tosca fatiga que debilita bajo el sol,
y la inmovilidad.

Estará la compañera
-un secreto de cuerpos.
Cada cual hará sentir su voz.
No hay voz que quiebre el silencio del agua bajo el alba.
Y ni siquiera nada que se estremezca bajo el cielo.
Sólo una tibieza que diluye las estrellas.
Estremece sentir la mañana que vibre,
virgen,
como si nadie estuviese despierto.

Versión de Carles José i Solsora

***

El Paraíso Sobre Los Tejados...

Será un día tranquilo,
de luz fría
como cuando el sol nace o muere,
y el cristal
cerrará el aire sucio fuera del cielo.

No se despierta esa mañana,
una vez y para siempre,
en la tibieza del último sueño:
la sombra será como la tibieza.

Llenará la estancia,
por la gran ventana,
un cielo más grande.
Desde la escalera,
subida una vez y para siempre,
no llegarán más voces,
ni rostros muertos.

No será necesario dejar el lecho.
Sólo el alba entrará en la estancia vacía.
Bastará la ventana
para vestir cada cosa con una tranquila claridad,
casi una luz.
Se posará una sombra descarnada
sobre el rostro sumergido.

Serán los recuerdos como grumos de sombra
aplastados como las viejas brasas en el camino.
El recuerdo será la llama
que todavía ayer ardía
en los ojos hoy apagados.

Versión de Carles José i Solsora

***

Last Blues, To Be Read Some Day

Era un sólo galanteo,
seguramente lo sabías-
alguien fue herido hace tiempo.

Todo está igual,
el tiempo ha pasado-
un día llegaste,
y un día te irás.

Alguien murió
hace mucho tiempo-
alguien que intentó,
pero no supo cómo.

Versión de Carles José i Solsora

***

Mañana

La ventana
entornada recuadra un rostro
sobre el campo del mar.
Los lindos cabellos
acompañan el tierno ritmo del mar.

No hay recuerdos en este rostro.
Sólo una sombra huidiza,
como de nubes.
La sombra es húmeda
y dulce como la arena
de una intacta caverna,
bajo el crepúsculo.
No hay recuerdos.
Sólo un susurro
que es la voz del mar
convertida en recuerdo.

En el crepúsculo,
el agua enternecida del alba,
que se impregna de luz,
alumbra el rostro.
Cada día es un milagro intemporal,
bajo el sol:
lo impregnan una luz salobre
y un sabor a vívido mar.

No existe recuerdo en este rostro.
No hay palabra que lo contenga
o vincule con cosas pasadas.
Ayer,
se desvaneció de la angosta ventana,
tal como se desvanecerá dentro de poco,
sin tristeza
ni humanas palabras,
sobre el campo del mar.

***

Pensamientos De Dina

Es un placer lanzarse al agua
que fluye límpida y fresca de sol:
a esta hora no hay nadie.
Al rozarlas,
las cortezas de los álamos
te hacen estremecer
mucho más que el agua crepitante de un chapuzón.
Bajo el agua todavía está oscuro
y hace un frío que desarropa,
pero basta emerger al sol
y se vuelven a mirar las cosas con ojos lavados.

Es un placer tenderse desnuda sobre la hierba ya caliente
y buscar con los ojos entornados
las grandes colinas que sobrepasan los álamos
y me ven desnuda
y nadie de allí se percata.
Aquel viejo en ropa interior y sombrero,
que iba de pesca,
me ha visto zambullirme,
pero ha creído que era un muchacho
y no ha dicho ni pío.

Esta noche regreso como mujer,
vestida de rojo
-aquellos hombres que me sonríen por la calle
no saben que ahora estoy tendida aquí,
desnuda-,
regreso vestida a recoger sonrisas.
Aquellos hombres no saben
que esta noche tendré caderas vigorosas bajo el vestido rojo
y seré otra mujer.
Nadie me ve aquí abajo:
y más allá de las plantas
hay dragadores más fuertes que aquellos que sonríen:
nadie me ve.
Son necios los hombres
-esta noche,
bailando con todos,
será como si estuviese desnuda,
como ahora,
y nadie sabrá que podría encontrarme aquí sola.
Seré como ellos.

Tan sólo que,
los muy necios,
querrán abrazarme estrechamente,
susurrarme pícaras proposiciones.
¿Pero qué me importan sus caricias?
Sé hacerme caricias yo sola.
Esta noche deberíamos poder estar desnudos
y vernos sin pícaras sonrisas.
Yo sonrío sola al tenderme aquí entre la hierba
y nadie lo sabe.

***

Regreso De Deola

Volveremos a la calle a mirar transeúntes
y también nosotros seremos transeúntes.
Idearemos cómo levantarnos temprano,
deponiendo el disgusto de la noche
y salir con el paso de otros tiempos.

Le daremos en la cabeza al trabajo de otros tiempos.
Volveremos a fumar atolondradamente contra el vidrio,
allá abajo.
Pero los ojos serán los mismos,
también el rostro y los gestos.
Ese vano secreto que se demora en el cuerpo
y nos extravía la mirada
morirá lentamente en el ritmo de la sangre
donde todo se pierde.

Saldremos una mañana,
ya no tendremos casa,
saldremos a la calle;
nos abandonará el disgusto nocturno;
temblaremos de soledad.
Pero querremos estar solos.

Veremos en los transeúntes
la sonrisa muerta del derrotado,
pero que no grita ni odia
pues sabe que desde tiempos remotos
la suerte
-todo lo que ha sido y será-
lo contiene la sangre,
el murmullo de la sangre.

Bajaremos la frente,
solos,
a media calle,
para escuchar un eco encerrado en la sangre.
Y ese eco nunca vibrará.
Levantaremos los ojos,
miraremos la calle.