lunes, noviembre 30, 2015

Leopoldo Lugones (2/5)

Leopoldo Lugones (2/5)
(Villa de María del Río Seco, Córdoba, 13 de junio de 1874 - Tigre, Buenos Aires, 18 de febrero de 1938)
Fue un poeta, ensayista, periodista y político argentino.

Poeta argentino nacido en la Villa del Río Seco, Córdoba, en 1874 en el seno de un hogar de recia estirpe. A raíz de un revés de fortuna de su familia, se trasladó muy joven a Buenos Aires donde inició una clamorosa carrera como intelectual bajo el pseudónimo de "Gil Paz". Ardorosamente discutido o ensalzado desde entonces, su actividad la ejerció también en el periodismo, ocupando varios cargos en su país y en el exterior,  que lo llevaron a radicarse en Paris en 1924.

En Buenos Aires, generó constante polémica no tanto por su obra literaria sino por su protagonismo político, que sufrió fuertes virajes ideológicos a lo largo de su vida, pasando por el socialismo, el liberalismo, el conservadurismo y el fascismo. El 18 de febrero de 1938 se quita la vida en un recreo del Delta de Tigre, llamado El Tropezón, al ingerir una mezcla fatal de whisky y cianuro. La frustración política, como causa de su decisión de suicidio, ha sido siempre la versión más difundida. Empero, publicaciones recientes en bibliografía argentina, han echado otra luz. Lugones estuvo muy enamorado de una muchacha que conoció en una de sus conferencias en la Facultad de Filosofía y Letras. Mantuvo con ella una relación sentimental y apasionada. Descubierto y presionado por su hijo, debió abandonarla. Esto lo habría precipitado en un declive depresivo que acabaría así con su vida.

Sus descendientes no han escapado a este sino trágico. Su hijo Leopoldo Lugones Hijo, comúnmente llamado Polo, se suicidó en 1971. Su nieta, Susana Piri Lugones, fue detenida y desaparecida en diciembre de 1978 por el terrorismo de Estado que impuso la última dictadura cívica-militar desde 1976 hasta 1983. Uno de sus bisnietos, Alejandro, se suicidó, en Tigre. Esto conforma un destino familiar trágico, curiosamente muy parecido al de la estirpe de Horacio Quiroga, amigo y admirador de Leopoldo Lugones.

El Canto De La Angustia

Yo andaba solo y callado
porque tú te hallabas lejos;
y aquella noche
te estaba escribiendo,
cuando por la casa desolada
arrastró el horror su trapo siniestro.

Brotó la idea, ciertamente,
de los sombríos objetos:
el piano,
el tintero,
la borra de café en la taza,
y mi traje negro.

Sutil como las alas del perfume
vino tu recuerdo.
los ojos de joven cordial y triste,
tus cabellos,
como un largo y suave pájaro
de silencio.
(los cabellos que resisten a la muerte
con la vida de la seda, en tanto misterio.)

Tu boca donde suspira
la sombra interior habitada por los sueños.
tu garganta,
donde veo
palpitar como un sollozo de sangre,
la lenta vida en que te mece durmiendo.

Un vientecillo desolado,
más que soplar, tiritaba en soplo ligero.
y entre tanto,
el silencio,
como una blanda y suspirante lluvia
caía lento.

Caía de la inmensidad,
inmemorial y eterno.
adivinábase afuera
un cielo,
peor que oscuro:
un angustioso cielo ceniciento.

Y de pronto, desde la puerta cerrada
me dio en la nuca un soplo trémulo,
y conocí que era la cosa mala
de las cosas solas, y miré el blanco techo.
diciéndome: «es una absurda
superstición, un ridículo miedo.»
y miré la pared impávida.

Y noté que afuera había parado el viento.
¡Oh aquel desamparo exterior y enorme
del silencio!
aquel egoísmo de puertas cerradas
que sentía en todo el pueblo.

Solamente no me atrevía
a mirar hacia atrás,
aunque estaba cierto
de que no había nadie;
pero nunca,
¡Oh, nunca habría mirado de miedo!
del miedo horroroso
de quedarme muerto.

Poco a poco, en vegetante
pululación de escalofrío eléctrico,
erizáronse en mi cabeza
los cabellos.
uno a uno los sentía,
y aquella vida extraña era otro tormento.

Y contemplaba mis manos
sobre la mesa, qué extraordinarios miembros;
mis manos tan pálidas,
manos de muerto.
y noté que no sentía
mi corazón desde hacía mucho tiempo.

Y sentí que te perdía para siempre,
con la horrible certidumbre de estar despierto,
y grité tu nombre
con un grito interno,
con una voz extraña
que no era la mía y que estaba muy lejos.

Y entonces, en aquel grito,
sentí que mi corazón muy adentro,
como un racimo de lágrimas,
se deshacía en un llanto benéfico.

***

Emoción Aldeana

Nunca gocé ternura más extraña,
que una tarde entre las manos prolijas
del barbero de campaña,
furtivo carbonario que tenía dos hijas.

Yo venía de la montaña
en mi claudicante jardinera,
con timidez urbana y ebrio de primavera.

Aristas de mis parvas,
tupían la fortaleza silvestre
de mi semestre
de barbas.

Recliné la cabeza
sobre la fatigada almohadilla,
con una plenitud sencilla
de docilidad y de limpieza;
y en ademán cristiano presenté la mejilla...

El desonchado espejo,
protegido por marchitos tules,
absorbiendo el paisaje en su reflejo,
era un óleo enorme de sol bermejo,
praderas pálidas y cielos azules.

Y ante el mórbido gozo
de la tarde vibrada en pastorelas,
flameaba como un soberbio trozo
que glorificara un orgullo de escuelas.

La brocha, en tanto,
nevaba su sedosa espuma
con el encanto
de una caricia de pluma.

De algún redil cabrío, que en tibiezas amigas
aprontaba al rebaño su familiar sosiego,
exhalaban un perfume labriego
de polen almizclado las boñigas.

Con sonora mordedura
raía mi fértil mejilla la navaja.

Mientras sonriendo anécdotas en voz baja,
el liberal barbero me hablaba mal del cura.

A la plática ajeno,
preguntábale yo, superior y sereno
(bien que con cierta inquietud de celibato),
por sus dos hijas, Filiberta y Antonia;
cuando de pronto deleitó mi olfato
una ráfaga de agua de colonia.

Era la primogénita, doncella preclara,
chisporroteada en pecas bajo rulos de cobre.
Mas en ese momento, con presteza avara,
rociábame el maestro su vinagre a la cara,
en insípido aroma de pradera pobre.

Harto esponjada en sus percales,
la joven apareció, un tanto incierta,
a pesar de las lisonjas locales.

Por la puerta,
asomaron racimos de glicinas,
y llegó de la huerta
un maternal escándalo de gallinas.

Cuando, con fútil prisa,
hacia la bella volví mi faz más grata,
su púdico saludo respondió a mi sonrisa.

Y ante el sufragio de mi amor pirata,
y la flamante lozanía de mis carrillos,
vi abrirse enormemente sus ojos de gata,
fritos en rubor como dos huevecillos.

Sobre el espejo, la tarde lila
improvisaba un lánguido miraje,
en un ligero vértigo de agua tranquila.

Y aquella joven con su blanco traje
al borde de esa visionaria cuenca,
daba al fugaz paisaje
un aire de antigua ingenuidad flamenca.

***

Historia De Mi Muerte

Soñé la muerte y era muy sencillo:
Una hebra de seda me envolvía,
y a cada beso tuyo
con una vuelta menos me ceñía.
Y cada beso tuyo
era un día.
Y el tiempo que mediaba entre dos besos
una noche. La muerte es muy sencilla.

Y poco a poco fue desenvolviéndose
la hebra fatal. Ya no la retenía
sino por un sólo cabo entre los dedos...
Cuando de pronto te pusiste fría,
y ya no me besaste...
Y solté el cabo, y se me fue la vida.

***

Holocausto

Llenábanse de noche las montañas,
y a la vera del bosque aparecía
la estridente carreta que volvía
de un viaje espectral por las campañas.

Compungíase el viento entre las cañas,
y asumiendo la astral melancolía,
las horas prolongaban su agonía
paso a paso a través de tus pestañas.

La sombra pecadora a cuyo intenso
influjo arde tu amor como el incienso
en apacible combustión de aromas,

miró desde los sauces lastimeros,
en mi alma un extravío de corderos
y en tu seno un degüello de palomas.

***

Las Manos Entregadas

El insinuante almizcle de las bramas
se esparcía en el viento, y la oportuna
selva estaba olorosa como una
mujer. De los extraños panoramas

surgiste en tu cendal de gasa bruna,
encajes negros y argentinas lamas,
con tus brazos desnudos que las ramas
lamían, al pasar, ebrias de luna.

La noche se mezcló con tus cabellos,
tus ojos anegáronse en destellos
de sacro amor; la brisa de las lomas

te envolvió en el frescor de los lejanos
manantiales, y todos los aromas
de mi jardín sintetizó en tus manos.

***

Los Doce Gozos

Cabe una rama en flor busqué tu arrimo.
La dorada serpiente de mis males
circuló por tus púdicos cendales
con la invasora suavidad de un mimo.

Sutil vapor alzábase del limo
sulfurando las tintas otoñales
del Poniente, y brillaba en los parrales
la transparencia ustoria del racimo.

sintiendo que el azul nos impelía
algo de Dios, tu boca con la mía
se unieron en la tarde luminosa

bajo el caduco sátiro de yeso.
Y como de una cinta milagrosa
ascendí suspendido de tu beso.

Ustoria: que quema. Impeler: incitar, estimular.

***

Nocturno

Grave fue nuestro amor, y más callada
aquella noche frescamente umbría,
polvorosa de estrellas se ponía
cual la profundidad de una cascada.

Con la íntima dulzura del suceso
que abandonó mis labios tus sonrojos,
delirados de sombra vi tus ojos
en la embebida asiduidad del beso.

Y lo que en ellos se asomó a mi vida,
fue tu alma, hermana de mi desventura,
avecilla poética y oscura
que aleteaba en tus párpados rendida.


***