martes, junio 16, 2015

Francisco López Merino

Francisco López Merino
(La Plata, Argentina, 06 de junio de 1904 - 22 de mayo de 1928)

Francisco López Merino nació en La Plata el 6 de junio de 1904. Fue hijo de América Merino y del escribano Francisco Toribio López, ambos de nacionalidad uruguaya. Tuvo cinco hermanas a las que dedicó algunos de sus poemas y con las cuales compartió la infancia en una casa palaciega de la calle 49, entre 12 y diagonal 74, donde hoy funciona la Biblioteca Municipal que lleva su nombre. De trato afable y comunicativo, López Merino tuvo muchos amigos y desarrolló una vida social intensa que le permitió relacionarse rápidamente con los poetas vanguardistas de Buenos Aires. En su breve existencia, sólo llegó a publicar tres libros de poesía: Canciones interiores y otros poemas (obra de adolescencia que él mismo retiró de circulación, 1920), Tono menor (1923) y Las tardes (1925). Dichos libros le bastaron para granjearse la admiración de Jorge Luis Borges y Juan Ramón Jiménez, entre otras personalidades destacadas de la época, y le hicieron decir a Rafael Felipe Oteriño: “En ellos, traslúcido, percibo el clima espiritual de esa ciudad nueva, de ese domingo que es igual a otros muchos, de esos jardines donde transcurrió la infancia. Poesía del encantamiento y de la recreación es la que encierran. También poesía del dolor”. Como integrante de la “Generación del 17” o “Primera Generación Platense” (conocida, asimismo, como “Primavera Fúnebre” y “Primavera Trágica”). El día 22 de mayo de 1928 el escritor decidió poner fin a su vida. Sin ninguna explicación aparente, y debido quizás a la muerte de su hermana por tuberculosis o a su crónica melancolía derivada en una depresión, Francisco López Merino puso fin a su vida descerrajándose un tiro en la sien en uno de los baños del Jockey Club de La Plata, poco antes de cumplir 24 años. 

La emoción del silencio

Ésta es la hora en que todos los enfermos se agravan.
Charles Baudelaire

En los largos crepúsculos profundos
poblados de un recóndito silencio,
recuerdo el verso aquel que me emociona:
la hora en que se agravan los enfermos...

Pienso que un alma análoga a la mía
acaso ha penetrado al reino eterno
en esa hora ínfima y doliente
en que se agravan todos los enfermos...

¿Amigo, tú no sientes la tristeza
que desciende en la hora de silencio?
¿No sientes cómo tu alma también gime
cuando se agravan todos los enfermos...?

***

Mis primas, los domingos...

Mis primas, los domingos, vienen a cortar rosas
y a pedirme algún libro de versos en francés.
Caminan sobre el césped del jardín, cortan flores,
y se van de la mano de Musset o Samain.

Aman las frases bellas y las mañanas claras.
Una estatua impasible las puede conmover.
Esperan la llegada de las tardes de otoño
porque, tras los cristales, todo de oro se ve...

Y vienen los domingos a cortar rosas. Saben
que el eco de sus voces para mí grato es.
Entre las hojas quedan sus risas armoniosas;
ellas seguramente se ríen sin saber.

Mis primas, cuando llueve, no vienen. Dulcemente
aparto los capullos que el viento hará caer;
hago un ramo con ellos y pongo bajo el ramo
un volumen de versos de Musset o Samain.

***

Libro de estampas

Viejo libro de estampas siempre fresco a mi anhelo
de buscar la invisible huella de sus pupilas.
Ella vivió el ambiente puro de cada cielo
y detuvo su asombro frente a un seto de lilas.

Quién sabe qué silencio musical le dio un lago
y qué ramo de rosas los canales dormidos...
Para su fantasía, del matiz tenue y vago
se elevaba una estela diáfana de sonidos.

¡Cuántos ensueños truncos errarán todavía
por las sendas sin nombre de estos quietos paisajes!
¡Cuánta leve nostalgia, cuánta melancolía
tejida en el transcurso de fantásticos viajes!

***

Canción de los domingos de infancia

Tout est fini, les dimanches son morts
Todo está concluido, los domingos son muerte
Mes pauvres petits dimanches son morts
Mis pobres pequeños domingos son muerte
Max Elskamp (Dominical)

Por mi memoria pasan como estampas borrosas
los castos y tranquilos domingos de mi infancia:
ramo azul de glicinas y campanas tediosas
entre un viento que extiende dolorosa fragancia.

Rayos de sol que quiebran la limpia superficie
de los viejos espejos que nos conocen tanto.
Rosales que se vuelcan en fragante molicie
y rosas que prolongan dominical encanto.

Niños de rostros pálidos y pupilas llorosas
que no tienen domingos ni una vez por semana.
Niños que viven entre letanías silenciosas:
carne de lirios que una brisa herirá mañana.

Nubes desvanecidas como trémulos lienzos
y nubes donde nace la tristeza del día.
Soledad un poco gris de esos patios inmensos
donde los escolares dejaron su alegría.

Musgo crepuscular de los gastados muros
que sugieren el miedo de morir o enfermarse.
Ventanas de cristales límpidos e inseguros
donde la niebla lenta fantasías esparce.

Caminar de muchachas que esperan la llegada
de este día, en que las bellas palabras se conciertan.
Angustia persistente de una rama quebrada
junto a las otras ramas que bajo el sol despiertan.

Nostalgia indefinida de que se acabe el día
y soñar que mañana no iremos a la escuela.
Crece el árbol oculto de la melancolía
y el sueño de la noche nos envuelve en su estela.

Doblan calladamente las campanas tediosas
y las brisas dispersan una antigua fragancia:
por mi memoria pasan como estampas borrosas
los castos y tranquilos domingos de mi infancia...

***

Las tardes

Siempre estás como ausente de la tarde. ¿Qué lago
invisible y lejano recogerá tu imagen?
Líquido estremecido por un perfil tan vago
se tornará sensible cuando los astros bajen.

Temo quebrar la magia de tus vírgenes sendas
con la torpe palabra que mi labio pronuncia.
Tendré que ser más leve para que me comprendas,
o tú bajar al mundo como agua que renuncia.

Siempre estás como ausente de la tarde. ¿Qué brisa
se lleva tu silencio cargado de leyendas?
De paisajes soñados se nutre tu sonrisa
Tendré que ser más leve para que me comprendas.

***

De viaje

Un niño, frente a mí, va mirando el paisaje;
sus ojillos descubren las flores campesinas
y como el tren se lanza por valles y colinas
este niño se llena de emoción en el viaje.

Silabea palabras que apenas oigo, asombra
esa mirada suya penetrante y tranquila,
se dijera que ansía que su clara pupila
aprisione los bellos pormenores que nombra.

Los demás, abstraídos, el paisaje olvidamos.
El pensamiento nuestro cesa de hilar, reposa...
Yo me he dicho ante el niño que admira el cielo rosa:
él es el más poeta de los que aquí viajamos. "

***

Calle

Amo el silencio humilde de esta calle
ennoblecida de árboles serenos
por donde nunca pasó otra alma
que no sea la del viento...

Las nubes se detienen a mirarla
con sus ojos etéreos,
y saben, por la ausencia de las hojas,
si está en ella el otoño o el invierno.

Amo el silencio humilde de esta calle
ennoblecida de árboles serenos
por donde caminé tantos domingos
con mi pequeño huerto de recuerdos...

Cuando yo muera, amigo, habrá quedado
en esta calle lo mejor que tengo:
El rosal escondido de mis penas
y la música vaga de mis sueños.

***

Soneto

¿Qué resplandor remoto así te alumbra? 
¿De dónde viene ese fulgor que baña tu palidez 
de estampa en la penumbra 
o qué ángel de la guarda te acompaña? 

Cielo que no es el cielo azul celeste, 
otro cielo más puro es el que miras. 
Al contemplarte pienso que respiras 
un musical ambiente que no es éste. 

Tu ser, casi irreal, sensibiliza 
el aire que circunda tu presencia 
(Aire como de sueño no soñado). 
En tus silencios largos se eterniza 
la callada inocencia 
del ángel tutelar que va a tu lado.

***

Tercetos a Ligeia

Ligeia, tu recuerdo da color a mis tardes. 
Está en la luz como una presencia clara y suave
y es el aroma limpio que viene del paisaje.

Tu voz, desvanecida por la ausencia, perdura
más que como una música
como otra imagen tuya...

Tu recuerdo, Ligeia, despierta antiguos sueños:
las baladas que nunca llegué a escribir. Me acuerdo,
cuando digo tu nombre, de los primeros versos.

Evoco los sencillos ejercicios de piano
que estudiabas, tan blancos
como tus finas manos.

Pienso en el libro diáfano que en voz baja leías
y en los últimos cielos que vieron tus pupilas
en un septiembre lento con olor a glicinas.

Por eso tu recuerdo da color a mis tardes...

***

Estancias de la primavera

I
Vas por ese sendero florecido
que has cuidado lo mismo que si fuera un hermano.
Con el libro de versos de un poeta querido
llevas la primavera nostálgica en la mano.

II
Se hace sensible el agua como si comprendiera
que son nubes y ramas las cosas que ella mece.
Cada regazo acoge la nueva primavera
y entre la brisa el eco del otoño florece.
Domingos de septiembre con el color sereno
de los primeros sueños que del alma se adueñan.
El sol hace más honda la fragancia del heno
y los enfermos sueñan... 

III
Tardes de primavera vuelven a mi memoria
y recuerdo mi infancia que fue una larga tarde
detenida en un vasto jardín enarenado,
con cielos de acuarela y álamos musicales.

***

Versos A La Calle De Mi Novia

Vives en una calle donde siempre es domingo. 
Por esa calle única se derrama septiembre 
con sus campanas lentas, su aroma de glicinas 
y su tristeza casi alegre.

Un ángel invisible limpia la luz del aire: 
la luz eternamente fácil que te contiene. 
En sus cielos pacíficos una tarde sin nombre 
se ha detenido para siempre.

Tal vez por esa calle llegara hasta tu infancia: 
seto de lilas, libro de oraciones celestes, 
agua de primavera, tu nombre y senda clara 
que conduce a una calle donde es domingo 
siempre.

***

El alma se me llena de estrellas

El alma se me llena de estrellas 
cuando pienso que moriré. 
Imagino espirales de incienso 
decorando la caja mortuoria; 
luego el canto triste de las campanas.  
(Igual que en viernes santo
llorarán las campanas porque yo fui creyente, 
porque yo hablé de Cristo melancólicamente.) 

Después, ese silencio divino 
que buscaba día a día en la vida, 
pero que no encontraba. 
Después, la paz profunda.

Y al poco tiempo, acaso, 
se esfumarán mis ojos en el pálido ocaso del recuerdo... 
Y entonces el compañero amado 
dirá que fui una llama de luz que se ha apagado.
Y la amiga lejana de mis días adversos 
abrirá el cofrecillo lírico de los versos 
y volcará las hojas pálidas de las rosas 
que yo gusté ofrendarle en las tardes hermosas. 

Mientras tanto la muerte no llega...
Pienso en ella 
y en mi alma florece de emoción 
una estrella.