jueves, octubre 30, 2014

Francisco Villaespesa, I

Francisco Villaespesa 

Francisco Villaespesa Martín 
(Laujar de Andarax, Almería, 15 de octubre de 1877 - Madrid, 9 de abril de 1936), poeta, dramaturgo y narrador español del Modernismo.
Poeta y ensayista español nacido en Laujar, Almería, en 1877. 
A pesar de que inició estudios de Derecho en la Universidad de Granada, los abandonó para dedicarse de lleno a la carrera literaria. 
En 1897 se radicó en Madrid donde además de dirigir  y colaborar con famosas revistas de la época, publicó en 1898 su primer libro de poesía, «Intimidades». 
A partir del año de 1900 con «La Copa del Rey Thule», se consagró como el precursor del Modernismo en España, sin abandonar nunca su tendencia romántica y bohemia.
De su abundante obra merecen destacarse «Tristitiae rerum», «Las fuentes de Granada», su obra de teatro «El Alcázar de las Perlas» y «La rueca».
Aquejado de arterioclerosis, de insuficiencia gástrica y de hipertensión, entre otros achaques, enfermó gravemente en 1930 cuando se hallaba en Brasil, y volvió a España, donde sus males se agravaron en 1933; falleció en 1936.

Animae rerum

Al mirar del paisaje la borrosa tristeza
y sentir de mi alma la sorda pena oscura,
pienso a veces si esta dolorosa amargura
surge de mí o del seno de la Naturaleza.

Contemplando el paisaje lluvioso en esta hora
y sintiendo en mis ojos la humedad de mi llanto,
ya no sé, confundido de terror y de espanto,
si lloro su agonía o si él mis penas llora.

A medida que sobre los valles anochece,
todo se va borrando, todo desaparece...
El labio, que recuerda, un dulce nombre nombra.

y en medio de este oscuro silencio, de esta calma,
ya no sé si es la sombra quien invade mi alma
o si es que de mi alma va surgiendo la sombra.

***

¿Conoce alguien el amor? 

¿Conoce alguien el amor?
¡El amor es un sueño sin fin!
Es como un lánguido sopor
entre las flores de un jardín...

¿Conoce alguien el amor?
Es un anhelo misterioso
que al labio hace suspirar,
torna al cobarde en valeroso
y al más valiente hace temblar;
es un perfume embriagador
que deja pálida la faz;
es la palmera de la paz
en los desiertos del dolor...

¿Conoce alguien el amor?
Es una senda florecida,
es un licor que hace olvidar
todas las glorias de la vida,
menos la gloria del amar...
Es paz en medio de la guerra.
Fundirse en uno siendo dos...
¡La única dicha que en la tierra
a los creyentes les da Dios!
Quedarse inmóvil y cerrar
los ojos para mejor ver;
y bajo un beso adormecer...,
y bajo un beso despertar...
Es un fulgor que hace cegar.
¡Es como un huerto todo en flor
que nos convida a reposar!

¿Conoce alguien el amor?
¡Todos conocen el amor!
El amor es como un jardín
envenenado de dolor...,
donde el dolor no tiene fin.

¡Todos conocen el amor!
Es como un áspid venenoso
que siempre sabe emponzoñar
al noble pecho generoso
donde le quieran alentar.

Al más leal traidor,
es la ceguera del abismo
y la ilusión del espejismo...
en los desiertos del dolor.

¡Todos conocen el amor!
¡Es laberinto sin salida
es una ola de pesar
que nos arroja de la vida
como los náufragos del mar!
Provocación de toda guerra...,
sufrir en uno las de dos...
¡La mayor pena que en la tierra
a los creyentes les da Dios!
Es un perpetuo agonizar,
un alarido, un estertor,
que hace al más santo blasfemar...
¡Todos conocen el amor!

*** 

La rueca

La virgen hilaba,
la dueña dormía,
la rueca giraba
loca de alegría.

¡Cordero divino,
tus blancos vellones
no igualan al lino
de mis ilusiones!

Gira, rueca mía,
gira, gira al viento,
que se acerca el día
de mi casamiento.

Gira, que mañana
cuando el alba cante
la clara campana,
llegará mi amante.

Hila con cuidado
mi velo de nieve,
que vendrá el amado
que al altar me lleve.

Se acerca; lo siento
cruzar la llanura,
me trae la ternura
de su voz el viento.

Gira, gira, gira,
gira, rueca loca,
mi amado suspira
por besar mi boca.

Cordero divino,
tus blancos vellones
no igualan al lino
de mis ilusiones.

La niña cantaba,
la dueña dormía,
la luz se apagaba
y sólo se oía

la voz crepitante
de leña reseca
y el loco y constante
girar de la rueca.

*** 

Misa del alba

En el dulce silencio campesino,
y en copas de cristal, el labio bebe
la frescura del alba, como un vino
de rosas rojas conservado en nieve.

La geórgica blancura de un molino
como en una oración sus aspas mueve...
Se apaga el astro y se despierta el trino,
y una paz celestial de todo llueve.

¡Oh, sentir, entre sueños, el sonoro
clamor de la campana cristalina
llamando a misa con su voz de oro..!

¡Y mirar florecer en tu ventana,
en el pico de alguna golondrina,
la campanilla azul de la mañana!

*** 

Ocaso

Asómate al balcón; cesa en tus bromas,
y la tristeza de la tarde siente.
El sol, al expirar en Occidente,
de rojo tiñe las vecinas lomas.

El jardín nos regala sus aromas;
mece el aire las hojas suavemente,
y en las blancas espumas del torrente
remojan su plumaje las palomas.

Al ver con qué tristeza en la llanura
amortigua la luz su refulgencia,
mi corazón se llena de amargura...

¡Quizá el amor que en vuestros pechos arde,
apagarse veremos en la ausencia,
como ese sol en brazos de la tarde!...

*** 

Pureza de jazmines

¡Jazminero, tan frágil y tan leve
que bastara con un soplo de aliento
para que disipases en el viento
tu intacta castidad de plata y nieve!...

Tu pureza me evoca aquella breve
mano de espumas y de encantamiento,
que ni siquiera con el pensamiento
mi corazón a acariciar se atreve.

Con su blancura a tu blancura iguala;
con tus piedades sus piedades glosas...
Como tú, tiene el corazón florido;

y, también como tú, también exhala
sobre el eterno ensueño de las cosas
un perfume de amor, luna y olvido.

*** 

Ten un poco de amor para las cosas...

Ten un poco de amor para las cosas:
para el musgo que calma tu fatiga,
para la fuente que tu sed mitiga,
para las piedras y para las rosas.

En todo encontrarás una belleza
virginal y un placer desconocido...
Rima tu corazón con el latido
del corazón de la naturaleza.

Recibe como un santo sacramento
el perfume y la luz que te da el viento...
¡Quién sabe si su amor en él te envía

aquella que la vida ha transformado!
¡Y sé humilde, y recuerda que algún día
te ha de cubrir la tierra que has pisado!

***  

Tu recuerdo

Un «¡espera!», un «¡recuerda!» es cuanto queda
de tu voz en mi oído... ¡todo es eso!
¡Nunca en tus labios floreció mi beso!
¡Jamás mis sueños perfumó la seda

de tus cabellos..! Bajo la arboleda
nos dijimos ¡adiós..! Y en un exceso
de orgullo y de rencor, quitose el preso
sus cadenas de rosas... ¡Dios conceda

a tu alma la dicha ambicionada!
Yo, en las frías tinieblas de la nada
con pasos de sonámbulo me pierdo...

¡Y aullando de dolor, sobre la arena
del pasado, mi vida es una hiena
devorando el cadáver de un recuerdo!

***

Utopía

Si yo fuese un orfebre florentino,
sobre el cristal de una esmeralda clara
con unción religiosa, cincelara
la línea audaz de tu perfil latino.

Y en el más puro oro, en el más fino,
después, como una lágrima engarzara
la verde gema, para que brillara
en medio de tu seno alabastrino.

Y si fuera pintor, ¡con qué cuidado,
con mi pincel, por el amor guiado,
diluiría en la cándida vitela

de un abanico tu sutil figura,
entre el rosa fragante y la frescura
de un florido paisaje de acuarela!

***

A la fortuna

Cuatro muros de cal, libros, y una
ventana al campo, y en la lejanía
las montañas o el mar, y la alegría
del sol, y la tristeza de la luna:

eso a mi eterna laxitud moruna,
para vivir en paz le bastaría...
¡Bien poco es lo que pides, alma mía,
pero menos te ha dado la Fortuna!

Échate, alma, a recordar... ¡Infancia
sin madre, adolescencia sin amores,
juventud sin placer!... ¡Así has vivido!...

¡Y ahora, un caduco otoño sin fragancia,
un pálido luar sin ruiseñores,
y un amor imposible sin olvido!

jueves, octubre 23, 2014

Julio Zaldumbide Gangotena, V

Julio Zaldumbide Gangotena

Nació en Quito el 5 de junio de 1833. Hijo legítimo de Felipa de Gangotena y Tinajero y de Ignacio Zaldumbide Izquierdo, miembro de la Sociedad del Quiteño Libre en 1833, combatió a lado del general José María Sáenz y fue asesinado a lanzadas después el combate de Pesillo, cuando estaba rendido. “Su nombre constituye baluarte de civismo y signo de la saña del elemento militar extranjero adueñado del país” quiteños. Ha sido un poeta romántico apesar de publicar solo dos folletos, uno político, sobre García Moreno y otro dedicado "A María". Dejó, sin embargo, una serie de poesías dispersas en periódicos y publicaciones menores. La obra de Zaldumbide es melancólica y revela un amoroso apego a la naturaleza y al paisaje.

«Me basta sentir como poeta; 
el ser tenido como tal me importa poco»

Madrigal

¿Qué dices, Laura, de esta flor? ¡Qué hermosos
sus pétalos en lustre y en color!
Mira con qué arte agrúpanse graciosos
del frágil tallo asidos al redor.

Empero, ve de un soplo disipada
tanta hermosura... ¡Efímero primor!
¿Qué ves ya de la flor? El tallo... nada,
porque en no habiendo pétalos, no hay flor.

Ahora, Laura, dime: ¿De qué el emblema
aquellas hojas y este tallo son?
¿De tu placer, de tu beldad suprema,
de tu inocencia o tu fugaz pasión?

No imagen tuya, Laura, esas caídas
hojas, y el despojado tallo son:
las hojas son mis ilusiones idas
y el tallo es mi desierto corazón.

***

Trova

Son tus ojos dos estrellas
que derraman luz y amores
celestial;
y luces entre las bellas,
como el lirio entre las flores
virginal.

Tú, la más linda en la danza,
tú, la de más gentileza,
más primor;
y puestas en la balanza
mil bellezas, tú belleza
la mejor.

Feliz aquel que se abrace
en la lumbre de tus ojos
seductores;
feliz quien su vida pase
en tributarte de hinojos
su amores;

y por ti viva gimiendo,
por ti viva suspirando,
por ti muera;
aunque se fuere volviendo
un sueño el bien que, soñando,
de ti espera:

que no han de ser duras penas
las que por ti en los amores
le vendrán,
y del amor las cadenas
pesadas no, mas de flores
le serán.

Dichoso quien de tu boca
suspire por solo un beso
de ambrosía,
y en la ilusión que él evoca,
sea tu sombra su embeleso,
noche y día.

Y de la noche a la aurora
de un alba a la otra, soñando,
crea cierto
que de hinojos te enamora,
y entre un sí y un no, temblando,
dude incierto:

que esa angustia que le prensa,
esa profunda zozobra
que le abisma,
tiene en sí su recompensa:
el dulce placer que cobra
de sí misma...

¡Oh, quien goce de tu amado
labio las sonrisas llenas
de consuelo,
podrá decir que ha gozado
en este valle de penas
todo un cielo!

Y aquel feliz que obtuviera
un beso en prenda inefable
de tu amor,
¡vive Dios! que no dijera
que la vida es yermo horrible
de dolor.

*****

Fragmentos

En los campos del éter las estrellas
son flores celestiales, y en el suelo
vosotras sois estrellas de colores.

Mayo en el huerto y en el cielo;
el cielo, rosas como estrellas:
el huerto, estrellas como rosas.

Mi lira, la voz templada tiene
sólo para el gemido...

¡Bella esperanza! cuando ya cercano
me hallare yo a la tumba apetecida,
mis ojos cerrará tu dulce mano,
y olvidaré el tormento de la vida.

viernes, octubre 17, 2014

José María Napoleón ♫


José María Napoleón

José María Napoleón Ruiz Narváez

es un cantautor mexicano nacido en Aguascalientes, el 18 de agosto de 1948.

30 Años

Porque faltan palabras para decirte 
Porque sobran razones para explicarte 
Porque cuento los días de aquí hasta mayo 
Porque pasa la vida y te sigo amando 
Porque tiemblan mis manos cuando las tuyas 
me hacen una caricia de contrabando 
Porque tiene sentido por ti la vida 
Porque tanto te quiero, porque te extraño 

Llegaste tú 
y contigo se abrieron de nuevo a la vida 
mis cansados brazos. 

Llegaste tú, 
y se fueron los fríos 
se acabaron las penas, 
y al calor de tus labios 
nació el amor 
como nunca en la vida de mis 30 años, 
como nunca en la vida de mis 30 años. 

Porque con nada compro 
lo que tú me has dado 
pero si de algo sirve 
lo que he ganado 
sin pensarlo siquiera 
todo lo cambio 
por compartir la vida 
junto a tu lado. 

Llegaste tú 
y contigo se abrieron de nuevo a la vida 
mis cansados brazos. 

Llegaste tú 
y se fueron los fríos 
se acabaron las penas, 
y al calor de tus labios 
nació el amor 
como nunca en la vida de mis 30 años, 
como nunca en la vida de mis 30 años. 

Felicitaciones, con tu esfuerzo y con la ayuda de Dios, te sean concedidos los anhelos de tu corazón. 

jueves, octubre 16, 2014

Julio Zaldumbide Gangotena, IV

Julio Zaldumbide Gangotena


Nació en Quito el 5 de junio de 1833. Hijo legítimo de Felipa de Gangotena y Tinajero y de Ignacio Zaldumbide Izquierdo, miembro de la Sociedad del Quiteño Libre en 1833, combatió a lado del general José María Sáenz y fue asesinado a lanzadas después el combate de Pesillo, cuando estaba rendido. “Su nombre constituye baluarte de civismo y signo de la saña del elemento militar extranjero adueñado del país” quiteños. Ha sido un poeta romántico apesar de publicar solo dos folletos, uno político, sobre García Moreno y otro dedicado "A María". Dejó, sin embargo, una serie de poesías dispersas en periódicos y publicaciones menores. La obra de Zaldumbide es melancólica y revela un amoroso apego a la naturaleza y al paisaje.



«Me basta sentir como poeta; 
el ser tenido como tal me importa poco»

La tarde

Con majestad sublime el sol se aleja,
y el extendido cielo
a las encapotadas sombras deja,
que ya le cubren con umbroso velo.

¡Qué solemne misterio! ¡Qué profunda
de paz y de oración grave tristeza.
ya el sol llega al ocaso
y la noche le sigue a lento paso.

En duelo universal naturaleza
se despide de aquel que la fecunda:
triste el cielo se enluta, gime el viento,
el mundo eleva unísono lamento.

Ya el rumiador ganado lentamente
desciende por la húmeda colina;
cansado el labrador deja la era
y a su rústica choza se encamina.

¡Qué misteriosa el aura pasajera
suspira y pasa! El ave en sordo vuelo
por las ramas se mete en pos del nido.
Sólo se oye el zumbido
de los insectos, que tal vez lamentan
desde la yerba del humilde suelo
la partida del claro rey del cielo.

¡Adiós, sol refulgente!
Yo también uniré mi voz humilde
a la voz elocuente
en que un sentido adiós te envía el mundo.
Tú no puedes parar, ni más despacio
puedes seguir tu arrebatado giro;
la mano omnipotente
a recorrer te impulsa sin reposo
las vastas soledades del espacio,
esos serenos campos de zafiro;
pero mañana volverás glorioso
a darnos vida y luz, astro fecundo...

De la meditación la voz me llama
a vagar solitario en la arboleda.
Anhelo ahora soledad, silencio...
allí los hallaré. El aura leda
duerme en las flores y la blanda grama
el son apaga de mis pasos lentos.

Como las sombras cunden de la umbría
noche en el cielo, así en el alma mía
cunden ya dolorosos pensamientos;
y una hoja que desciende,
algún eco fugaz, una avecilla
que errante y solitaria el aire hiende,
la leve nubecilla
que viaja a reclinarse allá en el monte,
o a perderse lejana
en el vago horizonte;
todo me causa una emoción profunda,
me aprieta el alma una indecible pena
y de improviso mi pupila inunda
de inesperado llanto amarga vena.

¡Melancólica tarde, tarde umbría!
Desde que pude amar me unió contigo
irresistible y dulce simpatía.
Tú fuiste siempre confidente mía,
tú fuiste, tú el testigo
de mis más tiernos e íntimos deseos
y locos devaneos;
tú de mi corazón, tú de mi alma
el seno más recóndito conoces.
¿Qué lágrimas vertí que no las vieras?
¿Exhalé alguna vez triste suspiro
que errando con las auras no lo oyeras?
¿Qué secreto agitó nunca mi seno
que a tus calladas sombras lo ocultara?
¡Qué de sueños de amor y de ventura,
qué de ilusiones halagüeñas viste
en mi pecho formarse
con esperanzas halagarme el alma
y para siempre en humo disiparse...!

Todo esto, ¡ay infeliz, todo me acuerda
esa tu sombra triste
y sin poder valerme huye la calma
del centro de mi espíritu agitado
y el dique rompe en férvido torrente,
el llanto, por mis ojos desbordado...!

¡Es preciso olvidar! Córrase el velo
del olvido sobre ese de amargura
pasado tiempo. A mi dolor consuelo
sólo tú puedes dar, alma natura;
yo por ti el mundo abandoné engañoso,
para buscar en ti dulce reposo.

¡Oh, tarde! Estas heridas mal cerradas
que aún sangran y renuevan mi tormento,
pasará el tiempo y las verás curadas.
Nunca de hoy más, halagará mi oído
de pérfida ilusión el dulce acento,
ni buscaré la flor do está la espina.
Quiero vivir contento
en esta amable estancia campesina,
aquí cavaré tumba a mis dolores;
y ajeno de ambición, de envidia ajeno
aquí (si tanto diérame la suerte)
como tu sombra espero cada día
esperaré sereno
esa de la existencia tarde umbría,
nuncio feliz de la esperada muerte.

***

Las estaciones
A Laura

Cuatro estaciones hay en nuestra vida
como en el año, Laura:
Una en que el cielo es puro, mansa el aura,
que corre entre las flores adormida:
ésta es aquella dulce edad primera,
de nuestra vida alegre primavera.

Tras ésta viene aquella que aquilones
tan furiosos desata,
que nuestras ilusiones arrebata,
y nos deja por fin sin ilusiones;
como el ventoso otoño que despoja
de su verdor el bosque hoja por hoja.

Después, muerta la fe, la ilusión ida,
y en su lugar la duda,
nuestra existencia en soledad se muda,
se esteriliza el campo de la vida
al abrasado soplo del hastío;
ésta es la edad sin flor, es el estío.

Y viene en fin aquella edad sombría
de miserias cargada,
que ya se hunde en las sombras de la nada,
la escuálida vejez, la vejez fría,
envuelta de dolor en las tinieblas:
invierno triste de ateridas nieblas.

Y estas cuatro estaciones de la vida,
una tras otra vienen,
y pasan ¡ay! y nunca se detienen
del raudo tiempo en la veloz corrida,
que sacando a los hombres de la nada
los lleva de la muerte a la morada.

***

Los árboles

Del África abrasada en las arenas,
de la Siberia en el perenne hielo,
en la sierra, en el llano,
del polo al ecuador; con larga mano,
cual las estrellas pobló su vasto cielo,
así los espació Dios Soberano
por toda la ancha faz del grande suelo.

Nacen doquier. En número sin cuento
la tierra los engendra y alimenta;
su tronco se levanta al vago viento,
y una corona de verdor sustenta
en sus flexibles ramas;
templan del sol las devorantes llamas,
y son gala del mundo y ornamento.

Purifican los aires con sus hojas,
hay en sus troncos bálsamos preciosos
que al cuerpo vuelven la salud perdida;
casa apacible, plácida guarida,
y tálamo fecundo de las aves
son sus ramos umbrosos;
pendientes de ellos nacen dulces frutos
que ofrecen generosos
a los hombres, las aves y los brutos.

En medio del desierto caluroso
que ardiendo reverbera
bajo un sol devorante,
halla el árabe errante
una umbría palmera
que sosiego y frescura le convida:
¡emblema dulce, hermoso,
del amor en el yermo de la vida!

Ciñe el mirto amoroso
la sien de Venus; la apacible oliva
orna la frente de la paz fecunda;
mientras el laurel glorioso
entreteje la bárbara corona
que ciñe la iracunda,
sangrienta sien de la feroz Belona.

Del voluptuoso Oriente en los serrallos
sirven para deleite de los moros:
allí suspiran y aman las sultanas
a la sombra de grandes sicomoros.

Del Inglés en los parques majestuosos,
en bellos grupos y armoniosas calles
muéstranse artificiosos
hasta do alcanza el arte de los hombres;
y en las selvas de América sin nombres,
a cuya sombra innumerables seres
crecen, se multiplican; muestran sólo
en su grandeza y profusión pasmosa
del Creador la mano poderosa.

Ellos son confidentes
de nuestros amorosos pensamientos:
los amantes confían sus tormentos
a sus cortezas rudas;
de ellas hacen papel, porque ellas cuenten
sus secretos amores,
sus íntimos dolores
a las agrestes soledades mudas;
y las aves también entre sus hojas
suspiran sus congojas,
cantan sus alegrías
y saludan con himnos armoniosos
el despuntar de los brillantes días.

A su apacible sombra juguetea
la festiva niñez, y se recrea
trepando por sus troncos elevados,
suspendiendo columpios en las ramas
para girar cortando el vago viento,
entre aplausos y risas de contento.
A su apacible sombra ama y suspira
la juventud ardiente,
y de sus hojas el murmullo vago
hace pasar por su inflamada frente
dulces sueños de amor con que delira.

A su apacible sombra, la marchita
ancianidad medita
sobre el pasado bien y el mal presente,
y el son del viento que en las hojas zumba
habla a su alma triste y vagamente
de la otra vida que tendrá, infinita.

¡Oh, cuántos los amamos!
¡Oh, cuánto en su hermosura nos gozamos!
Con su frescura y gala nos recrean
en nuestro hogar, y así la humilde choza
como el palacio espléndido hermosean.
¡Hasta en la tumba fría
nos hacen apacible compañía!

¡Y, cuánto os amo yo, árboles bellos!
¡Y cuántas, ya de amor, ya de tristeza,
o ya de soledad, fugaces horas
pasé a la sombra de las hojas vuestras!
¡Mil secretos de mi alma solitaria,
mil recuerdos de amor viven en ellas;
y siempre que las auras las agitan,
en su murmullo animador despiertan,
y una lágrima cae de mis ojos,
y hondo suspiro de mi pecho vuela!
Os amé en otro tiempo de ventura
y ahora os amo más en la tristeza.
Os amé alegre y os adoro triste,
y os he de amar hasta que muerto sea,
y más allá... ¡Ciprés de opaca sombra!
¡Triste ciprés! Vendrás cuando yo muera
a acompañar mi solitaria tumba;
¡y allí mi sueño sempiterno, vela!

jueves, octubre 09, 2014

Julio Zaldumbide Gangotena, III

Julio Zaldumbide Gangotena


Nació en Quito el 5 de junio de 1833. Hijo legítimo de Felipa de Gangotena y Tinajero y de Ignacio Zaldumbide Izquierdo, miembro de la Sociedad del Quiteño Libre en 1833, combatió a lado del general José María Sáenz y fue asesinado a lanzadas después el combate de Pesillo, cuando estaba rendido. “Su nombre constituye baluarte de civismo y signo de la saña del elemento militar extranjero adueñado del país” quiteños. Ha sido un poeta romántico apesar de publicar solo dos folletos, uno político, sobre García Moreno y otro dedicado "A María". Dejó, sin embargo, una serie de poesías dispersas en periódicos y publicaciones menores. La obra de Zaldumbide es melancólica y revela un amoroso apego a la naturaleza y al paisaje.



«Me basta sentir como poeta; 
el ser tenido como tal me importa poco»

La estrella de la tarde

I

¡Salud, oh estrella de la tarde!, rosa
del jardín del crepúsculo brotada;
¡salud, estrella de la tarde!, hermosa
cual virgen al festín aparejada.

¡Estrella del amor!, cuando te miro
brillar entre las sombras ¿por qué, dime,
triste mi corazón lanza un suspiro
y un ansia vaga de llorar me oprime?

¿Por qué tu puro rayo me estremece?...
¿Por qué, oh Natura, si tus cuadros veo
a esta hora melancólica, padece
mi alma, mecida en triste devaneo?

¡Vaga tristeza! ¡Envuélveme en tu velo!
Guía mis pasos por la hojosa alfombra
de estos hermosos árboles; anhelo
sólo silencio, soledad y sombra...

La dulce sombra de mi amada, a solas,
vendrá tal vez a suspirar conmigo,
junto a este río de dormidas olas,
de los placeres de los dos testigo.

II

Era la tarde. Aquí bajo estos sauces,
sentado al margen de este mismo río,
yo te miraba, estrella, en el sombrío
crepúsculo brillar.

El agua en su cristal te reflejaba
y corría con plácido murmullo;
de la tórtola oía el blando arrullo
del aura el suspirar.

Y yo esperaba con el alma triste,
inquieto el corazón y palpitante;
atento oyendo de la brisa errante
el más leve rumor;

y al fin de tantas, tan amargas horas
de vano padecer y ansiar penoso,
¡ay! esperaba el término dichoso
de mi acerbo dolor.

La sombra del cuidado, de mi frente,
al escuchar tu voz desparecía,
a tu celeste aparición latía
mi amante corazón.

La esperanza que el pecho me agitaba
se exhaló al aire en canto melodioso;
mi lira resonó con vagaroso,
melancólico son.

III

Cual sílfide ligera que del prado
no huella con sus pies la leve alfombra,
cual con callado vuelo, entre la sombra
viene un ángel al triste a visitar,
por entre la espesura de ese bosque,
y de la tarde al esplendor de rosa,
ligera y sin rumor, cándida, hermosa,
cuán venturoso, la miré llegar.

Después, tú viste, estrella de los cielos...
Mas, ¿quién podrá contar lo que tú viste?
¿Dónde una misteriosa lengua existe
que dé su acento al inefable amor?
¡Ah! ¡si supiera hablar como las auras
que vagan por el aire y se adormecen
en tálamos de flores, o estremecen
los árboles con plácido rumor!

Si fuera el ruiseñor enamorado
que cuenta a los rosales sus dolores
que revela a la brisa y a las flores
los ardientes secretos de su amor;
si tuviera la lengua del arroyo
que manso corre por el prado hermoso,
que bulle en los jardines sonoroso,
o salta del marmóreo surtidor.

Entonces, al compás de mi arpa triste,
contara mi secreto a las auroras,
a la luna y al sol... a todas horas,
y siempre, siempre con igual fervor.
Mas quede oculto: el sello del silencio
guarde en mi alma el tesoro de ternura;
y cuelgue el arpa aquí de mi ventura...
¡ya el placer, el amor, todo pasó!

¡El placer, el amor!... ¡Ah! mi existencia
de nuevo la tristeza martiriza;
esta lágrima, oh Dios, que se desliza
te dice sola lo feliz que fui.
Cuando luce la estrella vespertina,
vuelvo a pensar en mis pasadas glorias
y en la copa feliz de mis memorias
vuelvo a beber el néctar que bebí.

***

La mañana

Leve cinta de luz brilla en Oriente,
como la fimbria de oro
del ropaje del sol resplandeciente;
y éste es el nuncio de la luz del día.
El pueblo de las aves que dormía
en el regazo de callada noche
rompe el silencio en armonioso coro,
y un cántico levanta al que infalible
su cotidiano sol al mundo envía.

Raya el alba; las sombras que esparcidas
por los aires, tejían silenciosas
el tenebroso velo
en que yacía envuelto el ancho suelo,
ciegas ante la luz y confundidas
se rompen, al ocaso retroceden,
y el espacio y el cetro al día ceden.
Recoge el manto la vencida noche,
y aparece triunfante
entre aplausos y goces de victoria,
en su inflamado coche,
el Rey del Cielo espléndido y radiante.

Cunde al punto la luz de la mañana,
se alegra el valle, el monte resplandece,
la niebla que en la noche cubrió el suelo
se rompe fugitiva y desvanece,
o en ondeantes penachos sube al cielo.
Bulle el viento en los árboles sonoro,
brilla en las verdes hojas el rocío,
murmura el arroyuelo
entre las flores dulce, y más osado
rumor levanta el impetuoso río;
allá resuena la floresta umbría
con el alegre, bullicioso coro
de pájaros cantores.

Despiertan la cabaña y la alquería;
del humo del hogar al cielo sube
la doméstica nube,
y la vista recrea
el afanar del laborioso día:
ya el labrador empuña el curvo arado,
y alegre con la idea
de la futura henchida troje, rompe
el seno inculto del fecundo suelo,
poniendo la esperanza y el cuidado
en el labrado surco y en el cielo;
se abre el redil y saltan las ovejas
y vanse por el campo derramadas
la tierna grama que mojó el rocío
paciendo regaladas.
Allá se agita, la afanosa siega
y la dorada espiga
al corvo diente de la hoz entrega
el precioso tesoro,
galardón del sudor y la fatiga.

¿En dónde estás ahora,
oh noche, ciega noche engendradora
de larvas espantosas?
¿Dónde llevaste ya tu triste luna,
y tu corte de estrellas silenciosas?
Éste es él sol, que el alto cielo dora.
Éste es el sol, que viste
la campiña de espléndidos colores:
pintadas brillan a su luz las flores;
a su luz resplandece
la vívida esmeralda de los montes,
y aspirando en su luz Naturaleza
de inmortal vida el poderoso aliento,
rejuvenece su inmortal belleza.

Éste es el sol, a cuya luz el mundo
sacude el sueño que durmió profundo
en tu regazo, oh noche, y resonante
gira de nuevo en su eje de diamante,
lleno de juventud, de vida lleno,
como en aquel primero día, cuando
el ciego Caos fecundó tu seno,
y echaste dél afuera
la creación entera
que giró en los espacios rutilando.

¡Salve, oh tú esplendoroso
Rey de los otros orbes, sol fecundo!
Mi voz con la del mundo,
salve, te dice, genitor glorioso
de toda vida y todo ser que encierra,
por cuanto abarcas en tu luz, la tierra.

¡Cuán de otra suerte, oh sol, te saludaba
cuando yo, de los hombres
en el común tropel iba mezclado,
de la ciudad habitador hastiado!
El corazón marchito, el alma fría,
cegada ya la fuente
del entusiasmo, y el estéril tedio
consumiendo la flor de mi existencia,
mi juventud amada.

Tal era yo aquel tiempo, y tal vivía;
y entonces maldecía
tu refulgente luz, tu luz sagrada
porque ella no traía
placer al alma, ni al dolor remedio.

¡Ya ese tiempo pasó!... Hora que el cielo,
propicio en fin, mis votos ha cumplido,
dándome horas de paz, serenos días;
húndase en las tinieblas del olvido
esta de gran dolor época fiera;
no vengan sus recuerdos
a acibarar mis dulces alegrías:
regenerado estoy, y no quisiera
la idea conservar de lo que he sido.

A ti, naturaleza, esta que siento
inmensa vida rebosar en mi alma,
a ti la debo sola; tú eres fuente
de vida inagotable: el pecho triste
que se marchita al abrasado aliento.

De mundanas pasiones,
bañado en ti, renacerá al momento
al perdido vigor y nuevamente
encontrará perdidas emociones.
El infelice que bebió del mundo
el cáliz del dolor emponzoñado,
el labio ponga en tu raudal fecundo
y beberá el placer... Naturaleza,
tal hice yo, y en mí nuevo infundiste
gozo, desconocido a mi tristeza;
por ti mi herido pecho desmayado
vuelve a latir y en nuevo ardor se inflama,
y por ti en fin mi espíritu cansado
que aborreció la vida, ¡ya la ama!

***

La noche
Meditación

¡Oh noche! ¡Oh madre de la luz! Ahora
tú reinas en los ámbitos del cielo;
lejos huyó la luz deslumbradora,
cayó el rumor que levantaba el día,
y en tu regazo inmóvil duerme el mundo.

En el silencio general profundo,
ni se ve ni se siente el sordo vuelo
de tus calladas horas. Honda calma
reina doquiera, y dentro de mi alma.
Y ¡qué insólita calma! Noche pía,
tú me la infundes por la vez primera,
yo en otro tiempo al bullicioso día,
perseguido de insomnios, le imploraba
que te usurpase el mando de la esfera.
Yo en su bullicio mi dolor ahogaba,
y en su inquietud mis penas aturdía;
mas en tu muda soledad me hallaba
a solas con mi triste compañera,
la fiel tristeza; y me donaba el sueño
su deseado olvido y su beleño.

La paz ahora envías a mi seno,
y mis insomnes penas adormeces;
plácenme ya tus sombras, tu sereno
imperio en el espacio de astros lleno.
Ahora te bendigo, ¡noche augusta!
Ya el tardo vuelo de tus graves horas
no más maldecirá mi boca injusta;
no iré a turbar tu plácido reposo,
ni a lastimar tu adormitado oído,
rompiendo tu silencio majestuoso
por entregar pesares al olvido
en bullente festín o impura orgía,
de tu quietud profanación impía.

Más noble ocupación, más digno empleo
daré a tus horas de silencio y calma.
Los innúmeros astros que en ti veo,
las bóvedas del cielo majestuosas,
páginas son en que asombrado leo
y aprendo ahora sobrehumanas cosas;
en las alas del éxtasis mi alma
arrebatada va de mundo en mundo:
vuela, sube, desciende, vaga, gira
y mide la magnífica estructura
del universo; y reverente admira
en concierto inmortal, maravilloso
con que los astros rompen esa pura
región del cielo en giro luminoso.

Esta quietud universal, profunda,
el vago horror de las calladas sombras,
la muchedumbre de astros infinita
que del cielo los ámbitos inunda;
dentro infunden del alma que medita
dulce contemplación. El firmamento
es un libro de arcanos do se aprende
la ciencia de las ciencias, libro santo
abierto sólo al noble pensamiento
que a buscar la verdad su antorcha enciende,
que a las regiones de la luz se lanza,
y en pos de aquellos mundos vuela tanto
que al más remoto en raudo vuelo alcanza.

¡Oh, qué bajo, mezquino y miserable
noto este mundo lóbrego en que habito,
cuando miro la suma innumerable,
y en la grandeza y número medito
de esos mundos de luz! ¡Cuánto disuena,
este que el hombre mueve vano estruendo,
en la música aérea y armonía
con que del viento en la región serena
giran los otros orbes, dividiendo
en sempiterno revolver las horas
entre la noche y el brillante día!

¡Cuántos soles allá con su luz pura
los senos del espacio iluminando!
¡Ay, pero aquí... qué noche tan oscura!
¡Qué inmensidad y qué magnificencia
miro allá desplegarse anonadando
la oscura y vanidosa humana ciencia!
¡Qué pequeñez aquí; y a la par, cuánto
de afán, tumulto, estruendo y turbulencia!
Dos elementos sin cesar se agitan
debajo las estrellas silenciosas:
la humanidad y el océano; el mundo
les viene estrecho; airados se impacientan,
y traspasar sus límites intentan;
al abismo sus ondas precipitan,
hasta el cenit las alzan vanidosos;
mas por rocas eternas quebrantadas
en vana espuma sin cesar revientan.
¡Tanto tumulto en tan pequeño mundo!
¡Tanta soberbia en tan humilde estado!
¡Qué alzarse desde el suelo tan profundo!
¡Qué ambicionar desde tan bajo grado!...
Hombre insensato, alza los ojos, mira
al estrellado, augusto firmamento;
cuenta sus astros, su extensión mensura,
y dime si tu orgullo es más que viento;
más que hinchazón soberbia tu arrogancia,
tu impotente ambición más que locura,
y todo tu saber más que ignorancia.
Pon el oído, a ese lenguaje atiende,
mudo, pero elocuente de los cielos.
En él la voz de la verdad desciende,
y esa voz rompe los oscuros velos
que ofuscan tu razón, la nube ahuyenta
de tus pasiones, y a la luz radiante
de esas celestes lámparas, que alumbran
del espacio los senos más profundos,
el universo entero se presenta
a tus pasmados ojos, te deslumbra,
se postra ante él tu orgullo confundido,
y te miras un átomo, habitante
del más oscuro mundo de los mundos,
en la infinita inmensidad perdido...

Mira a lo alto otra vez, observa el giro
interminable, eterno, que los astros
por caminos celestes de zafiro
hacen dejando luminosos rastros.
Allá la eternidad pasma tu mente.
Vuelve ahora los ojos a este suelo,
y abate humilde la orgullosa frente,
mira la corta senda oscura y triste
que te aparta la tumba de la cuna,
y observa con qué raudo y presto vuelo,
y a costa de qué penas, de la una
a la otra vas... Aquí tus ojos hiere
la fatal brevedad de lo que existe
en tu vida y con ella fugaz muere.
¡Oh, qué contraste doloroso al alma
salta ahora a mis ojos, imprevisto!
¡Estrellas inmutables, silenciosas,
gloria inmortal y luz del firmamento,
cuántos desde el principio de las cosas,
pueblos, generaciones habéis visto
nacer, crecer, morir y sucederse
como las olas de la mar, sin cuento!
La tierra con sus pasos agitaron,
su hirviente muchedumbre llenó el mundo;
y en el tiempo veloz se disiparon,
cual leve polvo al impetuoso viento...

Todas, todas han ya desparecido,
y otras y otras vendrán innumerables;
vendrán, y se hundirán en el inmenso
y silencioso abismo del olvido,
que lo devora todo y no se colma.
Y vosotros, en tanto, los profundos,
los más remotos cielos inmutables
seguís con igual luz iluminando,
que en el día primero de los mundos.
Extrañas a la muerte de los hombres,
extrañas aun a su vivir y nombres,
cual lámparas eternas y divinas
el horrendo espectáculo alumbrando
de tantas y tan míseras ruïnas.

¡Qué vanas son las cosas de la vida
vistas así, a la luz de las estrellas,
a la luz de lo estable y lo infinito!
¡Cuánto más vanos, ay, los hombres que ellas!
¡Placeres que del mundo sois las flores,
cual las flores vivís un fugaz día!
¡Glorias que sois del mundo la grandeza,
sueños sois del orgullo engañadores!...
¡Oh!, ved al hombre; ved a este orgulloso
rey del vasto universo: juzga el mundo
su trono; el encumbrado firmamento,
de su trono el dosel esplendoroso.
Son la gloria y la ciencia sus blasones,
y los escudos son de su nobleza:
Gloria y ciencia es el título que pone
el regio cetro en su potente mano,
la corona del mundo en su cabeza...
¿Y qué cosa es su ciencia, y qué su gloria?
Su ciencia es débil luz que alumbra en vano
oscuras sombras que a romper no alcanza,
y muestra un caos de tinieblas lleno,
de tinieblas más densas que no tuvo
el ciego Erebo en su más hondo seno.
Su gloria... ¿qué es la gloria de los hombres?
Allá se lo pregunta a las estrellas,
ellas te lo dirán: la fama en ellas
con eterno buril graba los nombres
de los mortales dignos de memoria...

Misterioso silencio es su respuesta...
Mas ¿qué te importa a ti? ¿Qué mayor gloria
que el ser para ti sólo hecha y compuesta
esta asombrosa máquina de mundos?
Tuya es la creación, rey soberano:
la tierra es tu palacio; ignoras dónde
de tu dominio el término se esconde;
tuyo es el universo, alza la frente
espacia tus miradas orgullosas
por el vasto, encumbrado firmamento;
las estrellas que ves esplendorosas,
las que ver no te es dado, y las que en vano
pretendiera alcanzar tu pensamiento,
súbditos son de tu potente imperio,
tu ley gobierna su ordenado giro,
brillan para tu bien. El rayo ardiente
que el cielo airado sobre ti fulmina,
el mal granizo que tus campos daña,
los vientos que en los mares te sepultan,
el volcán que tus obras arruina,
parece, sí, que tu poder insultan,
mas son para tu bien; y su guadaña,
¡oh feliz colmo de felice suerte!,
para tu mismo bien blande la muerte...