Nació en Quito el 5 de junio de 1833. Hijo legítimo de Felipa de Gangotena y Tinajero y de Ignacio Zaldumbide Izquierdo, miembro de la Sociedad del Quiteño Libre en 1833, combatió a lado del general José María Sáenz y fue asesinado a lanzadas después el combate de Pesillo, cuando estaba rendido. “Su nombre constituye baluarte de civismo y signo de la saña del elemento militar extranjero adueñado del país” quiteños. Ha sido un poeta romántico apesar de publicar solo dos folletos, uno político, sobre García Moreno y otro dedicado "A María". Dejó, sin embargo, una serie de poesías dispersas en periódicos y publicaciones menores. La obra de Zaldumbide es melancólica y revela un amoroso apego a la naturaleza y al paisaje.
el ser tenido como tal me importa poco»
La tarde
Con majestad sublime el sol se aleja,
y el extendido cielo
a las encapotadas sombras deja,
que ya le cubren con umbroso velo.
¡Qué solemne misterio! ¡Qué profunda
de paz y de oración grave tristeza.
ya el sol llega al ocaso
y la noche le sigue a lento paso.
En duelo universal naturaleza
se despide de aquel que la fecunda:
triste el cielo se enluta, gime el viento,
el mundo eleva unísono lamento.
Ya el rumiador ganado lentamente
desciende por la húmeda colina;
cansado el labrador deja la era
y a su rústica choza se encamina.
¡Qué misteriosa el aura pasajera
suspira y pasa! El ave en sordo vuelo
por las ramas se mete en pos del nido.
Sólo se oye el zumbido
de los insectos, que tal vez lamentan
desde la yerba del humilde suelo
la partida del claro rey del cielo.
¡Adiós, sol refulgente!
Yo también uniré mi voz humilde
a la voz elocuente
en que un sentido adiós te envía el mundo.
Tú no puedes parar, ni más despacio
puedes seguir tu arrebatado giro;
la mano omnipotente
a recorrer te impulsa sin reposo
las vastas soledades del espacio,
esos serenos campos de zafiro;
pero mañana volverás glorioso
a darnos vida y luz, astro fecundo...
De la meditación la voz me llama
a vagar solitario en la arboleda.
Anhelo ahora soledad, silencio...
allí los hallaré. El aura leda
duerme en las flores y la blanda grama
el son apaga de mis pasos lentos.
Como las sombras cunden de la umbría
noche en el cielo, así en el alma mía
cunden ya dolorosos pensamientos;
y una hoja que desciende,
algún eco fugaz, una avecilla
que errante y solitaria el aire hiende,
la leve nubecilla
que viaja a reclinarse allá en el monte,
o a perderse lejana
en el vago horizonte;
todo me causa una emoción profunda,
me aprieta el alma una indecible pena
y de improviso mi pupila inunda
de inesperado llanto amarga vena.
¡Melancólica tarde, tarde umbría!
Desde que pude amar me unió contigo
irresistible y dulce simpatía.
Tú fuiste siempre confidente mía,
tú fuiste, tú el testigo
de mis más tiernos e íntimos deseos
y locos devaneos;
tú de mi corazón, tú de mi alma
el seno más recóndito conoces.
¿Qué lágrimas vertí que no las vieras?
¿Exhalé alguna vez triste suspiro
que errando con las auras no lo oyeras?
¿Qué secreto agitó nunca mi seno
que a tus calladas sombras lo ocultara?
¡Qué de sueños de amor y de ventura,
qué de ilusiones halagüeñas viste
en mi pecho formarse
con esperanzas halagarme el alma
y para siempre en humo disiparse...!
Todo esto, ¡ay infeliz, todo me acuerda
esa tu sombra triste
y sin poder valerme huye la calma
del centro de mi espíritu agitado
y el dique rompe en férvido torrente,
el llanto, por mis ojos desbordado...!
¡Es preciso olvidar! Córrase el velo
del olvido sobre ese de amargura
pasado tiempo. A mi dolor consuelo
sólo tú puedes dar, alma natura;
yo por ti el mundo abandoné engañoso,
para buscar en ti dulce reposo.
¡Oh, tarde! Estas heridas mal cerradas
que aún sangran y renuevan mi tormento,
pasará el tiempo y las verás curadas.
Nunca de hoy más, halagará mi oído
de pérfida ilusión el dulce acento,
ni buscaré la flor do está la espina.
Quiero vivir contento
en esta amable estancia campesina,
aquí cavaré tumba a mis dolores;
y ajeno de ambición, de envidia ajeno
aquí (si tanto diérame la suerte)
como tu sombra espero cada día
esperaré sereno
esa de la existencia tarde umbría,
nuncio feliz de la esperada muerte.
***
Las estaciones
A Laura
Cuatro estaciones hay en nuestra vida
como en el año, Laura:
Una en que el cielo es puro, mansa el aura,
que corre entre las flores adormida:
ésta es aquella dulce edad primera,
de nuestra vida alegre primavera.
Tras ésta viene aquella que aquilones
tan furiosos desata,
que nuestras ilusiones arrebata,
y nos deja por fin sin ilusiones;
como el ventoso otoño que despoja
de su verdor el bosque hoja por hoja.
Después, muerta la fe, la ilusión ida,
y en su lugar la duda,
nuestra existencia en soledad se muda,
se esteriliza el campo de la vida
al abrasado soplo del hastío;
ésta es la edad sin flor, es el estío.
Y viene en fin aquella edad sombría
de miserias cargada,
que ya se hunde en las sombras de la nada,
la escuálida vejez, la vejez fría,
envuelta de dolor en las tinieblas:
invierno triste de ateridas nieblas.
Y estas cuatro estaciones de la vida,
una tras otra vienen,
y pasan ¡ay! y nunca se detienen
del raudo tiempo en la veloz corrida,
que sacando a los hombres de la nada
los lleva de la muerte a la morada.
***
Los árboles
Del África abrasada en las arenas,
de la Siberia en el perenne hielo,
en la sierra, en el llano,
del polo al ecuador; con larga mano,
cual las estrellas pobló su vasto cielo,
así los espació Dios Soberano
por toda la ancha faz del grande suelo.
Nacen doquier. En número sin cuento
la tierra los engendra y alimenta;
su tronco se levanta al vago viento,
y una corona de verdor sustenta
en sus flexibles ramas;
templan del sol las devorantes llamas,
y son gala del mundo y ornamento.
Purifican los aires con sus hojas,
hay en sus troncos bálsamos preciosos
que al cuerpo vuelven la salud perdida;
casa apacible, plácida guarida,
y tálamo fecundo de las aves
son sus ramos umbrosos;
pendientes de ellos nacen dulces frutos
que ofrecen generosos
a los hombres, las aves y los brutos.
En medio del desierto caluroso
que ardiendo reverbera
bajo un sol devorante,
halla el árabe errante
una umbría palmera
que sosiego y frescura le convida:
¡emblema dulce, hermoso,
del amor en el yermo de la vida!
Ciñe el mirto amoroso
la sien de Venus; la apacible oliva
orna la frente de la paz fecunda;
mientras el laurel glorioso
entreteje la bárbara corona
que ciñe la iracunda,
sangrienta sien de la feroz Belona.
Del voluptuoso Oriente en los serrallos
sirven para deleite de los moros:
allí suspiran y aman las sultanas
a la sombra de grandes sicomoros.
Del Inglés en los parques majestuosos,
en bellos grupos y armoniosas calles
muéstranse artificiosos
hasta do alcanza el arte de los hombres;
y en las selvas de América sin nombres,
a cuya sombra innumerables seres
crecen, se multiplican; muestran sólo
en su grandeza y profusión pasmosa
del Creador la mano poderosa.
Ellos son confidentes
de nuestros amorosos pensamientos:
los amantes confían sus tormentos
a sus cortezas rudas;
de ellas hacen papel, porque ellas cuenten
sus secretos amores,
sus íntimos dolores
a las agrestes soledades mudas;
y las aves también entre sus hojas
suspiran sus congojas,
cantan sus alegrías
y saludan con himnos armoniosos
el despuntar de los brillantes días.
A su apacible sombra juguetea
la festiva niñez, y se recrea
trepando por sus troncos elevados,
suspendiendo columpios en las ramas
para girar cortando el vago viento,
entre aplausos y risas de contento.
A su apacible sombra ama y suspira
la juventud ardiente,
y de sus hojas el murmullo vago
hace pasar por su inflamada frente
dulces sueños de amor con que delira.
A su apacible sombra, la marchita
ancianidad medita
sobre el pasado bien y el mal presente,
y el son del viento que en las hojas zumba
habla a su alma triste y vagamente
de la otra vida que tendrá, infinita.
¡Oh, cuántos los amamos!
¡Oh, cuánto en su hermosura nos gozamos!
Con su frescura y gala nos recrean
en nuestro hogar, y así la humilde choza
como el palacio espléndido hermosean.
¡Hasta en la tumba fría
nos hacen apacible compañía!
¡Y, cuánto os amo yo, árboles bellos!
¡Y cuántas, ya de amor, ya de tristeza,
o ya de soledad, fugaces horas
pasé a la sombra de las hojas vuestras!
¡Mil secretos de mi alma solitaria,
mil recuerdos de amor viven en ellas;
y siempre que las auras las agitan,
en su murmullo animador despiertan,
y una lágrima cae de mis ojos,
y hondo suspiro de mi pecho vuela!
Os amé en otro tiempo de ventura
y ahora os amo más en la tristeza.
Os amé alegre y os adoro triste,
y os he de amar hasta que muerto sea,
y más allá... ¡Ciprés de opaca sombra!
¡Triste ciprés! Vendrás cuando yo muera
a acompañar mi solitaria tumba;
¡y allí mi sueño sempiterno, vela!