Luis Cardoza y Aragón
Luis Cardoza y Aragón
(21 de junio de 1901 - 4 de septiembre de 1992)
Fue un poeta, ensayista y diplomático guatemalteco, sin duda uno de los intelectuales más importantes del siglo XX en Guatemala. Nació en la ciudad de Antigua Guatemala, pero pasó gran parte de su vida afincado, por razones de exilio político, en México, donde falleció. De él, el premio nobel de literatura mexicano Octavio Paz dijo: "Oímos a Cardoza defender a la poesía no como una actividad al servicio de la Revolución, sino como la expresión de la perpetua subversión humana. Cardoza fue el puente entre la vanguardia y los poetas de mi edad. Puente tendido no entre dos orillas, sino entre dos oposiciones".
"La poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre"
"La desesperación en Guatemala es tan considerable, que hay indígenas y mestizos predicando dividir el país"
Luis Cardoza y Aragón
Dije Lo Que He Vivido
(Fragmento)
No amamos nuestra tierra por grande y poderosa, por débil y pequeña, por sus nieves y noches blancas o su diluvio solar. La amamos, simplemente, porque es la nuestra.
En su territorio hay una región que es la región de nuestra infancia. Y en tal región, una ciudad o un pueblecillo. En el pueblecillo, una casa. En la casa, cuatro paredes viejas y manchadas, con muebles rústicos hechos por el carpintero de la familia, con árboles que nos dolió verlos abatir. En medio de la casa, una fuente de la cual nunca dejaremos de escuchar el canto.
Todo se va replegando hasta llegar de la caja más grande a la más pequeña, del mundo a las cuatro paredes de la infancia, hasta la cuna y el ataúd. La tierra que caerá sobre esas cuatro tablas, cuando estemos de vuelta a geranios y quiebracajetes y nos empinemos en los árboles, es la tierra más dulce que existe. La niñez va corriendo como un arroyo que canta. Remontamos la corriente hasta el manantial. Hasta el amor de nuestros padres. No amamos nuestra tierra por hermosa, por alegre o triste. Por su leyenda o su primitiva felicidad sin historia. La amamos porque es la nuestra. Quiero, quisiera que vieras con ojos de mi niñez, con ojos de tu niñez. Con ojos de la niñez del mundo. Nuestro amor es bello sólo tal otro amor gemelo.
Anima la quietud de estas páginas, fuego oscuro amasado en el hondón de las entrañas. Huracán sopla para siempre mi brasa y su tibieza de rescoldo se perpetúa. El corazón de lava aún caliente sonríe su noche elemental, donde todavía sueña Kukulkán, desde el ídolo primigenio hasta las muñequitas multicolores de Mixco y las tinajas de Chinautla. Estamos en Guatemala, verde colibrí reluciente. La caja grande y dentro una más pequeña y otra. Otra y otra, hasta llegar a mi pueblo, Antigua Guatemala. Y otra más pequeña, y otra y otra, hasta la casa y mi cuarto de niño. Pongo a mi tierra sobre mis rodillas, en la palma de mi mano. Desde muy alto los ojos podrían abarcar sus límites, contemplarla, como esos pisapapeles de cristal que tienen en el centro un ramo de florecillas dormidas. No es el caso de contemplar lo que no existe. Ni de sólo admirar lo que está allí. Soy vidente, ahora pisamos tierra firme y amo la realidad.
Los arqueólogos se sumergen en la prehistoria o en la historia, exploran las entrañas de la tierra para encontrar una vasija, un hueso, un vestigio milenario, y no ven nada del mundo de los mercados, de los pueblos, de los sufrimientos que padecen los indios vivos. No sólo los arqueólogos, también los poetas, pintores, músicos, novelistas, se encandilan con el "exotismo" de donde han nacido y se ciegan para toda apreciación objetiva. Hay guatemaltecos que nos ven como los extranjeros y crean una exportable imagen colorida, igual a una vitrina de indios, tan pintoresca que casi justifica las intervenciones. Muchos de ellos ni siquiera adoptan una actitud como la del padre Fray Bartolomé De Las Casas, hace 400 años: se han evadido, desertado o detenido en deformaciones sentimentales, artísticas, de los indios remotos, a veces humanitarias, es cierto, pero sin conciencia sociopolítica. Casi sin excepciones, entre los arqueólogos, escritores, investigadores históricos, artistas, traductores de los libros aborígenes, no hay en Guatemala sino dos o tres que a tal vocación hayan unido, en los últimos cien años, consecuente conducta política.
Hace tiempo, mucho tiempo, había deseado escribir estas páginas. De golpe, se me vinieron mil cosas encima: mi recuerdo tartamudeó en alud amoroso. No me proponía cumplir una misión o pagar una deuda. Todo es más humilde en el fondo, vital e inevitable. Lo de misión o deuda sería pura pedantería. Deseé dar una sensación de Guatemala, de mi Guatemala. Deseé mostrar algo de su vida interior, inocente y sombría. Deseé que luzca, como todos los días, rebozo de colores y trenzas con tocoyales, dibujándola sin que ella lo advierta. Un retrato, con sus grandes aristas solamente. Abocetada con libertad, aprehendida en tres o cuatro rasgos privativos y recónditos, en los cuales está como la siento en mí, silvestre, augusta y enmarañada. Su fervor recogido en estrofas de su crecimiento: monólogos de humo y pirámides de sueño y canto.
La veo mestiza en su pensar, con barro antiguo del Popol Vuh y musgos de Landívar en un mismo pulso urgente. Indígena en la entraña, donde el corazón resuena entre mantos azules, igual al tun en los pueblecillos cuando celebran la fiesta. Sencilla y segura, camina ataviada como pájaro o reina en la miseria, un niño a la espalda, en harapos sus ropas aborígenes y fatigada la greda categórica del rostro bajo el peso que carga sobre la frente, corona rural de frutos y de flores. Va descalza, rompiéndose los pies por los caminos, la tinaja sobre el hombro, igual a la dulce Ixquic.
La belleza del cuerpo radica en lo más profundo de la materia: en la conformación y armonía del esqueleto, imagen de la muerte. Sus rasgos resurgen para mí de la viva y mineral estructura escondida, remontando hasta la piel de obsidiana al sol.
He deseado ofrecerle un testimonio de poesía: exacto de verdad práctica. Un libro de síntesis, de visión general, veloz e inesperado. Placa radiográfica y fotografía aérea al mismo tiempo. Hago una incursión en el ayer, vivo en mi recuerdo, hasta convertirlo en creación, sin celo alguno de desdoro o no sentido encumbramiento. Recojo y subrayo lo que juzgo capital para descubrir y fortalecer la filigrana del origen de nuestro sentimiento de nacionalidad. Amor de la realidad: he pesado a Guatemala sobre las alas de las mariposas, auxiliado siempre por experiencia, cifras y emoción.
Sin embargo, me siento ante ella como un árbol podado soñando con las flores de sus ramas. Desterrado en mi patria, sin salir de ella, libérrimo, feliz y amante, reencontrada en la realidad y en mis sueños, me tiendo bocarriba, más allá de mi muerte y de la muerte, sumergido en su sentimiento y en su pensamiento. Y desde el Popol Vuh tomo las ruedas dentadas que crearon la noria de la sangre. En su impulso nutren su ímpetu, a veces aun por inercia, muchas otras ruedecillas que de alguna suerte nos sirven asimismo para marcar la hora, para saber quiénes somos y saber a dónde vamos. Y me atropello de nostalgia y descubro el cielo de todos los hombres, libre aquí en mi cárcel sin techo, y cuento y reconozco las estrellas, las palpo húmedas sobre mi rostro, descarnado ya, camino del cuarzo, entre la hierba y la tierra, que cegaron mis ojos de color y me llenaron la boca de polen y canciones.
Ahora recuerdo el origen de estas páginas que son sollozo, alarido y canto. No sólo hay que vivir lo que se escribe sino hay que sufrirlo. Necesidad absoluta de una patria, de mi tierra mía y su imprescindibilidad de función ecuménica. Ansia de clarificación, de forma, para que nuestro metal dé su sonido: estaba yo sentado en lo más alto del Castillo de Chichén Itzá la tarde que llegué por vez primera. Entonces, hace muchos años, sentí, como grano de mostaza, algo de lo que he escrito. Empezaba a germinar en mí. Era yo mismo la semilla. Una semillita sola, pero ya pude palpar raíces milenarias. Sobre las ruinas, el crepúsculo del trópico untaba lumbre atormentada y musgos de oro. El chaparral, asaeteado por faisanes y venados, perdíase en el horizonte hasta el mar.
***
Guatemala, Las líneas de su mano
(fragmento)
Rodábamos por el camino polvoriento, haciendo bromas para distraer nuestras preocupaciones. Yo iba fascinado y silencioso; mi cabeza y mi corazón, activísimos. Sentía el impulso popular y redescubría campos y pueblos que de niño había recorrido muchas veces a caballo. En una vuelta del camino, salta a lo lejos el Volcán de Agua. No lo había visto en un cuarto de siglo y él tenía mi niñez, mis padres jóvenes, la Antigua. Arrullé el Volcán con los ojos mientras apretaba el 30-30 entre mis manos y no sabía lo que decían mis compañeros. Como si hubiera encontrado un tierno hijo perdido para siempre. El coche corría descubriéndome paisajes para mi únicos en el mundo, y sus recuerdos, para mi únicos en el mundo. Allá, al pie del Volcán de Agua, Antigua y la casa de mis padres, donde habría deseado vivir toda la vida y morir toda la muerte. Mi madre, viuda ya, en el viejo caserón, escuchando la eterna cantata del agua verdinegra en la fuente del jardín, jubiloso de flores y enredaderas. La sombra de mi padre por los corredores, la sombra de mis hermanos, niños, y la mía, jugando y gritando. Oía el repique de las llaves de mi madre, prendidas a la cintura, y veía sus manos trabajar la tierra de begonias y rosales. Llegaría a ella, al seno materno, a mi madre y a mi pueblo, al día siguiente. Ahora nos encaminábamos a la Capital.
Aparecieron las primeras casas de vivos colores de cal, los techos de teja manchados de hongos, la calle empedrada, la fuente de la Concepción, el convento y la iglesia en ruinas. Al otro lado de la calle, con la puerta entreabierta que me dejó ver el jardín, la casa de mis abuelos, en donde niño hice correrías y jugué al circo acompañado de amigos inolvidables, mientras mis preciosas primas sonreían a nuestras proezas infantiles. Cuando bajé en la esquina más próxima a casa, reconocí las piedras gastadas por mis zapatos, el silencio, las manchas de los muros de Catedral, los caños de agua, las ventanas. Recordé con total precisión el dibujo del cemento de las aceras de mi casa. Y frente a la puerta que no había pasado en tantos años, recordé el llavín, corto y redondo, y como darle vuelta para abrir; la manita del tocador, el buzón, la madera, la cuerda para abrir la puerta sin tocar. Al fondo de la calle, el triángulo perfecto del Volcán de Agua, enorme, sereno y azul, como siempre, sin una cana, una nube engalanando la cima dorada por el sol de la tarde. Tiré de la cuerda, empujé la puerta y entré con el corazón en la boca.
***
Nieve
Cuando una hormiga cae
ninguno se da cuenta.
Cuando yo estoy sufriendo hasta la médula
sólo yo lo averiguo.
Y se me antoja hoy-no sé por qué zodíaco-
que si sufro lo sepa todo el mundo.
Y que no es justo que padezca solo.
Y que alguna mujer debiera estar llorando
sobre mis metacarpios.
Al menos, ayudándome a llorar.
Me siento solidario con todo aquel que tiene
alguna torva pena, alguna neuralgia,
alguna madre agónica, alguna cárcel suya.
Y sólo pediría una brocha imponente
para llenar los muros de palabras soeces,
hasta que todos sepan
lo enfermamente triste
que un hombre puede estar de igual manera,
de igual simple manera
como caer una hormiga.
***
Siempre
A: Miguel Ángel Asturias
He vivido casi toda mi vida lejos de mis cielos.
Pero mis pies están marcados en los códices,
en la voz profunda de mi pueblo.
Camino sobre el mar y las nubes que me traje:
son mi tierra firme.
¿Quién me la puede quitar?
Cuando digo que estoy solo es porque no estoy en la plaza pública
sino en cada uno de vosotros,
como en los granos la granada.
Podríais enterrarme en la voz de cualquier niño
si tiene los pies descalzos y ha visto los volcanes.
Mis ojos siempre se abren sobre la luz primera,
y al cerrarlos, sobre mí cae siempre la sombra de mi infancia.
¿Y todo lo que he vivido,
me pregunto, toda el agua escurrida entre mis dedos,
todo lo bailado, no es un sueño?
No he tenido tiempo para soñar, amigos.
Apenas si he tenido para no morirme.
No puedo descifrar el símbolo
porque el símbolo no es un lenguaje.
Estoy tan cerca que no me veis
en las cenizas de los muertos
y en las manos de los niños futuros.
Tercamente guatemalteco,
no necesito recordar, me basta con palparme.
El sueño no tiene vocales,
pero tiene llamaradas y tambores mudos,
y las mismas fogatas
arden en las mismas cumbres.
...Si tiene los pies descalzos y ha visto los volcanes.
***
Volvía A Casa
Volvía a casa entre disparos y engañadas multitudes
ciegas en su tormenta, amado pueblo mío.
Qué trágico, qué duro, qué cruel nuestro destino
de arar sobre el mar y que la luz te enlute.
Desasosiego físico, que podía palpar
como un dolor de muelas en el alma,
me saturaba el cuerpo: zozobra que era náusea,
entre certeza y duda de tu verdad mañana.
Yo soy mi pueblo ciego con los ojos abiertos.
Mi pueblo luminoso embarrado de sombra.
La realidad y el sueño, la raíz y el lucero.
La guitarra que siembra la semilla del alba.
Por igual me dolían la bala y el herido.
Tu día levantaba sus blancas torres altas
lúcidas de esplendor, oh recio pueblo mío,
si tu noche invadíame con pirámides truncas.
Sólo soy la guitarra que canta con su pueblo.
Aliento de su barro mi voz suya.
***
Espejo
Mi sombra
muerta
me nombra
para que vuelva.
Asomado al espejo
nombro a mi sombra,
se asombra mi sombra
de no ser mi eco.
Cuando se vio en el espejo
tan distinta era de mí
que no me reconocí
y no sé si estoy muerto.
Cuando la vi en el espejo
tan parecida era a mí
que no la reconocí.
***
Soledad
Yo canto porque no puedo eludir la muerte,
porque le tengo miedo, porque el dolor me mata.
La quiero ya como se quiere el amor mismo.
Su terror necesito, su hueso mondo y su misterio.
Lleno del fervor de la manzana y su corrosiva fragancia,
lujurioso como un hombre que sólo una idea tiene,
angustiadamente carnal con la misma muerte devorante,
yo me consumo aullando la traición de los dioses.
Soledad mía, oh muerte del amor, oh amor de la muerte,
que nunca hay vida, nunca, ¡nunca! sino sólo agonía.
En mis manos de fango gime una paloma resplandeciente
porque el amor y el sueño son las alas de la vida.
Me duele el aire... Me oprimen tus manos absolutas,
rojas de besos y relámpagos, de nubes y escorpiones.
Soledad de soledades, yo sé que si es triste todo olvido,
más triste es aún todo recuerdo, y más triste aún toda esperanza.
Porque el amor y la muerte son las alas de mi vida,
que es como un ángel expulsado perpetuamente.
***
Dedicatoria total
Porque nada he deseado
aparte de tu amor
nunca perdí mi tierra
que me invento contigo.
Yo vivo enamorado
de luz, de mar y cielo.
Quisiera estar bordado
en tu alma y tu pañuelo
***
Entonces, sólo entonces...(18)
Todo yo me abro como una ventana
y justa quedas enmarcada en ella.
Me acodo en mí mismo.
Te siento, a veces, como pulpa,
tal vez como semilla
o como fruto íntegro,
y algo que es mucho más que fruto sólo:
alta perpetuidad de tu delicia.
Ventana, horizonte y vigía,
están en mí, y yo estoy en ellos
confundido, como mi propia muerte
está en mi propia vida.