miércoles, julio 16, 2014

José Batres Montúfar

José Batres Montúfar

(San Salvador, El Salvador, 18 de marzo de 1809 - Ciudad de Guatemala, Guatemala, 9 de julio de 1844)

El 18 de marzo de 1809 nació en la capital de lo que es hoy El Salvador. 
En aquel entonces América Central era una nación, siendo El Salvador parte de ésta y la sede del gobierno radicando en Guatemala, hijo de Mariano Batres y Asturias —guatemalteco educado en España, que se desempeñaba en esa provincia como oficial real— y Mercedes Montúfar y Coronado, de distinguida familia guatemalteca. 
José recibió una educación esmerada, su padre le enseñó música, literatura y francés, años más tarde, sobresalió en matemáticas y se interesó en el arte militar, méritos que le sirvieron para obtener, desde muy joven, el grado de oficial de artillería. 
Participó en varias batallas, fue hecho prisionero durante un intento de invasión a El Salvador. 
Estuvo preso y allí le enseñó francés a Miguel García Granados, también prisionero, mientras este lo instruía en inglés, desde entonces se aficionó a la obra de Lord Byron, cuya poesía romántica influyó grandemente en su creación literaria. 
Es el autor de célebres poemas como El reloj, Don Pablo y el célebre Yo pienso en ti.

Suicidio
(fragmento)

A todos hablar prometo
sin ofender a ninguno,
que a todos, uno por uno,
los estimo y los respeto.

A decidir no me meto
quién es quién tiene razón;
sólo diré mi opinión
con modestia o sin modestia
que suele causar molestia
afectar moderación.

***

Romance

Es un joven desgraciado
cómo una rosa marchita,
frescura y color le quita
el sol que la ha marchitado.

Apenas la sombra queda
de la forma que perdió:
Ya el olor se disipó,
no hay quién volverselo pueda.

Huye de todo consuelo,
que el infeliz no le tiene:
Ni esperanza le mantiene,
éste grato don del cielo.

En su profundo estupor
y desesperada calma,
ya no lisonjea su alma
ni la gloria ni el honor.

Cómo un volcán abrazado
su adolescencia pasará,
¡cuán violento palpitará
su corazón arrojado!

Hoy para él todo está muerto
que el corazón arrogante
cayó frío en un instante
y de tristeza cubierto.

Otro hombre jamás ha habido
que algún bien no haya gozado;
más él siempre desgraciado
y nunca dichoso ha sido.

La esperanza ni una vez
vino a alimentarle un rato;
no tendrá un recuerdo grato
con qué aliviar su vejez.

Mírale, tierna doncella,
mira aquella alma postrada;
que enciende una tu mirada
la vida que aún resta en ella.

Para la piedad naciste,
tu misión es la ternura;
no seas con él tan dura;
velo: casi ya no existe.

Más ¿rehúsas doncella hermosa,
dar fin a tan cruel tormento?
¿No te mueve ni un momento
su desdicha lastimosa?

Ya su mal está calmado
¡Oh muerte! ¡Oh nada desierta!
abre, eternidad, tu puerta
para que entre un desgraciado

***

Al Volcán de Agua

Sobre la gran muralla americana 
altivo torreón, vecino al cielo, 
su cúspide levanta soberana, 
a do jamas osó llevar su vuelo 
la reina de las aves atrevida 
que en la cuna de Júpiter anida. 
  
Gigante es Almolonga entre los montes, 
fuerte, soberbio, grande entre los grandes 
¡Cuál domina millares de horizontes! 
¡Cómo huella la cumbre de los Andes! 
¡Cómo mira a su falda avasalladas, 
de cien montes las cimas encumbradas! 
  
Cuando animado el pensador profundo 
de la sublime inspiración divina 
quiere ver a sus pies el ancho mundo 
y al vértice elevado se encamina, 
¡cómo va sus ideas ensalzando 
al par que va subiendo y va mirando! 
  
Allá en su patria misma el fiero rayo 
oye bronco tronar bajo su planta: 
y el sol que el monte hiere de soslayo 
y la nube que lenta se levanta, 
y su sombra contempla, que distinta 
cual espectro en la atmósfera se pinta. 
  
Verde, risueña, alegre, la campaña 
que mil arroyos cruzan argentinos 
divisa, y la ciudad y la cabaña, 
y el cerro con sus bosques y sus pinos, 
el lago de cristal, la fértil vega 
y el río transparente que la riega. 
  
Mira a un lado el Océano poderoso 
cuyas ondas azules va lamiendo 
la inmóvil planta al terrenal coloso. 
Al Izalco, por otro mira ardiendo, 
y allá en una comarca más distante 
el Momotombo mira fulminante. 
  
Y sin saciar su vista ni su mente 
por estrecho sendero y escarpado 
baja de la montaña lentamente 
el sabio a sus ideas entregado; 
tal virtud, tal poder, tal fuerza encierra 
¡aquel gran monumento de la tierra! 
  
Se vuelve y ve de la montaña erguida 
en la cintura atlética azulada 
cándida zona en derredor ceñida, 
y la sublime cúpula adornada 
de suspendida nubecilla leve 
deshecha y pura y blanca como nieve. 
  
Y el filósofo en éxtasis admira 
las obras portentosas de natura 
y quiere comprenderlas y suspira 
al ver su presunción y su locura; 
y su saber y su razón humilla 
ante el autor de tanta maravilla. 
  
Luego exclama el filósofo admirado:

***

María

Esa que veis, gentil como la aurora,
ninfa graciosa del rosado velo,
tierno destello del azul del cielo,
exalación del Céfiro y de Flora;
esa deidad que entre los hombres mora
como flor transplantada de otro suelo
como avecilla que cortó su vuelo
y en nido extraño por su nido llora;
más serena que el iris de la alianza,
más plácida que el rayo de la luna,
más fresca que la gota del rocío,
más suave que el placer de la esperanza,
más dulce que el reir de la fortuna,
es la beldad que adora el pecho mío.

***

Yo pienso en tí

Yo pienso en tí, tú vives en mi mente,
sola, fija, sin tregua, a toda hora,
aunque tal vez el rostro indiferente
no deje reflejar sobre mi frente
la llama que en silencio me devora.

En mi lóbrega y yerta fantasía
brilla tu imagen apacible y pura,
como el rayo de luz que el sol envía
a través de una bóveda sombría
al roto mármol de una sepultura.

Callado, inerte, en estupor profundo,
mi corazón se embarga y se enajena,
y allá en su centro brilla moribundo
cuando entre el vano estrépito del mundo
la melodía de tu nombre suena.

Sin luchas, sin afán y sin lamento,
sin agitarme en ciego frenesí,
sin proferir un solo, un leve acento
las largas horas de la noche cuento
¡y pienso en tí!