miércoles, julio 30, 2014

Alfredo Espino

Alfredo Espino, 
(Ahuachapán, 8 de enero de 1900 - San Salvador 24 de mayo de 1928)

Edgardo Alfredo Espino Najarro, 
fue un poeta salvadoreño.
Sus problemas familiares, principalmente relacionados con la represión que vivía por parte de su padre, lo llevaron a ahogarse literalmente en el alcohol; el 24 de mayo de 1928, se quitó la vida en su ciudad natal.

Un rancho y un lucero

Un día ¡primero Dios!
has de quererme un poquito.
Yo levantaré el ranchito
en que vivamos los dos.

¿Que más pedir? Con tu amor,
mi rancho, un árbol, un perro,
y enfrente el cielo y el cerro
y el cafetalito en flor...

Y entre aroma de saúcos,
un cenzontle que cantará
y una poza que copiará
pajaritos y bejucos.

Lo que los pobres queremos,
lo que los pobres amamos,
eso que tanto adoramos
porque es lo que tenemos...

Con sólo eso, vida mía;
con sólo eso:
con mi verso, con tu beso,
lo demás nos sobraría...

Porque no hay nada mejor
que un monte, un rancho, un lucero,
cuando se tiene un "Te quiero"
y huele a sendas en flor...

***

Las manos de mi madre

Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!

Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades.

Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;
¡Son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).

Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡Las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!

***

Ascensión

¡Dos alas!... ¿Quién tuviera dos alas para el vuelo?
Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido.
Desde aquí veo el mar, tan azul, tan dormido,
que si no fuera un mar, ¡Bien sería otro cielo!...

Cumbres, divinas cumbres, excelsos miradores...
¡Que pequeños los hombres! No llegan los rumores
de allá abajo, del cieno; ni el grito horripilante
con que aúlla el deseo, ni el clamor desbordante
de las malas pasiones... Lo rastrero no sube:
ésta cumbre es el reino del pájaro y la nube...

Aquí he visto una cosa muy dulce y extraña,
como es la de haber visto llorando una montaña...
el agua brota lenta, y en su remanso brilla la luz;
un ternerito viene, y luego se arrodilla
al borde del estanque, y al doblar la testuz,
por beber agua limpia, bebe agua y bebe luz...

Y luego se oye un ruido por lomas y floresta,
como si una tormenta rodara por la cuesta:
animales que vienen con una fiebre extraña
a beberse las lágrimas que llora la montaña.

Va llegando la noche. Ya no se mira el mar.
Y que asco y que tristeza comenzar a bajar...

(¡Quién tuviera dos alas, dos alas para un vuelo!
Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido,
con el loco deseo de haberlas extendido
¡Sobre aquél mar dormido que parecía un cielo!)

Un río entre verdores se pierde a mis espaldas,
como un hilo de plata que enhebrara esmeraldas...

***

Árbol de fuego

Son tan vivos los rubores
de tus flores, raro amigo,
que yo a tus flores les digo:
"Corazones hechos flores".

Y a pensar a veces llego:
Si este árbol labios se hiciera...
¡ah, cuánto beso naciera
de tantos labios de fuego...!

Amigo: qué lindos trajes
te ha regalado el Señor;
te prefirió con su amor
vistiendo de celajes...

Qué bueno el cielo contigo,
árbol de la tierra mía...
Con el alma te bendigo,
porque me das tu poesía...

Bajo un jardín de celajes,
al verte estuve creyendo
que ya el sol se estaba hundiendo
adentro de tus ramajes.

***

Cañal en flor

Eran mares los cañales
que yo contemplaba un día
(mi barca de fantasía
bogaba sobre esos mares).

El cañal no se enguirnalda
como los mares, de espumas;
sus flores más bien son plumas
sobre espadas de esmeralda...

Los vientos-niños perversos-
bajan desde las montañas,
y se oyen entre las cañas
como deshojando versos...

Mientras el hombre es infiel,
tan buenos son los cañales,
porque teniendo puñales,
se dejan robar la miel...

Y que triste la molienda
aunque vuela por la hacienda
de la alegría el tropel,
porque destrozan entrañas
los trapiches, y las cañas...
¡Vierten lagrimas de miel!

***

El nido

Es porque un pajarito de la montaña ha hecho,
en el hueco de un árbol, su nido matinal,
que el árbol amanece con música en el pecho,
como que si tuviera corazón musical.

Si el dulce pajarito por entre el hueco asoma,
para beber rocío, para beber aroma,
el árbol de la sierra me da la sensación
de que se le ha salido, cantando, el corazón.

***

La muchachita pálida

Aquella muchachita pálida que vivía
pidiendo una limosna, de mesón en mesón,
en el umbral la hallaron al despuntar el día,
con las manitas yertas y mudo el corazón.

Nadie sabe quien era ni de donde venía
su risa era una mueca de la desilusión.
Y estaba el sello amargo de la melancolía
perpetuado en dos hondas ojeras de carbón.

En las carnes humanas dejó el hambre sus rastros...
La miraron las nubes, lo supieron los astros...
El cielo llovió estrellas en la paz del suburbio

Nadie sabe quien era la muchachita pálida...
Entre tanto —en la noche, la noche triste y cálida—
arrastrando luceros sigue el arroyo turbio...

***

La tórtola

¡Cucú, cucú! ¿Estás gimiendo,
tórtola del arrozal?
¡Mirá que me estás haciendo
con tu cantar, mucho mal!

¡Cucú, cucú! EL caserío
se va llenando de calma,
¡y un naranjo y una palma
se están besando en el río...!

Cantarito que te llenas
con el agua del riachuelo:
¡Qué bello es mirar el cielo
bajo las tardes serenas!

Lirio del campo, morena
que hueles a leche y rosas:
¡Cómo el alma es tan dichosa
cuando la vida es serena...!

Entre sonrosadas galas
la tarde se va durmiendo.
Tórtola que está gimiendo:
¡Si eres madrigal con alas!

miércoles, julio 23, 2014

Amado Nervo, I

Amado Nervo 
Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz
Nació el 27 de agosto de 1870 en la ciudad de Tepic, en ese entonces en Jalisco, hoy Nayarit, México y murió en Montevideo, Uruguay el 24 de mayo de 1919. 

Poeta mexicano nacido en Tepic, Nayarit en 1870.
En su juventud quiso ser clérigo, pero muy pronto se vio atraído por los variados estímulos de la vida, los viajes, los amores y la misma poesía. 
Su iniciación estética fue marcada por el influjo de Gutiérrez Nájera y de los grupos que se congregaban alrededor de «La revista azul» y «Revista moderna», en cuyas páginas se desbordaba todo el ímpetu del modernismo americano.
Entre el conjunto de su creación, se destacan sus libros «Serenidad» «Elevación», «Plenitud» y «La amada inmóvil».  
Falleció en Montevideo, Uruguay en 1919. 

A Leonor

Tu cabellera es negra como el ala
del misterio; tan negra como un lóbrego
jamás, como un adiós, como un «¡quién sabe!»
Pero hay algo más negro aún: ¡tus ojos!

Tus ojos son dos magos pensativos,
dos esfinges que duermen en la sombra,
dos enigmas muy bellos... Pero hay algo,
pero hay algo más bello aún: tu boca.

Tu boca, ¡oh sí!; tu boca, hecha divinamente
para el amor, para la cálida
comunión del amor, tu boca joven;
pero hay algo mejor aún: ¡tu alma!

Tu alma recogida, silenciosa,
de piedades tan hondas como el piélago,
de ternuras tan hondas...
Pero hay algo,
pero hay algo más hondo aún: ¡tu ensueño!

***

Bon soir

"¡Donc bon soir, mon mignon et a demain!" 
(Palabras que Ana me dejó escritas una noche 
en que tuvimos que separarnos)

¡Buenas noches, mi amor, y hasta mañana! 
Hasta mañana, sí, cuando amanezca, 
y yo, después de cuarenta años 
de incoherente soñar, abra y estriegue 
los ojos del espíritu, 
como quien ha dormido mucho, mucho, 
y vaya lentamente despertando, 
y, en una progresiva lucidez, 
ate los cabos del ayer de mi alma 
( antes de que la carne la ligara ) 
y del hoy prodigioso 
en que habré de encontrarme, en este plano 
en que ya nada es ilusión y todo 
es verdad... 
¡Buenas noches, amor mío, 
buenas noches! Yo quedo en las tinieblas 
y tú volaste hacia el amanecer... 
¡Hasta mañana, amor, hasta mañana! 
Porque, aun cuando el destino 
acumulara lustro sobre lustro 
de mi prisión por vida, son fugaces 
esos lustros; sucédense los días 
como rosarios, cuyas cuentas magnas 
son los domingos... 
Son los domingos, en que, con mis flores 
voy invariablemente al cementerio 
donde yacen tus formas adoradas. 
¿Cuántos ramos de flores 
he llevado a la tumba? No lo sé. 
¿Cuántos he de llevar? Tal vez ya pocos. 
¡Tal vez ya pocos! ¡Oh, que perspectiva 
deliciosa! 
¡Quizás el carcelero 
se acerca con sus llaves resonantes 
a abrir mi calabozo para siempre! 
¿Es por ventura el eco de sus pasos 
el que se oye, a través de la ventana, 
avanzar por los quietos corredores? 
¡Buenas noches, amor de mis amores! 
Hasta luego, tal vez..., o hasta mañana.

***

Damiana se casa

Con mis amargos pensares 
y con mis desdichas todas, 
haré tu ramo de bodas, 
que no será de azahares. 

Mis ojos, que las angustias 
y el continuado velar 
encienden, serán dos mustias 
antorchas para tu altar. 

El llanto que de mi cuita 
sin tregua brotando está, 
tu frente pura ungirá 
como con agua bendita... 

-Señor, no sufras, tu ceño 
me duele como un reproche; 
-¡Que pálida estás, mi dueño! 
-Es que pasé mala noche, 
el amor me quita el sueño... 

-¡Y te vas!... 
-Me voy, es tarde, 
me aguardan; ¡el templo arde 
como un sol! Tu mal mitiga, 
Señor, ¡y Dios te bendiga! 
-Damiana, que Dios te guarde... 

***

El celaje

¿Adónde fuiste, Amor, adónde fuiste?
Se extinguió en el poniente el manso fuego,
y tú, que me decías: "hasta luego,
volveré por la noche"... ¡no volviste!

¿En qué zarzas tu pie divino heriste?
¿Qué muro cruel te ensordeció a mi ruego?
¿Qué nieve supo congelar tu apego
y a tu memoria hurtar mi imagen triste?

...Amor, ¡ya no vendrás! En vano, ansioso,
de mi balcón atalayando vivo
el campo verde y el confín brumoso;

y me finge un celaje fugitivo
nave de luz en que, al final reposo,
va tu dulce fantasma pensativo.

***

El día que me quieras tendrá más luz que junio...

El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.

Las fuentes cristalinas
irán por las laderas 
saltando cristalinas
el día que me quieras.

El día que me quieras, los sotos escondidos
resonarán arpegios nunca jamás oídos.
Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras
que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras.

Cogidas de la mano cual rubias hermanitas,
luciendo golas cándidas, irán las margaritas
por montes y praderas,
delante de tus pasos, el día que me quieras...
Y si deshojas una, te dirá su inocente
postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente!

Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras,
y en el estanque, nido de gérmenes ignotos,
florecerán las místicas corolas de los lotos.

El día que me quieras será cada celaje
ala maravillosa; cada arrebol, miraje
de "Las Mil y una Noches"; cada brisa un cantar,
cada árbol una lira, cada monte un altar.

El día que me quieras, para nosotros dos
cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.

***

El retorno

"Vivir sin tus caricias es mucho desamparo; 
vivir sin tus palabras es mucha soledad; 
vivir sin tu amoroso mirar, ingenuo y claro, 
es mucha oscuridad..."

Vuelvo pálida novia, que solías
mi retorno esperar tan de mañana,
con la misma canción que preferías
y la misma ternura de otros días
y el mismo amor de siempre, a tu ventana.

Y elijo para verte, en delicada 
complicidad con la Naturaleza, 
una tarde como ésta: desmayada 
en un lecho de lilas, e impregnada 
de cierta aristocrática tristeza.

¡Vuelvo a ti con los dedos enlazados 
en actitud de súplica y anhelo 
-como siempre-, y mis labios no cansados 
de alabarte, y mis ojos obstinados 
en ver los tuyos a través del cielo!

Recíbeme tranquila, sin encono, 
mostrando el deje suave de una hermana; 
murmura un apacible: "Te perdono", 
y déjame dormir con abandono, 
en tu noble regazo, hasta mañana....

***

Expectación

Siento que algo solemne va a llegar a mi vida.
¿Es acaso la muerte? ¿Por ventura el amor?
Palidece mi rostro, mi alma está conmovida,
y sacude mis miembros un sagrado temblor.

Siento que algo sublime va a encarnar en mi barro
en el mísero barro de mi pobre existir.
Una chispa celeste brotará del guijarro,
y la púrpura augusta va el harapo a teñir.

Siento que algo solemne se aproxima, y me hallo
todo trémulo; mi alma de pavor llena está.
Que se cumpla el destino, que Dios dicte su fallo,
para oír la palabra que el abismo dirá.

***

Ha mucho tiempo que te soñaba...

Ha mucho tiempo que te soñaba
así, vestida de blanco tul,
y al alma mía que te buscaba,
Ana, ¿qué miras? le preguntaba
como en el cuento de Barba azul.

Ha mucho tiempo que presentía
tus ojos negros como los ví,
y que, en mis horas de nostalgia,
la hermana Ana me respondía:
"Hay una virgen que viene a ti".

Y al vislumbrarte, febril, despierto,
tras de la ojiva del torreón,
después de haberse movido incierto,
como campana que toca a "muerto",
tocaba a "gloria" mi corazón.

Por fin, distinta me apareciste;
vibraron dianas en rededor,
huyó callada la Musa triste
y tú llegaste, viste y venciste
como el magnífico Emperador.

Hoy, mi esperanza que hacia ti corre,
que mira el cielo donde tú estés,
porque la gloria se le descorre,
ya no pregunta desde la torre:
Hermana Ana, ¿dime qué ves?

Hoy en mi noche tu luz impera,
veo tu rostro resplandecer,
y en mis ensueños sólo quisiera
enarbolarte como bandera
¡y a ti abrazado por ti vencer!

***

Jaculatoria de la nieve

¡Qué milagrosa es la Naturaleza!
Pues, ¿no da luz la nieve? Inmaculada
y misteriosa, trémula y callada,
paréceme que mudamente reza
al caer... ¡Oh nevada!:
tu ingrávida y glacial eucaristía
hoy del pecado de vivir me absuelva
y haga que, como tú, mi alma se vuelva
fúlgida, blanca, silenciosa y fría.

***

Lo más natural

Me dejaste -como ibas de pasada-
lo más inmaterial que es tu mirada.

Yo te dejé -como iba tan de prisa-
lo más inmaterial, que es mi sonrisa.

Pero entre tu mirada y mi risueño
rostro quedó flotando el mismo sueño.

miércoles, julio 16, 2014

José Batres Montúfar

José Batres Montúfar

(San Salvador, El Salvador, 18 de marzo de 1809 - Ciudad de Guatemala, Guatemala, 9 de julio de 1844)

El 18 de marzo de 1809 nació en la capital de lo que es hoy El Salvador. 
En aquel entonces América Central era una nación, siendo El Salvador parte de ésta y la sede del gobierno radicando en Guatemala, hijo de Mariano Batres y Asturias —guatemalteco educado en España, que se desempeñaba en esa provincia como oficial real— y Mercedes Montúfar y Coronado, de distinguida familia guatemalteca. 
José recibió una educación esmerada, su padre le enseñó música, literatura y francés, años más tarde, sobresalió en matemáticas y se interesó en el arte militar, méritos que le sirvieron para obtener, desde muy joven, el grado de oficial de artillería. 
Participó en varias batallas, fue hecho prisionero durante un intento de invasión a El Salvador. 
Estuvo preso y allí le enseñó francés a Miguel García Granados, también prisionero, mientras este lo instruía en inglés, desde entonces se aficionó a la obra de Lord Byron, cuya poesía romántica influyó grandemente en su creación literaria. 
Es el autor de célebres poemas como El reloj, Don Pablo y el célebre Yo pienso en ti.

Suicidio
(fragmento)

A todos hablar prometo
sin ofender a ninguno,
que a todos, uno por uno,
los estimo y los respeto.

A decidir no me meto
quién es quién tiene razón;
sólo diré mi opinión
con modestia o sin modestia
que suele causar molestia
afectar moderación.

***

Romance

Es un joven desgraciado
cómo una rosa marchita,
frescura y color le quita
el sol que la ha marchitado.

Apenas la sombra queda
de la forma que perdió:
Ya el olor se disipó,
no hay quién volverselo pueda.

Huye de todo consuelo,
que el infeliz no le tiene:
Ni esperanza le mantiene,
éste grato don del cielo.

En su profundo estupor
y desesperada calma,
ya no lisonjea su alma
ni la gloria ni el honor.

Cómo un volcán abrazado
su adolescencia pasará,
¡cuán violento palpitará
su corazón arrojado!

Hoy para él todo está muerto
que el corazón arrogante
cayó frío en un instante
y de tristeza cubierto.

Otro hombre jamás ha habido
que algún bien no haya gozado;
más él siempre desgraciado
y nunca dichoso ha sido.

La esperanza ni una vez
vino a alimentarle un rato;
no tendrá un recuerdo grato
con qué aliviar su vejez.

Mírale, tierna doncella,
mira aquella alma postrada;
que enciende una tu mirada
la vida que aún resta en ella.

Para la piedad naciste,
tu misión es la ternura;
no seas con él tan dura;
velo: casi ya no existe.

Más ¿rehúsas doncella hermosa,
dar fin a tan cruel tormento?
¿No te mueve ni un momento
su desdicha lastimosa?

Ya su mal está calmado
¡Oh muerte! ¡Oh nada desierta!
abre, eternidad, tu puerta
para que entre un desgraciado

***

Al Volcán de Agua

Sobre la gran muralla americana 
altivo torreón, vecino al cielo, 
su cúspide levanta soberana, 
a do jamas osó llevar su vuelo 
la reina de las aves atrevida 
que en la cuna de Júpiter anida. 
  
Gigante es Almolonga entre los montes, 
fuerte, soberbio, grande entre los grandes 
¡Cuál domina millares de horizontes! 
¡Cómo huella la cumbre de los Andes! 
¡Cómo mira a su falda avasalladas, 
de cien montes las cimas encumbradas! 
  
Cuando animado el pensador profundo 
de la sublime inspiración divina 
quiere ver a sus pies el ancho mundo 
y al vértice elevado se encamina, 
¡cómo va sus ideas ensalzando 
al par que va subiendo y va mirando! 
  
Allá en su patria misma el fiero rayo 
oye bronco tronar bajo su planta: 
y el sol que el monte hiere de soslayo 
y la nube que lenta se levanta, 
y su sombra contempla, que distinta 
cual espectro en la atmósfera se pinta. 
  
Verde, risueña, alegre, la campaña 
que mil arroyos cruzan argentinos 
divisa, y la ciudad y la cabaña, 
y el cerro con sus bosques y sus pinos, 
el lago de cristal, la fértil vega 
y el río transparente que la riega. 
  
Mira a un lado el Océano poderoso 
cuyas ondas azules va lamiendo 
la inmóvil planta al terrenal coloso. 
Al Izalco, por otro mira ardiendo, 
y allá en una comarca más distante 
el Momotombo mira fulminante. 
  
Y sin saciar su vista ni su mente 
por estrecho sendero y escarpado 
baja de la montaña lentamente 
el sabio a sus ideas entregado; 
tal virtud, tal poder, tal fuerza encierra 
¡aquel gran monumento de la tierra! 
  
Se vuelve y ve de la montaña erguida 
en la cintura atlética azulada 
cándida zona en derredor ceñida, 
y la sublime cúpula adornada 
de suspendida nubecilla leve 
deshecha y pura y blanca como nieve. 
  
Y el filósofo en éxtasis admira 
las obras portentosas de natura 
y quiere comprenderlas y suspira 
al ver su presunción y su locura; 
y su saber y su razón humilla 
ante el autor de tanta maravilla. 
  
Luego exclama el filósofo admirado:

***

María

Esa que veis, gentil como la aurora,
ninfa graciosa del rosado velo,
tierno destello del azul del cielo,
exalación del Céfiro y de Flora;
esa deidad que entre los hombres mora
como flor transplantada de otro suelo
como avecilla que cortó su vuelo
y en nido extraño por su nido llora;
más serena que el iris de la alianza,
más plácida que el rayo de la luna,
más fresca que la gota del rocío,
más suave que el placer de la esperanza,
más dulce que el reir de la fortuna,
es la beldad que adora el pecho mío.

***

Yo pienso en tí

Yo pienso en tí, tú vives en mi mente,
sola, fija, sin tregua, a toda hora,
aunque tal vez el rostro indiferente
no deje reflejar sobre mi frente
la llama que en silencio me devora.

En mi lóbrega y yerta fantasía
brilla tu imagen apacible y pura,
como el rayo de luz que el sol envía
a través de una bóveda sombría
al roto mármol de una sepultura.

Callado, inerte, en estupor profundo,
mi corazón se embarga y se enajena,
y allá en su centro brilla moribundo
cuando entre el vano estrépito del mundo
la melodía de tu nombre suena.

Sin luchas, sin afán y sin lamento,
sin agitarme en ciego frenesí,
sin proferir un solo, un leve acento
las largas horas de la noche cuento
¡y pienso en tí!

miércoles, julio 09, 2014

Giacomo Leopardi

Giacomo Leopardi

El conde Giacomo Taldegardo Francesco di Sales Saverio Pietro Leopardi 
(Recanati, 29 de junio de 1798 – Nápoles, 14 de junio de 1837)

Poeta italiano nacido en Recanati, Las Marcas,  en  1798.
Primogénito del conde Monaldo y de la  marquesa Adelaida Antici, recibió una educación rígida y conservadora a pesar de su enorme fragilidad física. Desde muy pequeño aprovechó la extensa biblioteca de su padre para adquirir una vasta cultura que lo convirtió en un gran poeta y ensayista.
Su primera publicación, "Al pie del monumento de Dante"  en 1819, fue seguida por obras de carácter romántico y melancólico entre las que se destacan "Cantos" en 1824 a 1835, "Misceláneas" en 1832, "Opúsculos morales" en 1827, y "Zibaldone" en 1832.
Su inestabilidad emocional y los repetidos fracasos sentimentales, lo llevaron a viajar por diferentes ciudades italianas hasta radicarse en Nápoles,  donde falleció en 1837.

El primer amor   Canto X

Vuelve a mi mente el día en que el combate
sentí de amor por vez primera, y dije: .
«¡Ay de mí, si es amor, cómo acongoja! »

Con los ojos clavados en la tierra,
yo contemplaba a aquella que, inocente,
mi corazón hizo vibrar primero.

¡Ay, amor, y cuán mal me gobernaste!
¿Por qué tan dulce amor debió consigo
llevar tanto dolor, tanto deseo,

y ni sereno, ni íntegro y sencillo,
mas lleno de lamentos y de afanes,
bajó a mi corazón tanto deleite?

Y dime, tierno corazón, ¿qué espanto,
qué angustia era la tuya al pensamiento
 junto al cual era hastío todo goce? ;

el pensamiento aquel, que, lisonjero,
se te ofreció en la noche, cuando todo
quieto en el hemisferio aparecía.

Tú, infeliz venturoso e intranquilo,
me fatigabas el costado sobre
el lecho, fuertemente palpitando.

Y cuando triste, exhausto y afanoso,
yo los ojos cerraba, delirante
como por fiebre, el sueño no acudía.

¡Oh, qué viva surgía en las tinieblas
la imagen dulce, y los cerrados ojos
la contemplaban bajo de los párpados!

¡Qué latidos suavísimos sentía
recorrerme los huesos, qué confusos,
mudables pensamientos en el alma

alzábanse, lo mismo que en las copas
de antigua selva el céfiro soplando
arranca un largo y trémulo murmullo!

Mientras callaba, sin luchar, ¿ qué hiciste,
¡oh corazón! , cuando partía aquella
por quien pensando y palpitando vivo?

Me sentía quemado lentamente
por la llama de amor, cuando la brisa
que la avivaba se extinguió de pronto.

El nuevo día me encontró sin sueño,
y al corcel que debía dejarme solo
piafar oía ante el paterno albergue.

Y yo, tímido, quieto e inexperto,
en el balcón oscuro, inútilmente
aguzaba la vista y el oído

esperando escuchar la voz que de unos
labios debía salir por vez postrera;
aquella voz que el cielo, ¡ay! , me vedaba.

¡Cuántas veces el vacilante oído
plebeya voz hirió, y heló mis venas
e hizo latir el corazón con fuerza!

Y cuando al corazón bajó el acento
de aquella voz amada, y se escucharon
de carros y caballos los rumores,

me quedé ciego, me encogí en el lecho
palpitando, y, cerrados ya los ojos,
oprimí el corazón entre mi mano.

Luego, arrastrando las rodillas trémulas
por la callada estancia, tontamente,
decía: «¿Qué dolor puede ya herirme ?»

Amarguísimo entonces, el recuerdo
se me emplazó en el pecho, y se oprimía
a toda voz, ante cualquier semblante.

Largo dolor mi mente iba minando,
cual lluvia que al caer del vasto Olimpo
melancólicamente, el campo baña.

No sabía de ti, garzón de nueve
y nueve soles, a llorar nacido,
cuando en mí hiciste la primera prueba.

Y el placer desdeñando, no me era
grato el reír de un astro, ni el silencio
de la aurora, ni el verdecer del prado.

También faltaba el ansia de la gloria
del pecho, al que inflamar tanto solía,
pues la borró el amor por la belleza.

Desatendí el estudio acostumbrado
y lo creía vano, porque vano
cualquier otro deseo imaginaba.

¿Cómo pude cambiar de tal manera
y que un amor borrara otros amores?
En verdad, ¡ay de mí! , cuán vanos somos.

Mi corazón tan sólo me placía,
y de un perenne razonar esclavo
espiaba el dolor que lo embargaba.

La vista fija en tierra o abstraída,
insoportable me era ver un rostro
fugitivo, ya fuese hermoso o feo,

pues temía turbar la inmaculada,
cándida imagen en mi mente fija,
cual la onda del lago turba el aire.

Y aquel no haber gozado plenamente
-que de arrepentimiento llena mi alma
y el placer que pasó cambia en veneno-

en los huídos días, a mi mente
estimula; que de verguenza el duro
freno mi corazón ya no sujeta.

Juro a los cielos ya las nobles almas
que nunca un bajo anhelo entró en mi pecho,
que ardí en un fuego inmaculado y puro.

Vive aquel fuego aún, vive el afecto,
alienta en mi pensar la bella imagen
de quien, si no celestes, otros goces
jamás tuve, y sólo ella satisface.

Versión de Diego Navarro

*****

A la luna          Canto XIV

Oh tú, graciosa luna, bien recuerdo
que sobre esta colina, ahora hace un año,
angustiado venía a contemplarte:
y tú te alzabas sobre aquel boscaje
como ahora, que todo lo iluminas.
Mas trémulo y nublado por el llanto
que asomaba a mis párpados, tu rostro
se ofrecía a mis ojos, pues doliente
era mi vida: y aún lo es, no cambia,
oh mi luna querida. Y aún me alegra
el recordar y el renovar el tiempo
de mi dolor. ¡Oh, qué dichoso es
en la edad juvenil, cuando aún tan larga
es la esperanza y breve la memoria,
el recordar las cosas ya pasadas,
aun tristes, y aunque duren las fatigas!

Versión de Luis Martínez de Merlo

*****

El sueño   Canto XV      

Era el alba, y detrás de los postigos 
por el balcón el sol insinuaba
la luz primera en mi cerrada alcoba;
cuando en el tiempo que es más leve el sueño 
y más suave cubre las pupilas,
junto a mí vino, y me miró ala cara
el simulacro de la que primero
el amor me enseñó, y me dejó el llanto.
No parecía muerta, sino triste,
con semblante infeliz. Con la derecha 
cogiendo mi cabeza y suspirando
"¿Vives –me dijo– y guardas de nosotros 
algún recuerdo?" Respondí: "¿De dónde
y cómo vienes, oh belleza? ¡Ah cuánto, 
cuánto pené por ti: yo no pensaba
que pudieras saberlo, y esto hacía
aún más desconsolado mi dolor.
¿Pero vas a dejarme una vez más?
Lo temo mucho. Di, ¿qué te ha ocurrido? 
¿eres tú la de ayer? ¿y qué te aflige 
eternamente?" "Ofusca la olvidanza
tu pensamiento, y lo confunde el sueño 
-dijo-. Estoy muerta, y hace muchas lunas
me viste por postrera vez". Inmenso 
dolor el pecho me oprimió al oírlo.
y prosiguió: "Morí en la flor del tiempo, 
cuando la vida es más hermosa, y antes 
que el corazón comprenda que son vanas 
las esperanzas. El mortal enfermo 
desea fácilmente a quien le libra
de afanes; mas la muerte sin consuelo 
llega a la juventud, y es duro el hado
de la esperanza extinta bajo tierra.

Vano es saber lo que a los inexpertos
de la vida natura les esconde,
y al saber inmaduro en mucho gana
el dolor ciego." "Oh cara, oh sin ventura, 
calla, calla -le dije- pues el pecho
tu voz me rompe. ¿Así pues, estás muerta, 
oh mi dilecta; y yo estoy vivo? ¿el cielo 
ordenó pues que aquel sudor extremo 
este cuerpo tan tierno y tan querido 
probar debiera, y para mí quedaran 
enteros mis despojos? ¡Cuántas veces,
al pensar que no vives y que nunca
te volveré a encontrar en este mundo, 
no lo puedo creer! Ay, ay ¿qué es esto 
llamado muerte? ¡Si hoy por experiencia 
lo supiese, e inerme la cabeza
sustrajera a los odios del destino!
Soy joven, mas se pierde y se consume 
mi juventud igual que la vejez
que aún está lejos, pero que me espanta.
Pero de la vejez poco difiere
de mis años la flor." "Los dos nacimos 
-dijo- para llorar; a nuestra vida
la dicha no rió; y se gozó el cielo
con nuestras penas." "Si de llanto el párpado 
-añadí- y mi semblante emblanquecido 
por tu partida ahora, y si de angustia 
llevo el pecho cargado, di, ¿de amor 
ascua alguna, o piedad alguna vez 
hacia el mísero amante ardió en tu pecho 
cuando vivías? Yo desesperando
y esperando pasaba día y noche 
entonces; y hoy se cansa en vanas dudas 
mi mente. Que si al menos una vez 
dolor sentiste de mi negra vida
dímelo, te lo pido, y me socorra
el recordar, pues de futuro privan
a nuestros días”, y ella: "Oh desdichado, 
consuélate. Yo de piedad avara
en vida no te fui, ni ahora lo soy,
mísera yo también. No tengas queja 
de esta desgraciadísima muchacha."
"Por nuestra desventura, y el amor
que me oprime –exclamé– por el querido 
nombre de juventud, y la perdida 
esperanza, permíteme, oh amada,
que tu derecha toque." y con un gesto 
triste y suave me la dio, y al tiempo 
que de besos la cubro, y de afanosa 
dulzura palpitando a mi anhelante
seno la aprieto, de sudor hervían 
pecho y rostro, la voz se me cortaba,
y vacilaba el día ante mis ojos.
Cuando ella tiernamente su mirada 
fijó en la mía, " ¿Olvidas, oh querido, 
-dijo- que estoy desnuda de belleza? 
y tú de amor en vano, oh desdichado, 
tiemblas y ardes, y ahora, al fin, adiós. 
Nuestros cuerpos y mentes se separan 
eternamente. Para mí no vives
y nunca vivirás. Ya rompió el hado
tu fe jurada." Entonces con angustia 
yendo a llorar, y delirando, henchidas 
las pupilas de llanto sin consuelo, 
dejé el sueño. Mas ella sin embargo 
quedó en mis ojos. Y en el rayo incierto 
del sol me pareció seguirla viendo.

Versión de Luis Martínez de Merlo

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La vida solitaria   Canto XVI

La lluvia matinal, cuando las alas
batiendo, salta alegre la gallina 
en la cerrada estancia, y el labriego
sale al balcón, y la naciente aurora
vibra su rayo trémulo, esmaltando
las transparentes gotas, en mi albergue
dulcemente llamando, me despierta.
Salgo, y la leve nubecilla, el canto
primero de las aves, la aura grata
y de las playas la quietud bendigo.
Harto os he conocido, infaustos muros
de la ciudad, en donde el odio sigue
y acompaña al dolor: ¡que en la desgracia
vivo y he de morir, quizás en breve!
Un resto de piedad tienes, Natura,
para mí en estos sitios ¡ay! un tiempo
más compasivos a mi mal. Tú apartas
del triste la mirada, y desdeñando
los dolores y afanes, a la reina
Felicidad te humillas. El que sufre
no halla en cielo ni tierra amiga mano,
ni otro refugio encontrará que el hierro.

Tal vez me asiento en solitaria parte,
sobre una altura que domina un lago
coronado de plantas taciturnas;
allí, cuando al cenit radiante asciende
el sol, refleja su tranquila imagen,
y ni hoja o yerba se conmueve al viento; 
no se ve ni se siente a la redonda
encresparse las olas; ni su canto 
entonar la cigarra; ni las plumas
el pájaro agitar entre las hojas, 
o retozar la mariposa leve.
Calma profunda envuelve aquella orilla, 
donde yo, inmóvil, reposando, casi 
del mundo odioso y de mi ser me olvido; 
y pienso que mis miembros se desatan,
que se extingue el sentir y que mi antigua 
calma con la del sitio se confunde. 

¡Amor, amor! ha tiempo abandonaste 
este mi corazón, que antes ardía 
hasta abrasar. Con su aterida mano 
oprimióle el pesar, y en duro hielo 
en la flor de mis años, convirtióse.
Acuérdome del tiempo en que viniste 
a habitar en mi pecho. Era aquel dulce 
e irrevocable tiempo, cuando se abre
al ojo juvenil la triste escena
del mundo, cual soñado paraíso.
El tierno corazón ledo palpita
de virgen esperanza y de deseos,
y se lanza a la acción, como pudiera
al juego y a la danza. Mas tan pronto
como pude entreverte, la Fortuna 
mi existencia rompió, y a mis pupilas
tocó por suerte sempiterno lloro.
Si alguna vez por los abiertos campos
en la callada aurora, o cuando brillan,
al sol techos, collados y llanuras
miro de hermosa jovenzuela el rostro;
si alguna vez, en la serena calma
de estiva noche, el paso vagabundo,
de la ciudad en derredor guiando,
la hosca tierra contemplo, y de afanosa
niña, que activa nocturnal faena,
oigo sonar en la apartada estancia
el canto melodioso, se conmueve
mi corazón de piedra; pero torna
pronto el férreo sopor, que es ¡ay! extraña
toda suave emoción al pecho mío.

Oh cara luna a cuya luz tranquila
danzan las liebres en el bosque, dando
enojo al cazador, que a la mañana
halla intrincadas las falaces huellas
que del cubil lo alejan: ¡salve, oh reina
benigna de las noches! Importuno
entra tu rayo por selvosos riscos
o en ruinoso edificio, iluminando
el puñal del ladrón, que escucha atento
fragor de ruedas y de cascos duros
y rumor de pisadas en la vía,
y saliendo de pronto, con estruendo
de armas y roncas voces, y el ceñudo
aspecto, hiela al tímido viandante
a quien desnudo y semivivo, deja
entre las piedras. Importuno baja
también tu blanco rayo a las ciudades
sobre el vil corruptor que se desliza
de los muros al pie, y en las espesas
sombras se oculta, y párase y se asusta
de la luz que difunden los abiertos
balcones. Importuno a los malvados,
a mí siempre benigno, tu semblante
aquí será, do sólo me descubres 
risueñas cuestas y espaciosos campos. 
En otro tiempo, lleno de inocencia, 
tus bellos rayos acusar solía, 
cuando me denunciaban de los hombres
a la mirada, en la ciudad, o cuando 
ver me dejaban el humano aspecto.
Ora celebrarélos, ya te mire 
envolverte entre nubes, ya serena 
dominadora del etéreo campo,
esta morada mísera contemples. 
A menudo verásme, solo y mudo, 
errar por bosques y por verdes ribas, 
o yacer en la yerba, satisfecho,
si aún el poder de suspirar me queda. 

Versión de Antonio Gómez Restrepo

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Canto XXIV   La calma después de la tormenta

Pasó ya la tormenta;
los pájaros gorjean; la gallina
ha tornado al camino
y vuelve a cacarear. Sereno el cielo
surge a Poniente, sobre la montaña;
despéjanse los campos
y aparece en el valle el claro río.
Todo pecho se alegra; en todas partes
renacen los rumores;
el trabajo prosigue.
A contemplar el cielo, el artesano,
obra en mano, cantando,
asómase a la puerta;
sale la joven a coger el agua
de la reciente lluvia;
repite el verdulero
de camino en camino
el cotidiano grito.
He ahí el sol que retorna y que sonríe
por pueblos y colinas. Los balcones
y las terrazas abre la familia ;
en el sendero escúchase a lo lejos
tintinear de esquilas; cruje el carro
del viajero que sigue su camino.

Todo pecho se alegra.
¿Cuándo tan dulce y grata
es como ahora la vida?
Con tanto amor, el hombre,
¿cuándo se da a su estudio,
torna al trabajo, o nueva cosa emprende?
¿Cuándo se acuerda menos de sus males?
Placer, de afanes hijo;
vano goce, que es fruto
del pasado temor, donde temblaba
de espanto ante la muerte
el que odiaba la vida;
donde, en largo tormento,
fría, callada y pálida,
palpitaba la gente, contemplando
desplomarse sobre ella
viento, rayos y nubes.

Naturaleza afable,
las dádivas son éstas,
son éstos los deleites
que ofreces al mortal. Salir de penas
goce es para nosotros.
Penas derramas largamente; el duelo
espontáneo surge, y los placeres
que por milagro algunas veces nacen
de los afanes, son gran suerte. ¡Humana
prole cara a los dioses! Feliz casi
si descansar te dejan
de algún dolor; dichosa
si la muerte te cura de ellos todos.

Versión de Diego Navarro

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El sábado en la aldea   Canto XXV

A la puesta del sol, la alegre niña
torna de la campiña
con su haz de yerba y el florido ramo
en que lucen al par violeta y rosa,
y que, inocente, apresta
para adornar gozosa
pecho y cabellos al llegar la fiesta.
A par con la vecina
siéntase a hilar en el umbral la anciana
volviendo el rostro al astro que declina,
y se transporta a la estación lejana
cuando, aún fresca doncella,
danzaba al terminarse la semana,
con sus amigas de la edad más bella.
El aire se obscurece,
se matizan de azul los horizontes,
y descienden las sombras de los montes
cuando la luna cándida aparece.
La torre de la villa
la fiesta anuncia, y sus alegres sones
bajan a confortar los corazones.
Sobre la plaza la vivaz cuadrilla
de rapaces gritando
y aquí y allí saltando, 
alza rumor que anima y alboroza;
mientras silbando el labrador regresa
y sentado a su mesa
con el descanso que prevé, se goza.

Cuando el silencio con la sombra crece 
y toda luz fenece, 
oigo el martillo que tenaz golpea 
en el taller, do el oficial se afana 
por dejar terminada la tarea 
antes de que despunte la mañana. 

Este es de la semana 
el más hermoso y el postrero día. 
Mañana tornarán fastidio y pena, 
y a la habitual faena 
cada cual volverá como solía. 

¡Jovencillo gracioso! 
Tu dulce edad florida
es como un día de alborozo lleno,
día claro y sereno,
que precede a la fiesta de tu vida.
¡Goza, gózalo pues! Edad de flores, 
suave estación es esta: 
nada más te diré; pero no llores 
si se retarda tu anhelada fiesta.

Versión de Antonio Gómez Restrepo

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Amor y muerte   Canto XXVII

El amado del cielo muere joven
Menandro

Hermanos a la vez creó la suerte
al amor y a la muerte.
Otras cosas tan bellas
en el mundo no habrá ni en las estrellas.
Nacen de aquél los bienes,
los placeres mayores
que en el mar de la vida el hombre halla;
y todos los colores,
todo mal borra ella.
Bellísima doncella,
de dulce ver, no como
se la imagina la cobarde gente,
al tierno Amor le hace
compañía frecuente,
y el camino mortal juntos recorren
y a todo corazón más sabio
que el herido de amor, ni que la vida
infausta más desprecie,
ni que por otro dueño
como por éste los peligros busque;
donde tu llama prende,
amor, nace el aliento
o se despierta; y su saber en obras,
no, como suele, en pensamiento vano,
muestra el linaje humano.

Cuando encendidamente
nace dentro del alma
un afecto amoroso,
juntamente con él un misterioso
lánguido anhelo de morir se siente;
cómo, no sé; mas ésta es la primera
señal del verdadero amor potente.
Quizás a la vista entonces
espanta este desierto; acaso espera
el mortal que ha de hallar inhabitable
la tierra sin aquella
nueva, sola, infinita
felicidad que su pensar figura;
mas presintiendo el corazón por ella
terrible tempestad, quietud ansía
y refugio apetece,
ante el fiero deseo
que en torno ruge y todo lo oscurece.

Cuando lo envuelve todo
la formidable fuerza
y fulmina en el alma afán constante,
¡cuántas veces te implora
con intenso deseo,
oh dulce muerte, el dolorido amante!
¡Cuántas veces, oh, cuántas a la noche
o al alba abandonándose rendido
juzgó gran dicha que jamás pudiera
despertar de su sueño
ni ver la luz amarga nuevamente!
Y al son a veces de la triste esquila,
del canto que conduce
a los que mueren al eterno olvido,
con suspiros ardientes
de lo íntimo del pecho envidia tuvo
de aquel que bajo tierra a habitar iba.
Hasta la tosca plebe,
el labriego, que ignora
toda virtud que del saber deriva,
hasta la joven tímida y esquiva,
que de la muerte al nombre
sentía sus cabellos erizarse, 
contemplan ya la tumba y el sudario
con un mirar de fortaleza lleno,
y en hierro y en veneno
meditan largamente,
y aun en su indocta mente
la gentileza del morir comprenden.
Tanto a la muerte inclina
de amor la disciplina. Y es frecuente
que la interna pasión llegue a tal punto
que la fuerza vital no se sostenga,
y ceda el cuerpo frágil
a la terrible lucha, y de esta suerte
por fraterno poder triunfe la muerte,
o tanto instigue amor en lo profundo
del corazón que el tosco campesino
y la tierna doncella
con mano violenta
su carne juvenil den a la tierra.
Ríe entonces el mundo,
al que el cielo vejez y paz consienta.

Al ferviente, al dichoso,
al animoso ingenio
conceda el hado alguno de vosotros,
dulces dueños, amigos
del humano linaje,
cuyo poder no hay quien aventaje
en el mundo, pues sólo la potencia
del hado es superior a vuestra esencia.
y tú, a quien ya desde mis verdes años
honrando siempre invoco,
bella muerte, piadosa
tan sólo tú de la aflicción terrena,
si celebrada fuiste
alguna vez por mí, si del mezquino
vulgo la ofensa a tu esplendor divino
enmendar un día quise,
no tardes más, mis ruegos
vehementes escucha,
¡cierra mis ojos tristes
para siempre a la luz, reina del tiempo!
Me hallarás ciertamente, a cualquier hora
en que tus alas hacia mí despliegues,
levantada la frente, apercibido,
resistiendo al destino;
la mano que al herirme se colora
con mi sangre inocente
no he de colmar de elogios
ni bendecir, cual hace
por antigua ruindad la humana gente;
toda vana esperanza en que se engañan
como niños los hombres,
todo necio consuelo
desecharé, y a nadie en tiempo alguno,
¡oh muerte!, he de aguardar sino a ti sola;
tan sólo el día esperaré sereno
en que decline adormecido el rostro
en tu virgíneo seno.

Versión de Fernando Maristany