Poema del secreto
Puedo tocar tu mano sin que tiemble la mía,
y no volver el rostro para verte pasar.
Puedo apretar mis labios un día y otro día...
y no puedo olvidar.
Puedo mirar tus ojos y hablar frívolamente,
casi aburridamente, sobre un tema vulgar,
puedo decir tu nombre con voz indiferente...
y no puedo olvidar.
Puedo estar a tu lado como si no estuviera,
y encontrarte cien veces, así como al azar....
puedo verte con otro, sin suspirar siquiera,
y no puedo olvidar.
Ya ves: tú no sospechas este secreto amargo,
más amargo y profundo que el secreto del mar...
porque puedo dejarte de amar, y sin embargo...
no te puedo olvidar!
***
Poema para olvidarte
Amar -nadie lo ignora- viene a ser como un juego:
el juego de dos almas y el juego de dos vidas.
Y hay quien gana y quien pierde. Tal vez lo sabrás luego,
si yo logro olvidarte pero tú no me olvidas.
Yo sé por qué lo digo. La vida tiene un modo
sutil de detenerse mientras sigue adelante,
y una mujer bonita puede olvidarlo todo
menos su última cita con su primer amante.
Por eso, allá... tan lejos.. en tus tardes de hastío,
puede ser que comprendas que el hombre a quien quisiste
llenó de mariposas tu corazón vacío
y de fechas alegres tu calendario triste.
Y como tu pasado no pasó todavía
tendrás que recordarme viendo en tu tocador
aquellos espejuelos oscuros con que un día
disimulaste un poco tus ojeras de amor.
Y yo sé que otro día, de rezos y conjuros,
te dirán que me he muerto -yo sé que será así-
y te pondrás los mismos espejuelos oscuros
para que nadie sepa que lloraste por mí.
***
Se deja de querer...
Se deja de querer...
y no se sabe por qué se deja de querer;
es como abrir la mano y encontrarla vacía
y no saber de pronto qué cosa se nos fue.
Se deja de querer...
y es como un río cuya corriente fresca ya no calma la sed,
como andar en otoño sobre las hojas secas
y pisar la hoja verde que no debió caer.
Se deja de querer...
Y es como el ciego que aún dice adiós llorando
después que pasó el tren,
o como quien despierta recordando un camino
pero ya sólo sabe que regresó por él.
Se deja de querer...
como quien deja de andar una calle sin razón, sin saber,
y es hallar un diamante brillando en el rocío
y que ya al recogerlo se evapore también.
Se deja de querer...
y es como un viaje detenido en las sombras
sin seguir ni volver,
y es cortar una rosa para adornar la mesa
y que el viento deshoje la rosa en el mantel.
Se deja de querer...
y es como un niño que ve cómo naufragan sus barcos de papel,
o escribir en la arena la fecha de mañana
y que el mar se la lleve con el nombre de ayer.
Se deja de querer...
y es como un libro que aún abierto hoja a hoja quedó a medio leer,
y es como la sortija que se quitó del dedo
y solo así supimos... que se marcó en la piel.
Se deja de querer...
y no se sabe por qué se deja de querer.
***
Te acordarás
Te acordarás un día de aquel amante extraño
que te beso en la frente para no hacerte daño.
Aquel que iba en la sombra con la mano vacía,
porque te quiso tanto que no te lo decía.
Aquel amante loco que era como un amigo
y que se fue con otra para soñar contigo
Te acordarás un día de aquel extraño amante,
profesor de horas lentas, con alma de estudiante.
Aquel hombre lejano que volvió del olvido
solo para quererte como nadie ha querido.
Aquel que fue ceniza de todas las hogueras
y te cubrió de rosas sin que tu lo supieras.
Te acordarás un día del hombre indiferente
que en las tardes de lluvia te besaba en la frente,
Viajero silencioso de las noches de estío
que sembraba en la arena su corazón tardío.
Te acordarás un día de aquel hombre lejano,
del que más te ha querido porque te quiso en vano.
Quizás así de pronto te acordarás un día
de aquel hombre que a veces callaba y sonreía.
Tu rosal preferido se secará en el huerto
como para decirte que aquel hombre se ha muerto.
El andará en la sombra con su sonrisa triste
y únicamente entonces sabrás que lo quisiste.
***
Poema del desencanto
Y comenzamos juntos un viaje hacia la aurora
como dos fugitivos de la misma condena.
Lo que ignoraba entonces no he de callarlo ahora:
No valías la pena.
Ya llegaba el otoño, y ardía el mediodía.
Sentí sed. Vi tu copa. Pensé que estaba llena,
pero acerqué mis labios y la encontré vacía.
No valías la pena.
Te di a guardar un sueño, pero tú lo perdiste,
o acaso abrí mis surcos en la llanura ajena.
Es triste, pero es cierto. Por ser tan cierto, es triste:
No valías la pena.
Fuiste el amor furtivo que va de lecho en lecho,
y el eslabón amable que es más que una cadena.
Pero hoy puedo decirte, sin rencor ni despecho:
No valías la pena.
Me alegré con tu risa; me apené con tu llanto,
sin pensar que eras mala ni creer que eras buena.
Te canté en mis canciones, y, a pesar de mi canto,
no valías la pena.
Me queda el desencanto del que enturbió una fuente,
o acaso el desaliento del que sembró en la arena.
Pero yo no te culpo. Te digo, simplemente:
No valías la pena.