Javier Monagas Maita
…Y pudo más la ambición y el egoísmo que la razón y la justicia
En las dos teorías mas difundidas de la aparición de la tierra, se resalta que ésta era poblada por todos los seres vivientes. Los bosques solo se ausentaron de las anchas extensiones del mar en su expansionismo. La naturaleza madre, proveyó de todo lo necesario para el sustento de la vida, sin darle nada en exclusiva para ninguna especie que se pudiera sentir como poseedora del monopolio de la propiedad de nada; solo la versión de la creación religiosa, da potestad al hombre para reinar, pero ese reinado no era para destruir, si no una responsabilidad para cuidar el equilibrio natural. Solo la necesidad y el instinto de conservación de las especies generó conflictos naturales, conflictos que se solucionaban con el respeto del espacio de cada quien o cada especie, según su necesidad. Pero a la vez existía una cooperación tácita por sostener el equilibrio del cuerpo madre que los sustentaba (la tierra).
Hubo un momento de quiebre de esas máximas. Entonces la ambición, el egoísmo y la maldad, tomaron posesión en el cuerpo y alma de algunos hombres. Desde ese momento, unas pocas mentes ofuscadas y enfermas de avaricia, pensaron que haciéndose dueñas de todo lo existente, se convertirían en dueños y señores de la tierra. Así fueron asignando valor a las cosas materiales (y, a veces insustanciales) de acuerdo a los volúmenes que disponían, y en base a las necesidades de los demás. Les imponían sacrificios, esfuerzos, trabajos particulares o intercambio por volúmenes mayores de otras cosas, a cambio de las dosis de lo que se necesitase en el momento
Esas egoístas prácticas, fueron el origen de la propiedad privada y la moneda después. Los ambiciosos, viendo que tal como ellos, otros con las mismas avaricias, estaban dispuestos dentro de su enfermedad posesiva a combatir y exterminar a quienes se les oponían, optaron por pactar y sabiéndose minoría en relación a los demás, entendieron que había suficiente en el mundo para satisfacer sus engolosinados apetitos, a costa de la miseria y la opresión de las mayorías, de esa manera después de pasar por varias etapas, nace el Capitalismo.
En la medida que esa enfermedad se difundió por el mundo, en esa misma medida la naturaleza, se fue sintiendo amenazada. Poco a poco, mientras más se acrecentaban las apetencias de acumulación de cosas por parte de esa plaga minoritaria, con figura humana y sentimiento de bestia, el planeta ha entrado en una fase de agonía. Una agonía que se manifiesta desde al dolor de las aguas, pasando por la angustia del cielo y la destrucción masiva de los hombres más benevolentes. Que por esa misma condición, están destinados a fallecer de hambre y sed, por culpa de unas vanidades, que en verdad no son más que cosas agrupadas, para jactarse ante otros con su misma ceguera. Son ellos, no la humanidad, son una minoría hipócrita y farsante, los que están destruyendo todo lo que sustenta la vida en el planeta, exterminan millones y millones de árboles cada segundo, para obtener riquezas, siembran miles y miles de hectáreas para producir alimento para autos, negándole de esa manera la posibilidad de alimentarse a millones de seres humanos, la poca agua potable no contaminada que van dejando, la usan para procesar bebidas de vicio y regar siembras anti-ecológicas, mientras en África, Asia, América Latina, un número cada vez más creciente de personas no disponen de el líquido para beber o asearse.
Lo curioso de todo esto, es que los grandes hombres de la historia, esos que se dedicaron a enfrentar esa maldad y hasta dieron su vida en la lucha, son presentados como unos desquiciados. Cuando la realidad es, que los verdaderos desquiciados, los enfermos de posesión y odio, son los grandes capitalistas, los que junto a las mafias avaras de las religiones mercantilistas, llámense como se llamen y las oligarquías elitistas, son los culpables que el planeta se extinga poco a poco y sin capacidad de rectificación visible.
Grandes hombres y mujeres de la historia, cuyo delito mayor fue luchar contra esos perversos desvíos. Son presentados en los libros de la anti-historia escritos por los historiadores domesticados como perros de vela como lo más vil de los sentimientos humanos. Siendo que los egoístas, los racistas, los discriminadores, los asesinos, los exterminadores, los productores de hambre y miseria son los empresarios capitalistas. Son esos personajes, los que sostienen sistemas de organización social injustos y despreciadores de la calidad humana; son ellos, los que asesinan campesinos para arrebatarles las tierras; son los que fuerzan a los pobres a internarse en cuevas para sacarles los diamantes y las piezas de oro, con las cuales alimentarán su ego; son los que fabrican armas de destrucción masiva, para destruir países, a los que después saquean; son los que hablan de democracia e imponen dictaduras; los que dicen luchar contra el narcotráfico, y enferman a la juventud para que consuman la droga que ellos comercializan; son ellos, los que por luchar contra el terrorismo tienen a asesinos despreciables a su servicio, destruyen sus propias edificaciones para justificar invadir a países inocentes, matan descaradamente a sus propios ciudadanos pobres, para luego arremeter contra otros pueblos.
Todo eso por el vil metal y la glotonería de tener una cuenta bancaria inacabable, que para sostenerla, es menester que mueran millones de niños, mujeres y hombres, con el solo abrigo de la piel desgrasada y pegada a los huesecitos adoloridos y sin fuerza, sin poder derramar lágrima alguna, por no tener agua para formarla.
Debe acabarse la hipocresía en el mundo. Las guerras ya no deben ser de pueblos contra pueblos. Solo así lograremos salvar a última hora al planeta. No hay alternativa, ni futuro.