sábado, abril 30, 2016

Sylvia Plath, (1/2)

Sylvia Plath

(Boston, 27 de octubre de 1932 - Londres, 11 de febrero de 1963)
Fue una escritora estadounidense especialmente conocida como poeta.  En su primer año en la universidad de Smith College, Plath realizó el primero de sus intentos de suicidio. Esto lo detalló más tarde en su novela semiautobiográfica <La Campana De Cristal> (The Bell Jar).  Fue tratada en una institución psiquiátrica (Hospital McLean) y pareció recuperarse aceptablemente, tras lo que se graduó con honores, en 1955. El 11 de febrero de 1963, enferma y con poco dinero, Plath se suicidó asfixiándose con gas. Aunque durante mucho tiempo se consideró que sus repetidas depresiones e intentos de suicidio se debieron a la muerte de su padre cuando ella contaba con nueve años, pérdida que nunca logró superar, hoy se cree que padecía trastorno bipolar, trastorno psicológico que actualmente se trata con medicación. Fue la primera poeta en recibir, post-mortem, el Premio Pulitzer por el conjunto de su obra.  Su hijo Nicholas Hughes Plath fue un hombre solitario; se refugió en la privacidad de Alaska como profesor en la Universidad de Alaska Fairbanks. Maníaco-depresivo y solitario, nunca se casó ni tuvo hijos, y el 16 de marzo de 2009 se suicidó en Alaska. Sylvia fue una morbosa amante de la perfección. Sylvia comprobó en su condición humana, el mayor y más cruel impedimento para aquella correspondencia perfecta que quería plasmar entre la vida real y sus poemas. Y se volvió contra ella misma hasta finalmente destruirse. “El no ser perfecta, me hiere”, escribió Sylvia Plath en su Diario en 1957


Versiones de
Jesús Pardo

Hongos

De noche, muy
blancos, discretos,
muy silenciosos

nuestros pies, nuestras
narices captan
la tierra, el aire.

Nadie nos ve,
para, traiciona;
los granos abren

paso, los puños
púas apartan
y hojas tupidas,

incluso alfombras.
Mallos, arrietes,
sordos y ciegos,

del todo mudos,
agrandan grietas,
sondean huecos.

De agua vivimos,
de migas de aire,
suaves pedimos:

 o todo o nada.
¡Somos tantísimos!
¡Somos tantísimos!

Somos estantes,
mesas, muy dóciles
y comestibles,

entrometidos
involuntarios.
Somos fecundos:

mañana el mundo
será ya nuestro:
ya os avisamos.

***

Otoño De Ranas

El verano envejece, madre fría,
y los insectos son raros y escuálidos.
En este hogar palustre solamente
graznamos, nos ajamos.

Las mañanas se van en somnolencia.
El sol tardíamente nos alumbra
entre cañas sin nervio. Moscas fáltanos.
El helecho se muere.

La helada hasta la araña envuelve.
Cierto que el dios de la abundancia
por aquí anda. Nuestra gente
adelgaza, da pena.

***

Metáforas

Adivíname: nueve sílabas
tengo, elefante, casa grande,
melón con sólo dos tentáculos.
¡Oh fruta, marfil, leño fino!
Dinero nuevo en este bolso.
Soy medio, escena, vaca grávida.
Comí muchas manzanas verdes.
Del tren en que voy nadie baja.

***

Solterona

Esta chica de quien hablamos
en un paseo de abril ceremonioso
con su último pretendiente
súbitamente se asombró muchísimo
del charlar de los pájaros
y las hojas caídas.

Así, afligida, ella
vio que los ademanes de su amante
agitaban el aire y se irritó
entre el caos de flores y de helechos
acres. Juzgó los pétalos
confusos, la estación ajada.

¡Cómo deseó el invierno!
Austeramente, en orden minucioso
de blanco y negro
de hielo y roca, todo deslindado,
de corazón a fría disciplina
sometió, exacto cual copo de nieve.

Pero he aquí: un capullo
de sus cinco sentidos de gran dama
una grosera confusión deduce:
traición intolerable. Que el idiota

se rinda al caos de la primavera:
prefirió retirarse.

Y rodeó su casa
de alambradas y muros impasables
contra el tiempo rebelde
tanto que nadie lo rompiera
con maldiciones, puños, amenazas,
ni con amor tampoco.

***

Carta De Amor

No es fácil expresar lo que has cambiado.
Si ahora estoy viva entonces muerta he estado,
aunque, como una piedra, sin saberlo,
quieta en mi sitio, mi hábito siguiendo.
No me moviste un ápice, tampoco
me dejaste hacia el cielo alzar los ojos
en paz, sin esperanza, por supuesto,
de asir los astros o el azul con ellos.

No fue eso. Dormí: una serpiente
como una roca entre las rocas hiende
el intervalo del invierno blanco,
cual mis vecinos, nunca disfrutando
del millón de mejillas cinceladas
que a cada instante para fundir se alzan
las mías de basalto. Como ángeles
que lloran por la gente tonta, hacen
lágrimas que se congelan. Los muertos
tenían yelmos helados. No les creo.

Me dormí como un dedo curvo yace.
Lo primero que vi fue puro aire
y gotas que se alzaban de un rocío
límpidas como espíritus. y miro
densas y mudas piedras en torno a mí,
sin comprender. Reluzco y me deshojo
como mica que a sí misma se escancie,
igual que un líquido entre patas de ave,
entre tallos de planta. Mas no pienses
que me engañaste, eras transparente.

Árbol y piedra nítidos, sin sombras.
Mi dedo, cual cristal de luz sonora.
Yo florecía como rama en marzo:
una pierna y un brazo y otro brazo.
De piedra a nube iba yo ascendiendo.
A una especie de dios ya me asemejo,
hiende el aire la veste de mi alma
cual pura hoja de hielo. Es una dádiva.

***

Escayola

¡Nunca me liberaré de esto! Ahora soy dos personas:
ésta, completamente blanca, y la antigua, amarilla,
y la blanca es, sin duda, la más importante.
No necesita alimentos, es, ciertamente, uno de los santos
indudables. Al principio la odiaba, carecía de lógica propia.
Se pasaba los días en la cama conmigo, igual que un cadáver,
y yo me asustaba, pues su forma era idéntica a la mía,

aunque mucho más blanca, e irrompible, y jamás se quejaba.
Era tan fría que me tuvo despierta una semana.
Yo le echaba la culpa de todo, pero ella jamás respondía.
¡Qué ridícula conducta, yo no la entendía! Pero ella
guardaba silencio. La pegaba, pero no se movía,
pacifista sincera, y entonces me dije que deseaba mi amor:
comenzó a ser más cálida, y vi entonces sus muchas virtudes.

Sin mí no existiría, por eso me mostraba cariño.
Yo le daba alma, florecía de ella cual rosa
florece de un jarrón de porcelana barata,
era yo quien brillaba, no ella con su pulcra blancura,
como había pensado al principio. Yo entonces
la protegía un poco y ella estaba encantada, era claro
que su mente de esclava la regía.

Yo aceptaba su culto y a ella le encantaba.
Matinal, despertábame del sol al reflejo. En su torso
sorprendentemente albo lucía su pulcra
nitidez, y su calma y su dura paciencia:
mimaba mis debilidades como experta enfermera,
poniendo mis huesos en su sitio, para que se curasen.
Y, así, nuestro vínculo se volvió más firme.

Fue dejando de venirme tan justa, empezó a separárseme.
Yo notaba sus críticas a pesar de mí misma,
como si mis costumbres la ofendiesen de alguna manera.
Dejaba pasar las corrientes y volvióse distraída y lejana.
Y la piel me escocía y se me iba pedazo a pedazo
sólo porque ella me cuidaba con tanto desvío.
Vi por fin el misterio: se creía inmortal.

Quería dejarme, se pensaba superior a mí en todo.
¡Y yo que la tenía a oscuras, apilando rencores,
malgastando sus días al servicio de un semicadáver!
En secreto empezó a desearme la muerte. Y entonces
podría cubrirme la boca y los ojos, del todo cubrirme,
y llevar mi rostro pintado como funda de momia
con la faz faraónica, aunque fuera de barro y de agua.

Y yo no podía arrojarla de mí, se apoyaba
en mí tanto tiempo que me estaba volviendo inmóvil,
habiendo olvidado la manera de andar o sentarme,
por eso cuidaba yo mucho de nunca ofenderla
o jactarme imprudente de mi cierta venganza.
Esta convivencia era igual que vivir con mi tumba:
yo dependía de ella, aunque muy contra mi voluntad.

Solía pensar que podríamos vivir muy bien juntas,
tan unidas estábamos que pudieran pensarnos casadas.
Pero ahora comprendo que no coexistíamos, que ella
sería una santa y yo fea e hirsuta, más tarde o temprano
tales diferencias caerían vanas, pues yo recobraba mi fuerza
y un día podría vivir sin su apoyo y entonces

su cáscara vacía y muriente lloraría mi ausencia.

sábado, abril 23, 2016

Carlos Obregón

Carlos Obregón
(Bogotá, 21 de febrero de 1929 - Madrid, 01 de enero de 1965)

Poeta colombiano nacido en Bogotá en 1929 se suicida, ingiere una sobredosis de barbitúricos, en España el 1 de enero de 1965 a la edad de 33 años, perteneciente a la generación de la revista Mito. Su personalidad estuvo férreamente marcada por la educación religiosa. Viajó a Estados Unidos, donde culminó estudios de física y matemáticas en la Universidad de Michigan; a su regreso a Colombia, se trasladó a la costa Atlántica para sembrar algodón, y luego fue docente universitario de matemáticas. Antes de residir definitivamente en Madrid, hizo estancias parciales en París, Ibiza y Mallorca, perseguido por las carencias y la soledad. Su poesía, globalmente breve pero de una sostenida eficacia, podría definirse como la búsqueda casi delirante de sí mismo. Un sentimiento de místico desgarramiento perdura a todo lo largo y ancho de su obra: un erotismo de la salvación y la condena, del ascenso y la caída a través de una última instancia encarnada en la palabra. Sus únicos libros publicados en vida fueron <Distancia destruida> (1956) y <Estuario> (1961), reunidos póstumamente con otros poemas inéditos en <Obra poética> (1985).  Obregón no persiguió el reconocimiento, el aplauso, ni la venia. Era y Es un poeta en la complejidad de la palabra, en la acepción del oficio. El hecho significativo de su suicidio demuestra que sus búsquedas eran otras, que sus afanes y angustias se confinaban en otros medios.

El Tiempo Contemplado

I
Vibraba el cielo. El río en cada tallo
aguazaba un silbo lunar de lento vuelo.
Lejos, la noche rezaba un salmo de madera
entre flores calcinadas y aspas de molino.
Por la tierra azotada tres caballos, tres caballos
de exilio galopaban, ágil fuga
de aire ennegrecido y ceniza volandera.
Una llama profunda hincaba su fulgor
contra los ojos. El tiempo estaba entre
filos de luz y estrellas desplomadas
y un viento sin origen hendía el mundo.
Polvo y esparto. Muros blancos. Trigo.

II
Surgen densas las horas en la cala desierta.
Desde lejos me llaman otras islas voraces
y los peces arrastran el latido del tiempo
entre rocas y espuma. Cielo adverso, combado
sobre el mar del exilio. Las olas con ahínco
bambolean un barco fondeado a pocas brazas.
Mortal cae en el día la honda luz del silencio.
El sol clava su fuego sobre el cuerpo desnudo
y en los guijarros brilla más antiguo que ellos.
Soledad en las rocas, en los ojos que esperan.
Con el viento maduro tras el recuerdo, emigro
por rutas interiores hacia un incendio verde
de islas y centauros. Un golpe de alcatraces
llega desde la noche y abandona su huella
en la playa caldeada. No es el tiempo insaciable
lo que inunda los ojos, es el mar combatiendo
la violencia del odio que desgarra su seno
y allí trama el temblor de los dioses malditos.

***
           
Canto III

Toda la luz sobra si la fe que nos guía
no colma nuestro viaje. Más allá de la nieve
está el fuego que en el fondo crepita, tutelar,
para los ojos que miran hacia adentro
con el anhelo de las aves caídas.
Después de las palabras queda el eco
de un fervor ignorado que se pierde en la fronda
que tejen nuestras tardes de contemplar callado
y hacia donde existimos renace nuestro olvido.
No un simple paraíso donde el cuerpo fuese
el dios de sus placeres, sino un estar dentro
de lo que siempre es río, la delicia misma
que desde el centro estalla, florece y se despliega.
Ninguna otra cosa perdimos y ahora sólo quedan
cenizas y ascuas en las manos del ángel
que desde un nuevo umbral nos invita a gustar del misterio,
y vivir es avanzar en su reclamo y esperar el retorno
en las horas desiertas que caen hacia la noche.
¡Si siempre nos golpeara el amplio murmullo
de las alas eternas! Porque no sólo faltan
palabras de mar, hogueras bajo el viento,
sino una intensidad más cerca de los labios
que aún después de que las ascuas los ungieron
no pueden proclamar lo que han gustado.
¿Quién, más allá del rostro que iluminó la Noche,
se atrevería a avanzar su soledad
hasta el fondo del vientre y allí rescatar
todo el olvido? Pero aun si la gran bóveda
sólo fuese esto: un vientre -hay algo más
de raíz y de ángel, que en la carne progresa
hacia la plenitud de otro fruto celeste.
La criatura es pregunta: la espera,
el vuelo pensativo de alguna hoja que cae
en la visión dorada, dejando más acá de los ojos
lo imposible y lo arcano; y que no sea
la puerta estrecha que se abre y nos despide,
porque aquí, con la paciencia de la tierra,
está la misión de nuestras horas.
Dios cubre de eternidad nuestra pupila
y su silencio de fuego posee nuestro lenguaje,
mas el hombre, en tensión rebelde,
sólo espera que los ojos, cual pájaros de exilio,
se adentren voraces en la hondura del viento
tras los astros, que queman Su plegaria en la noche.
Hontanar de auroras fue el éxtasis ardiente
del alma por los poros; luego, el tiempo,
el nuestro, el que en la carne late,
hincó de nuevo el ojo en la simiente
y un insecto solemne agonizó en las grutas
con las flores marchitas y los frutos sedientos,
y el río y su transcurso de dios ebrio
fue de nuevo avidez y lamento. El mundo se apaga,
huye con el humo y nada queda en las manos,
si lo que ellas palpan no es algo más antiguo
que el terror o el deseo: incendio estelar
que a veces nos llega como rito que en el tacto florece,
gratuito y ungido, desde un fondo remoto.
Pero nada sabemos: sentir, sólo es primicia.

***

Distancia Destruida V

Tu voz se desploma, se sumerge y se pierde
en el ocaso de los dioses.
Ahora eres tú entre las columnas sagradas
que erigió el proceso del sueño y el gigante.
Escucha la canción alta que habló bajo la lluvia.
Eres entre mi pulso enloquecido por la noche
y el ángel de tu voz nunca cede
el poder ni el horror de sus manos.
Ahora eres como pilar entre los días
porque nunca ha habido palabra tan grande como siempre,
porque en Viena te escucho cantando alucinada,
perdida allá entre las cosas tuyas.
Allá eres, vives, eres sombra de sombra de amor entre las sombras vivas,
voz y mano de diosa gravitando los seres.
Cada vez te encuentras más cerca de mi bosque:
perenne, esbelta en tu murmullo caes, danzas,
eres lo que entonces y siempre relatabas,
la palabra en el aire como una rosa alada,
eso eres en tu ausencia
y las estrellas esta noche me hablan de tus pasos.
Eres lejana y plena como torre de guerreros y ángeles,
¿y tu voz?, esa es tu alma: tus labios en los años,
esa eres tú, Marión, en el recuerdo,
esa es tu alma.

***

Distancia Destruida XII

Extranjero: esta es la pasión del ángel:
despertarse en la ribera del instante,
solitario entre las palabras y las piedras.
Cuando sólo existe el árbol de la noche,
nos basta lo que existe
y el tiempo son las torres que enfrente al mar esperan
el exilio nocturno de los viajes,
el silencio del claustro.
Su voz, son estas cosas, estas horas que hablan
con el sol del verano,
retornando en la tarde a su nombre duro y verdadero
como retorna en los oídos la violencia del viento
o el mar que nos invade.
He aquí el tiempo de las manos
renovado en la noche cuando la palabra muere.

Escucha: entre la hierba, la santidad del mundo
y las preguntas hoy cantan la soledad de cada paso.
Vivir es ser su cuerpo, que la mirada viaje en su distancia
como una ave sin rumbo entre las rocas
y luego irse, exiliado, y más allá de la piel,
desde las torres, desde el mar hasta el ángel
ser la ruta del viento,
alejarse y perderse en el silencio que nos puebla.

Extranjero: el ruido del bosque es el poder de un sólo instante,
el nacimiento de las voces que te hablan.
Quien se habita es el desierto: su soledad es nuestra.

***

Pasajera Del Viento

Pasajera del viento
la hoguera yergue su conjuro
de extático silencio
templa con acerado amor
y ser la eternidad que vibra
huidiza y desvelada
tensa es la noche donde Dios la enciende.

***

Hondamente Resuena La Soledad Del Valle…

Hondamente resuena la soledad del valle
poblada por las aves en su vuelo errabundo.
El sol reverbera bajo un sol inclemente
que despierta en las piedras un fulgor rojo y seco.
La torre de la iglesia domina vigilante
el mar y las colinas. En el hastío de agosto
el agua se desliza bañando con desidia
el cauce del invierno, mientras viejas esquilas
llaman, entre olivares, algún pastor ausente.
Por los huesos asciende el calor de la tierra,
fuego de lentas lenguas y de arcanas preguntas
que en los labios se encienden. No hay nada bajo el cielo,
sólo oquedad quemada por la luz del estío.
La espera está en la tierra, la carne está en el siglo.
Hacia las rocas vivas de los cerros del fondo
mi soledad se adentra, mientras, arden los ojos
en un mirar sediento. Calor de pocas horas
me queda entre las manos. Sumido en su añoranza,
por el Clot baja el tiempo huyendo con hondura
hasta el umbral del alma. El ojo mira y reza.
Quizás el ciego muere en la casa del río
y su perro, en el huerto, huele a Dios sin saberlo.

El Clot es un barrio actual y tradicional del distrito de Sant Martí (Barcelona, España)

***

En El Collado Que Cae Hasta Las Rocas…

En el collado que cae hasta las rocas
arraiga el olivar sus lentos años.
De la mar viene un viento tan profundo
y tan libre, que en él perdura el día.
La fronda del verano exhala un gozo
renacido en la luz que se hace espacio
y en él huyen las horas con los ríos,
invisibles viajeras del olvido,
mientras campanas, desde lo alto, llaman
los hondos santos de esta tarde clara.
La iglesia sufre el sol como una roca.
El ciprés enciende la oración verde
de un antiguo rezo, y el cementerio
guarece paz canora, espigas, flores
que renacen bajo un rumor de fuentes
escondidas, de pájaros que duermen.

***

La Soledad Sonora

La noche lo guió hasta una cima de amor
en soledad gozada,
libre el alma, el tacto ardiendo
en fuego de entregado hallazgo.
Supo irse al alba de su viaje,
los ojos llenos de un mar vivo.
Supo ser noche y perdurar de hondura.
Su rezo estuvo en las montañas
abierto al difícil silencio
de los astros. Fue su transcurso
armonía pura, ágil llama
en vuelo sin medida. Cruzó el mar
de par en par, por el viento poseído,
en soledad sonora halladas
las riberas. Fue el cuerpo su morada,
el alba nuevo umbral en el amor
vivido. Sombra fue el día, las horas
labradas por la espiga y el silencio
dormido en el desierto: esperaba
fervor de incendio en cada instante,
esperaba que el fuego fuera noche
para cantar la fuente que escuchaba.
Ya no había distancia en su pupila.
Supo ser noche y perdurar de hondura.

***
                                            
Claustro

Se recorre el silencio en cada cosa,
mano ardiente en la sombra, fuente pura.
El río apenas suena entre la fronda,
el agua breve en un hablar callado,
las hojas pardas y el verano huido.
Lento se pliega el día como un ave
cuando el salmo talar enciende cada
cirio y en el lenguaje de los ritos,
las cisternas guardan el eco casto
del viento y de los siglos. La ribera
de la voz fue despojada de todo
vestigio de fogatas y bajeles.
El tiempo gime quebrado en los arcos,
tiempo de claustro y oración de ojiva.
Entre pilares y espigas doradas,
las diminutas manos de la lluvia
trazan y cantan la canción transida
que arrulla la rosa y baña el recuerdo.
Exilio fue la voz desde las torres:
Solo queda este espacio que es ausencia,
floración impalpable de cenizas.

***                                            

Plegaria De Los Huesos 

Tiempo de claustro y oración de ojiva
Insecto simultáneo
Ovario que adolece y que vigila
Pupila entre la sangre
Estrella primordial en la pupila
Noche arcana de fuego
Incienso en el vocablo del olvido
Alabanza de lluvia
Eco de cisterna en la luz perdido
Cristal ciego en el viento
Instante intemporal entre los cirios
Salmo de piedra y río
Padre nuestro de pan y manos limpias
Escala en el desierto
Madre del pan, abeja de maitines
Hontanar de primicias
Paso lunar y bóveda infinita
Lenguaje sumergido
Colmena abandonada del olvido
Trinar temprano y ágil
Espiga verde bajo el viento ungido
Campana del silencio
Hosanna vesperal en el vacío
Fervor tenso del fuego
Torre yerma del alma, altar cumplido
Huida entre los árboles
Noche, ceniza y estación dormida
Fuente en los labios, lámpara ofrecida

***

En La Cárcel

Es la hora en que mueren los malditos
los huesos lanzan un vasto grito de ceniza
mientras gime el viento bonachón y enorme
con un hosanna blanco de rebeldes palomas.
Quieta noche, del aire apenas viene
un sonido cansado de barcos que se alejan
y hogares donde se ama, un sonido
que crece hacia adentro hasta tocar el alma.
Giran las sombras, voy hasta mí mismo,
me persigno y elevo las palabras.
Esta noche de ascuas enlutadas, me basta
la pupila en la celda donde fumo
una pipa de hartura y de deseo
y luego, respirar un hondo espacio,
salir del tiempo, estar bajo otro cielo.
Basta el viento y poseer su origen.
Aquí, sin nadie, entre estos muros.

***

Hacia Mañana Voy A Grandes Rasgos…

Hacia mañana voy a grandes rasgos
con el humo del sol y las gaviotas.
Tuerce la noche otro recodo
y agoniza una luna inverosímil
como blanco conjuro que me acecha. 
En los muelles se aleja una campana
con un doble lamento de distancia
que tiende alas de mar sobre los ojos.
La flor emigra y adolece.
Reverbera la noche entre las olas
dejando en los oídos
su vigilia de astros y amapolas.
Desde el olvido sube hasta los labios
un turbio olor de gleba y polen de cereales.
Muerde el estío los frutos más remotos
y el ojo de un caballo los mira y los desea.
¡Tanto mundo sin cuerpo ni habitante,

tanta huella mortal en esta noche!