sábado, mayo 09, 2015

Georg Trakl, V

Georg Trakl
(3 de febrero de 1887, en Salzburgo, Austria – 3 de noviembre de 1914, en Cracovia, Polonia)

Tras una infancia serena, que pasó con su hermana menor Gretl (nacida en 1891), aprendiendo música (ambos hermanos tocaban juntos el piano) y literatura, terminó por iniciar una relación incestuosa con su hermana que marcó seriamente el resto de su vida. En 1905 comenzó a trabajar en una farmacia llamada Zum Weißen Engel ("El ángel blanco", cuya denominación parece obedecer a la venta de cocaína, droga entonces legal). El hecho de tener a su alcance diversas sustancias psicotrópicas facilitó el desarrollo de su drogadicción. Se inscribió en la Universidad de Viena donde cursó la carrera de farmacia y obtuvo en 1910 el diploma de Magister Farmaciae (maestro farmacéutico); por ello el servicio militar le destinó a una unidad sanitaria entre 1910 y 1911. Drogadicto y alcohólico como era, padecía frecuentes crisis depresivas. En 1914 fue reclutado para luchar en la Primera Guerra Mundial como oficial médico; su participación en la batalla de Grodek (actual Horodok en la Galitzia Ucraniana) implicó que debiera asistir sin medicinas a heridos graves; esto agravó su depresión, le ocasionó una grave crisis nerviosa y le provocó su primer intento de suicidio, motivo por el que fue internado el 7 de octubre de 1914 en un manicomio de Cracovia; allí escribió uno de sus poemas más conocidos, ("Grodeck"). Se suicidó el 3 de noviembre de 1914 con una sobredosis de cocaína. Su hermana Gretl se suicidó en 1917. 

Su amigo Von Ficker lo describió así:

Siempre se le hacía difícil arreglárselas con el mundo exterior, al tiempo que iba ahondándose cada vez más en el manantial de su creación poética... Bebedor y drogadicto empedernido, jamás le abandonaba su porte noble, de un temple espiritual fuera de lo común; no hay hombre que haya podido verle jamás tambalearse siquiera, o ponerse impertinente cuando bebía, si bien, a horas avanzadas de la noche, su forma de hablar, por lo demás tan delicada y como rondando siempre un mutismo inefable, se endurecía a menudo con el vino de una manera peculiar y, entonces, podía aguzarse en una malicia relampagueante. Pero, por debajo, solía sufrir él más que aquéllos sobre cuyas cabezas descargaba como un rayo la daga de sus palabras en el corro enmudecido, pues en tales momentos padecía de una veracidad tal que le partiera auténticamente el corazón. Por lo demás era un hombre callado, ensimismado, pero en modo alguno reservado; al contrario, sabía entenderse bondadoso y humano como el que más con gente sencilla y franca de cualquier clase social, de la más alta a la más baja, con que tuvieran el corazón "en su sitio", en particular con los niños. Bienes apenas le quedaban, tener libros siempre le pareció superfluo, y acabó "liquidando" por lo que le dieran todo su Dostoievski, al que veneraba fervientemente... Entonces estalló la guerra, y Trakl tuvo que ir al frente en su antiguo puesto de farmacéutico militar con un hospital volante. A Galitzia. Al principio aquello pareció romper el hielo y arrancarle a su pesadumbre. Pero luego, tras la retirada de Grodeck, recibí desde el hospital de plaza de Cracovia, adonde se le había llevado para observación por su estado psíquico, un par de cartas suyas que sonaban como llamadas de socorro de su alma.

Versiones de Helmut Pfeiffer

Salmo

Hay una luz que el viento ha extinguido.
Hay una taberna que en la tarde un ebrio abandona.
Hay una viña quemada y negra.
Con agujeros llenos de arañas.
Hay un cuarto que han blanqueado con leche.
El demente ha muerto.
Hay una isla de los mares del sur para recibir al dios del sol. 
Tocan los tambores.
Los hombres ejecutan danzas de guerra.
Las mujeres contonean las caderas entre enredaderas y flores de fuego, cuando el mar canta. 
Oh nuestro paraíso perdido.

Las ninfas han abandonado los bosques de oro.
Sepultan al extranjero.
Comienza entonces una lluvia ígnea.
El hijo de Pan surge bajo la apariencia de un peón caminero,
que duerme al mediodía sobre la tierra ardiente.
Hay niñas en un patio con vestiditos de una pobreza desgarradora.
Hay salas colmadas de acordes y sonatas.
Hay sombras que se abrazan ante un espejo ciego.
En las ventanas del hospital se calientan los convalecientes.
Un barco blanco remonta el canal cargado con epidemias sangrientas.

La hermana extranjera surge de nuevo en los malos sueños de alguien.

*** 

Siete cantos a la muerte

Azulada muere la primavera; bajo sedientos árboles,
camina un ser oscuro en el ocaso escuchando la dulce queja del mirlo.
Silenciosa aparece la noche, con 
un venado sangrante que se abate lentamente en la colina.

La húmeda brisa mece la rama del manzano en flor,
se desata plateado lo que estuvo unido,
muriendo con ojos nocturnos; estrellas que caen;
dulce canto de la infancia.

Iluminado bajó el durmiente por el bosque negro,
murmuraba una fuente azul en la distancia 
cuando él levantó sus pálidos párpados sobre su rostro de nieve.

La luna espantó un rojo animal de su guarida,
y el oscuro lamento de las mujeres murió en suspiros.

Radiante levantó sus manos hacia su estrella el blanco forastero;
y silencioso abandona un muerto la casa derruida.

Oh la imagen corrupta del hombre;
fundida con fríos metales,
noche y espanto de bosques sumergidos y el ardor del animal solitario;
quietud de las corrientes del alma.

La barca sombría lo llevó por cauces fulgurantes,
llenos de estrellas púrpuras, 
y se inclinó apacible sobre él la verde rama,
como una blanca amapola desde sus nubes de plata.

Tendida en el bosque de avellanos juega con sus estrellas.
El estudiante, quizá un doble,
la sigue con la vista desde la ventana.
Detrás de él está su hermano muerto,
o tal vez baja por la vieja escalera de caracol.
A la sombra de los pardos castaños palidece la figura del joven novicio.
El jardín está en el ocaso.
En el claustro revolotean murciélagos.
Los hijos del portero dejan de jugar y buscan el oro del cielo.
Acordes finales de un cuarteto.
La pequeña ciega corre temblando por el camino 
y después su sombra va a tientas por muros fríos,
rodeada de cuentos y leyendas sagradas.

Hay un navío vacío que al atardecer desciende por el negro canal.
En las tinieblas del viejo asilo caen ruinas humanas.
Los huérfanos yacen muertos junto al muro del jardín.
De alcobas en penumbra surgen ángeles con alas manchadas de barro.
Gotean gusanos de sus párpados amarillentos.
La plaza de la iglesia es sombría y silenciosa como en los días de la infancia.
Sobre pies de plata se deslizan antiguas vidas 
y las sombras de los condenados descienden hacia las aguas suspirantes.
En su tumba juega el mago blanco con sus serpientes.

Silenciosos sobre el calvario se abren los dorados ojos de Dios.

*** 

Sonia

La tarde reina en el viejo jardín; 
la vida de Sonia, calma azul. 
Migran aves silvestres; 
calma del desnudo árbol de otoño. 

El girasol se inclina suavemente sobre la blanca vida de Sonia.
La herida roja indescifrable, 
condena a existir en oscuros recintos, 
donde azules campanas resuenan. 

El paso de Sonia y su dulce sosiego. 
Contempla al animal que muere 
y la calma del desnudo árbol de otoño. 

Brilla el sol de días antiguos sobre las cejas blancas de Sonia, 
la nieve humedece sus mejillas y la espesura de sus cejas.

*** 

Verano

Al atardecer calla el lamento del pájaro en el bosque.
Se inclina la mies, la roja amapola.
Una negra tormenta amenaza sobre la colina.
El antiguo canto del grillo perece en el campo.

Ya no se mueve el follaje del castaño.
En la escalera de caracol susurra tu vestido.
En silencio alumbra el candil en la habitación oscura;
una mano plateada la apaga.

Quietud del viento, noche sin estrellas.