Georg Trakl
(3 de febrero de 1887, en Salzburgo, Austria – 3 de noviembre de 1914, en Cracovia, Polonia)
Tras una infancia serena, que pasó con su hermana menor Gretl (nacida en 1891), aprendiendo música (ambos hermanos tocaban juntos el piano) y literatura, terminó por iniciar una relación incestuosa con su hermana que marcó seriamente el resto de su vida. En 1905 comenzó a trabajar en una farmacia llamada Zum Weißen Engel ("El ángel blanco", cuya denominación parece obedecer a la venta de cocaína, droga entonces legal). El hecho de tener a su alcance diversas sustancias psicotrópicas facilitó el desarrollo de su drogadicción. Se inscribió en la Universidad de Viena donde cursó la carrera de farmacia y obtuvo en 1910 el diploma de Magister Farmaciae (maestro farmacéutico); por ello el servicio militar le destinó a una unidad sanitaria entre 1910 y 1911. Drogadicto y alcohólico como era, padecía frecuentes crisis depresivas. En 1914 fue reclutado para luchar en la Primera Guerra Mundial como oficial médico; su participación en la batalla de Grodek (actual Horodok en la Galitzia Ucraniana) implicó que debiera asistir sin medicinas a heridos graves; esto agravó su depresión, le ocasionó una grave crisis nerviosa y le provocó su primer intento de suicidio, motivo por el que fue internado el 7 de octubre de 1914 en un manicomio de Cracovia; allí escribió uno de sus poemas más conocidos, ("Grodeck"). Se suicidó el 3 de noviembre de 1914 con una sobredosis de cocaína. Su hermana Gretl se suicidó en 1917.
Su amigo Von Ficker lo describió así:
Siempre se le hacía difícil arreglárselas con el mundo exterior, al tiempo que iba ahondándose cada vez más en el manantial de su creación poética... Bebedor y drogadicto empedernido, jamás le abandonaba su porte noble, de un temple espiritual fuera de lo común; no hay hombre que haya podido verle jamás tambalearse siquiera, o ponerse impertinente cuando bebía, si bien, a horas avanzadas de la noche, su forma de hablar, por lo demás tan delicada y como rondando siempre un mutismo inefable, se endurecía a menudo con el vino de una manera peculiar y, entonces, podía aguzarse en una malicia relampagueante. Pero, por debajo, solía sufrir él más que aquéllos sobre cuyas cabezas descargaba como un rayo la daga de sus palabras en el corro enmudecido, pues en tales momentos padecía de una veracidad tal que le partiera auténticamente el corazón. Por lo demás era un hombre callado, ensimismado, pero en modo alguno reservado; al contrario, sabía entenderse bondadoso y humano como el que más con gente sencilla y franca de cualquier clase social, de la más alta a la más baja, con que tuvieran el corazón "en su sitio", en particular con los niños. Bienes apenas le quedaban, tener libros siempre le pareció superfluo, y acabó "liquidando" por lo que le dieran todo su Dostoievski, al que veneraba fervientemente... Entonces estalló la guerra, y Trakl tuvo que ir al frente en su antiguo puesto de farmacéutico militar con un hospital volante. A Galitzia. Al principio aquello pareció romper el hielo y arrancarle a su pesadumbre. Pero luego, tras la retirada de Grodeck, recibí desde el hospital de plaza de Cracovia, adonde se le había llevado para observación por su estado psíquico, un par de cartas suyas que sonaban como llamadas de socorro de su alma.
Versiones de Helmut Pfeiffer
A los enmudecidos
Ah, la locura de la gran ciudad cuando al anochecer,
junto a los negros muros,
se levantan los árboles deformes
y a través de la máscara de plata se asoma el genio del mal;
la luz con látigos que atraen ahuyenta pétrea noche.
Oh, el hundido repique de las campanas del crepúsculo.
Ramera que entre escalofríos alumbra una criatura muerta.
La ira de Dios con rabia azota la frente de los poseídos,
epidemia purpúrea, hambre que rompe verdes ojos.
Ah, la odiosa carcajada del oro.
Pero una humanidad más silenciosa sangra en oscura cueva
forjando con metales duros el rostro redentor.
***
A un muerto prematuro
Oh, él ángel negro,
que furtivo salió del interior del árbol,
cuando éramos dulces compañeros de juego en la tarde,
al borde de la fuente azulada.
Nuestro paso era sereno,
los ojos redondos en la frescura parda del otoño.
Oh, la dulzura púrpura de las estrellas.
Pero aquel bajó los pétreos escalones de Mönschberg con una sonrisa azul,
y en la extraña crisálida de su más tranquila infancia murió.
En el jardín quedó el rostro plateado del amigo atento en el follaje o en las antiguas rocas.
El alma cantó la muerte, la verde corrupción de la carne,
e imperó el murmullo del bosque,
la queja febril del animal.
Siempre tañían desde torres las azules campanas de la tarde.
Llegó la hora en que aquel vio sombras en el sol púrpura,
veladuras de podredumbre en el ramaje desnudo;
en la tarde, cuando en el muro crepuscular cantó el mirlo,
y el espíritu del muerto prematuramente apareció silencioso en la alcoba.
Oh, la sangre que fluye de la garganta del dios, flor azul;
oh, las lágrimas ardientes lloradas en la noche.
Nube dorada y tiempo.
En solitario recinto hospedas con frecuencia al muerto.
Y caminas en diálogo íntimo bajo los olmos bordeando el verde río.
***
Al niño Elis
Elis,
cuando el mirlo llame en el oscuro bosque será tu ocaso.
Tus labios beben frescura en la pedregosa fuente azul.
Cuando tu frente sangre suavemente
y olvides las antiguas leyendas
y el oscuro augurio del vuelo de los pájaros.
Pues tus leves pasos se adentran en la noche
cargada con los púrpuras racimos de la vid;
mientras el azul hace más bello
el movimiento de tus brazos.
Se escucha un espino,
allá donde vuelan tus dos ojos de luna.
¡Ah, hace cuánto tiempo que eres de la muerte!
Tu cuerpo es un jacinto
donde un monje sumerge sus dedos de cera.
Y una cueva sombría es nuestro silencio
de la que a veces surge un apacible animal.
Deja caer lento los pesados párpados.
Sobre tus sienes gotea un oscuro rocío,
el último oro de las estrellas extinguidas.
***
Alma de noche
Furtivo desciende de los negros bosques un venado azul, el alma.
Es de noche y sobre los escalones musgosos se ve una fuente blanca.
La sangre y un grupo de armas antiguas murmuran en el valle de los pinos.
La luna brilla siempre en parajes derruidos;
embriagada por venenos oscuros,
máscara de plata inclinada sobre el sueño de los pastores;
cabeza abandonada en silencio por sus sagas.
Oh, abre ella sus frías manos bajo arcos de piedra
mientras lento sube un dorado verano a la ciega ventana
y toda la noche se oyen sobre el verde
los pasos de la danzarina,
y la voz de la lechuza que llama al ebrio
en púrpura tristeza.
***
Anif
Recuerdo:
gaviotas deslizándose sobre un oscuro cielo de melancolía masculina.
Sosegado habitas tú a la sombra del fresno otoñal,
y absorto en las formas de la colina
desciendes por el verde río cuando reina la tarde,
melodioso amor:
apaciblemente te busca el oscuro venado,
y un hombre rosado.
Ebria de viento azul
roza la frente el follaje agonizante
mientras recuerdas el rostro adusto de la madre;
Oh, cómo se hunde todo en lo oscuro;
las lúgubres habitaciones y los viejos utensilios de los ancestros
conmueven el pecho del extranjero,
Oh, signos y estrellas.
Grande es la culpa del que ha nacido.
Ay, dorados escalofríos de la muerte,
cuando el alma sueña flores más frescas.
Siempre grita en las ramas desnudas el ave nocturna.
Al paso de la luna
suena un viento helado en los muros de la aldea.