Manuel Acuña Narro
(Saltillo, Coahuila, 27 de agosto de 1849 - Ciudad de México, 6 de diciembre de 1873)
fue un poeta mexicano que se desarrolló en el estilizado ambiente romántico del intelectualismo mexicano de la época.
Poeta mexicano nacido en Saltillo, Coahuila, en 1849.
A los veinte años de edad inició su carrera poética con una elegía a la muerte de su compañero y amigo Eduardo Alzúa.
En el mismo año, fundó en compañía de varios intelectuales la Sociedad Literaria Nezahualcóyotl, en el seno de la cual dio a conocer sus primeros versos.
En 1871 fue reconocido por la crítica por su drama "El Pasado", publicado en un folleto del periódico La Iberia intitulado "Ensayos literarios de la Sociedad Nezahualcóyotl".
Este folleto contenía además once de sus poemas y su famoso "Nocturno a Rosario", inspirado en el gran amor de su vida, Rosario de la Peña, quien estuvo íntimamente ligada a sus últimos años y pesó tanto en su ánimo que mucho tuvo que ver con su trágica muerte.
Su obra poética está compuesta por poemas amorosos y satíricos, contenidos en la publicación "Donde las dan las toman" y en una edición póstuma aparecida en el año 1874.
Es una leyenda que su enamoramiento de Rosario de la Peña fue la presumible causa de su infortunado suicidio, mediante envenenamiento con cianuro de potasio, en diciembre de 1873, a los 24 años de edad.
En opinión de algunos críticos, Rosario fue solamente una razón adicional a sus problemas de pobreza extrema.
Resignación
¡Sin lágrimas, sin quejas,
sin decirnos adiós, sin un sollozo!
cumplamos hasta lo último... la suerte
nos trajo aquí con el objeto mismo,
los dos venimos a enterrar el alma
bajo la losa del escepticismo.
Sin lágrimas... las lágrimas no pueden
devolver a un cadáver la existencia;
que caigan nuestras flores y que rueden,
pero al rodar, siquiera que nos queden
seca la vista y firme la conciencia.
¡Ya lo ves! para tu alma y para mi alma
los espacios y el mundo están desiertos...
los dos hemos concluido,
y de tristeza y aflicción cubiertos,
ya no somos al fin sino dos muertos
que buscan la mortaja del olvido.
Niños y soñadores cuando apenas
de dejar acabábamos la cuna,
y nuestras vidas al dolor ajenas
se deslizaban dulces y serenas
como el ala de un cisne en la laguna
cuando la aurora del primer cariño
aún no asomaba a recoger el velo
que la ignorancia virginal del niño
extiende entre sus párpados y el cielo,
tu alma como la mía,
en su reloj adelantando la hora
y en sus tinieblas encendiendo el día,
vieron un panorama que se abría
bajo el beso y la luz de aquella aurora;
y sintiendo al mirar ese paisaje
las alas de un esfuerzo soberano,
temprano las abrimos, y temprano
nos trajeron al término del viaje.
Le dimos a la tierra
los tintes del amor y de la rosa;
a nuestro huerto nidos y cantares,
a nuestro cielo pájaros y estrellas;
agotamos las flores del camino
para formar con ellas
una corona al ángel del destino...
y hoy en medio del triste desacuerdo
de tanta flor agonizante o muerta,
ya sólo se alza pálida y desierta
la flor envenenada del recuerdo.
Del libro de la vida
la que escribimos hoy es la última hoja...
Cerrémoslo en seguida,
y en el sepulcro de la fe perdida
enterremos también nuestra congoja.
Y ya que el cielo nos concede que este
de nuestros males el postrero sea,
para que el alma a descansar se apreste,
aunque la última lágrima nos cueste,
cumplamos hasta el fin con la tarea.
Y después cuando al ángel del olvido
hayamos entregado estas cenizas
que guardan el recuerdo adolorido
de tantas ilusiones hechas trizas
y de tanto placer desvanecido,
dejemos los espacios y volvamos
a la tranquila vida de la tierra,
ya que la noche del dolor temprana
se avanza hasta nosotros y nos cierra
los dulces horizontes del mañana.
Dejemos los espacios, o si quieres
que hagamos, ensayando nuestro aliento,
un nuevo viaje a esa región bendita
cuyo sólo recuerdo resucita
al cadáver del alma al sentimiento,
lancémonos entonces a ese mundo
en donde todo es sombras y vacío,
hagamos una luna del recuerdo
si el sol de nuestro amor está ya frío;
volemos, si tú quieres,
al fondo de esas mágicas regiones,
y fingiendo esperanzas e ilusiones,
rompamos el sepulcro, y levantando
nuestro atrevido y poderoso vuelo,
formaremos un cielo entre las sombras,
y seremos los duendes de ese cielo.
***
Soneto
Porque dejaste el mundo de dolores
buscando en otro cielo la alegría
que aquí, si nace, sólo dura un día
y eso entre sombras, dudas y temores.
Porque en pos de otro mundo y de otras flores
abandonaste esta región sombría,
donde tu alma gigante se sentía
condenada a continuos sinsabores.
Yo vengo a decir mi enhorabuena
al mandarte la eterna despedida
que de dolor el corazón me llena;
Que aunque cruel y muy triste tu partida,
si la vida a los goces es ajena,
mejor es el sepulcro que la vida.
***
Un sueño
A Ch...
¿Quieres oír un sueño?...
Pues anoche
vi la Brisa fugaz de la espesura
que al rozar con el broche
de un Lirio que se alzaba en la pradera
grabó sobre él un "beso",
perdiéndose después rauda y ligera
de la enramada entre el follaje espeso.
Este es mi sueño todo,
y si entenderlo quieres, niña bella,
une tus labios en los labios míos
y sabrás quién es "él" y quien es "ella".
***
Mentiras de la existencia
¡Qué triste es vivir soñando
en un mundo que no existe!
Y qué triste
ir viviendo y caminando,
sin fe en nuestros delirios,
de la razón con los ojos,
que si hay en la vida lirios,
son muchos mas los abrojos.
Nace el hombre, y al momento
se lanza tras la esperanza,
que no alcanza
porque no se alcanza el viento;
y corrre, corre, y no mira
al ir en pos de la gloria
que es la gloria una mentira
tan bella como ilusoria.
¡No ve al correr como loco
tras la dicha y los amores,
que son flores
que duran poco, muy poco!
¡No ve cuando se entusiasma
con la fortuna que anhela,
que es la fortuna un fantasma
que cuando se toca vuela!
Y que la vida es un sueño
del que, si al fin despertamos,
encontramos
el mayor placer pequeño;
pues son tan fuertes los males
de la existencia en la senda,
que corren allí a raudales
las lágrimas en ofrenda.
Los goces nacen y mueren
como puras azucenas,
mas las penas
viven siempre y siempre hieren;
y cuando vuelve la calma
con las ilusiones bellas,
su lugar dentro del alma
queda ocupado por ellas.
Porque al volar los amores
dejan una herida abierta
que es la puerta
por donde entran los dolores;
sucediendo en la jornada
de nuestra azarosa vida
que es para el pesar "entrada"
lo que para el bien "salida".
Y todos sufren y lloran
sin que una queja profieran,
porque esperan
¡hallar la ilusión que adoran!...
Y no mira el hombre triste
cuando tras la dicha corre,
que sólo el dolor existe
sin que haya bien que lo borre.
No ve que es un fatuo fuego
la pasión en que se abrasa,
luz que pasa
como relámpago, luego:
y no ve que los deseos
de su mente acalorada
no son sino devaneos,
no son más que sombra, nada.
Que es el amor tan ligero
cual la amistad que mancilla
porque brilla
sólo a la luz del dinero;
y no ve cuando se lanza
loco tras de su creencia,
que son la fe y la esperanza,
mentiras de la existencia.
***
Ya verás
Goza, goza, niña pura,
mientras en la infancia estás;
goza, goza esa ventura
que dura lo que una rosa.
-Qué, ¿tan poco es lo que dura?
-Ya verás niña graciosa,
ya verás.
Hoy es un vergel risueño
la senda por donde vas;
pero mañana, mi dueño,
verás abrojos en ella.
-Pues qué, ¿sus flores son sueño?
-Sueño nada más, mi bella,
ya verás.
Hoy el carmín y la grana
coloran tu linda faz;
pero ya verás mañana
que el llanto sobre ella corra...
-Qué, ¿los borra cuando mana?
-Ya verás cómo los borra,
ya verás.
Y goza mi tierna Elmira,
mientras disfruta de paz;
delira, niña, delira
con un amor que no existe
-Pues qué, ¿el amor es mentira?
-Y una mentira muy triste,
ya verás.
Hoy ves la dicha delante
y ves la dicha detrás;
pero esa estrella brillante
vive y dura lo que el viento.
-Qué, ¿nada más dura un instante?
-Sí, nada mas un momento,
ya verás.
Y así, no llores mi encanto,
que más tarde llorarás;
mira que el pesar es tanto,
que hasta el llanto dura poco.
-¿Tampoco es eterno el llanto?
-Tampoco, niña, tampoco,
ya verás.
***
Ya sé por qué es
Era muy niña María,
todavía,
cuando me dijo una vez:
-Oye, ¿por qué se sonríen
las flores tan dulcemente,
cuando las besa el ambiente
sobre su aromada tez?
-Ya lo sabrás mas delante
niña amante,
le contesté yo, y una mañana,
la niña pura y hermosa,
al entreabrir una rosa
me dijo: ¡Ya sé por qué es!
Y la graciosa criatura
blanca y pura
se ruborizó y después,
ligera como las aves
que cruzan por la campiña,
corrió hacia el bosque la niña
diciendo: ¡Ya sé por qué es!
y yo la seguí jadeante,
palpitante
de ternura y de interés,
y... oí un beso dulce y blando,
que fue a perderse en lo espeso,
diciendo: ¡Ya sé por qué es!
Era muy jóven María,
todavía
cuando me dijo una vez;
-Oye ¿por qué la azucena
se abate y llora marchita
cuando el aura no la agita
ni besa su blanca tez?
¡Ya los sabrás más delante,
niña amante,
le contesté yo... después!
Y más tarde ¡ay! una noche,
la jóven de angustia llena,
al ver triste a una azucena,
me dijo: ¡Ya sé por qué es!
Y ahogando un suspiro ardiente,
la inocente
me vio llorando... y después,
corrió al bosque y en el bosque
esperó mucho la bella,
y al fin... se oyó una querella
diciendo: ¡Ya sé por qué es!
Era muy linda María,
todavía,
cuando me dijo una vez:
-Oye, ¿Por qué se sonríe
el niño en la sepultura,
con una risa tan pura,
con tan dulce sencillez?
Ya lo sabrás mas delante
niña amante,
le contesté yo... después!
Y... murió la pobre niña,
y en vez de llorar, sonriendo,
voló hacia el azul diciendo,
¡Ya sé por qué es!
Ya lo ves mi hermosa Elmira,
quien delira
sufre mucho, ya lo ves
Y así, ilusiones y encanto,
ni acaricies ni mantengas,
para que, al llorar, no tengas
que decir:
¡Ya sé por qué es!
***
Una limosna
¡Entrad!... en mi aposento
donde sólo se ven sombras,
está una mujer muriendo
entre insufribles congojas...
Y a su cabecera tristes
dos niñas bellas que lloran,
y que entrelazan sus manos
y que gimen y sollozan.
Y la infeliz ya no mira
ni tiene aliento en la boca,
y cuando habla sólo dice
con voz hueca y espantosa:
"¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre!
Por piedad ¡Una limosna!"
Y calla... y las niñas gimen...
y calla... y el viento sopla...
y llora... y nadie la escucha,
¡que nadie escucha al que llora!
¿Y la oís? - ¡Ay!, hijas mías
vanse por fin a quedar solas...
solas... y sin una madre
que os alivie y que os socorra...
solas... y sin un mendrugo
que llevar a vuestra boca...
Adiós... adiós... ya me muero...
ya no tengo hambre...
y la mísera expiraba ¡"Una limosna"!
entre angustias y congojas,
mientras que las pobres niñas
casi locas, casi locas
la besaban y lloraban
envueltas entre las sombras.
Después... temblando de frío
bajo sus rasgadas ropas,
caminaban lentamente
por la calle oscura y sola,
exclamando con voz triste
al divisar una forma;
..."¡Me muero de hambre!"
Y la otra...
...¡"Una limosna"!
***
Historia del pensamiento
Cuando a su nido vuela el ave pasajera
a quien amparo disteis, abrigo y amistad
es justo que os dirija su cántiga postrera,
antes que triste deje, vuestra natal ciudad.
Al pájaro viajero que abandonó su nido
le disteis un abrigo, calmando su inquietud;
¡oh! tantos beneficios, jamás daré al olvido
durable cual mi vida será mi gratitud.
En prueba de ella os dejo lo que dejaros puedo,
mis versos, siempre tristes, pero los dejo así;
porque pienso, a veces que entre sus letras quedo,
porque al leerlos creo que os acordáis de mí.
Voy, pues, a referiros una sencilla historia,
que en mi alma desolada, honda impresión dejó;
me la contaron... ¿Dónde?... es frágil mi memoria...
acaso el héroe de ella... o bien, la soñé yo.
Era una linda rosa, brillante enredadera,
tan pura, tan graciosa, espléndida y gentil.
que era el mejor adorno de la feliz pradera,
la joya más valiosa del floreciente abril.
Al pie de ella crecía un pobre pensamiento,
pequeño, solitario, sin gracia ni color;
pero miró a la rosa y respiro su aliento
y concibió por ella el más profundo amor.
Mirando a su querida pasaba noche y día.
Mil veces ¡ay! le quiso su pena declarar;
pero tan lejos siempre, tan lejos la veía,
que devoraba a solas su pena y su pesar.
A veces le mandaba sus tímidos olores,
pensando que llegaba hasta su amada flor;
pero la brisa, al columpiar las flores,
llevábase muy lejos la pena de su amor.
El pobre pensamiento mil lágrimas vertía,
desoladoras lágrimas, de acíbar y de hiel,
mientras la joven rosa, sin ver a otras crecía,
y mientras más crecía, más se alejaba de él.
Llega un jazmín en tanto a la pradera bella,
también él a la rosa al punto que la vio;
pero él fue más dichoso, pudo llegar hasta ella,
le declaró su pena, y al fin la rosa amó...
¿Comprenderéis ahora al pobre pensamiento,
al ver correspondido a su feliz rival?
¿No comprendéis su horrible, su bárbaro tormento
al verse condenado a suerte tan fatal?
Después lo transplantaron; vivió en otras praderas
indiferencia, olvido y hasta placer fingió:
miraba flores lindas, brillantes y hechiceras,
pero su amor constante y fiel compareció.
Por fin una mañana, estando muy distante,
el céfiro contole las bodas del jazmín;
el escuchó sonriente, y ciego y delirante,
loco placer fingiendo, creyó olvidar al fin.
Pero al siguiente día con lágrimas le vieron
las flores, e ignorando su oculto padecer,
"Tú lloras, pensamiento, tú lloras", le dijeron:
"No es nada, contestoles, es llanto de placer".
Ved la sencilla historia que os ofrecí contaros,
acaso os entristezca pero la dejo así;
adiós, adiós, ya parto; me atrevo a suplicaros
que la leáis a solas y os acordéis de mí.
***
Oda
De los tres cielos que recorre el hombre
de la existencia en la medida impía,
cuando la gloria me enseñó tu nombre
yo estaba en el primero todavía.
La pena que del pecho
hasta el abismo lóbrego desciende,
y del cadáver de un amor deshecho
finge flotando en derredor del lecho
la aparición bellísima de un duende;
la sombra a cuyo peso aborrecido
muere el placer y el alma se acobarda,
tratando de evocar en el olvido
el recuerdo dulcísimo y querido
de los besos del ángel de la guarda;
todo eso que en la frente
deja un sello de luto y desconsuelo,
cuando en el alma pálida y doliente
no queda ni la fe que es del creyente
la última golondrina que alza el vuelo
todo eso que de noche
baja hasta el corazón como una sombra,
y que terrible y sin piedad ninguna
sus ilusiones todas despedaza,
aún no era sobre el cielo de mi cuna.
Ni la pálida nube que importuna
se levanta enseñando la amenaza.
Dichoso con la dulce indiferencia
del que al amor de su callado asilo
ha vivido a la luz de la inocencia,
acostumbrado a ver en la existencia
la imagen de un azul siempre tranquilo,
yo entonces ignoraba
que, más alla de aquel humilde techo
que sus caricias y su amor me daba,
clamando al cielo y suspirando en vano
desde el rincón sin luz de la vigilia,
hubiera en otro hogar una familia
de la que yo también era un hermano...
Mi amor no sospechaba que existiera
más ilusion ni cariñoso exceso
que la mirada dulce y hechicera
de la santa mujer que la primera
nos anuncia a la vida con un beso...
Y hasta que al ducle y mágico sonido
del arpa que temblaba entre tus manos,
dejé mi rama, abandoné mi nido
y te segué hasta ese árbol bendecido
donde todos los nidos son hermanos,
fue cuando despertando de la calma
en que flotaba la existencia mía,
sentí asomar en lo íntimo de mi alma
algo como la luz de un nuevo día.
Tu voz fue la primera
que me habló en la dulzura de ese idioma
que canta como canta la paloma
y gime como gime la palmera...
las cuerdas de tu lira,
como la voz de la primera alondra
que llama a las demás y las despierta,
fueron las que al arrullo de tu acento
sonaron sobre mi alma estremecida,
como si siendo un pájaro la vida
quisieran despertarlo al sentimiento...
Tu nombre va ligado en mi cariño
con los recuerdos santos y amorosos
de mis tiempos de niño,
con los placeres dulces y sabrosos
de esa época sonriente
en la que es cada instante una promesa
y en la que el ángel de la fe aún no besa
las primeras arrugas de la frente;
tu nombre es la memoria
del pueblo y del hogar adonde un día
fue a estremecerse el eco de tu gloria
y el trino arrullador de tu poesía;
la evocación de todo lo más santo
en medio de mis noches desmayadas,
que aún tiemblan a las dulces campanadas,
de aquellas horas en que amaba tanto...
Y así, cuando yo supe
que abandonada a tu dolor morías,
y que en tu muda y lánguida tristeza
renunciabas a ver junto a tu lecho,
quien, al rodar sin vida tu cabeza,
recogiera el laurel de tu grandeza
y el último sollozo de tu pecho;
cuando yo supe que en la huesa insana
te inclinabas por fin pálida y sola,
sin que el adiós de tu alma soberana
se enlutara la cítara cubana
ni gimiera la cítara española;
al darte mis adioses, los adioses
de la eterna y postrera despedida,
sentí que algo de triste sollozaba
de mi dolor en el oscuro abismo,
y que tu sombra que flotaba arriba,
al extinguirse y al borrarse iba
llevándose un pedazo de sí mismo,
y entonces al poder de los recuerdos
borrando la distancia
tendí mis alas hacia el nido blando
de los primeros sueños de la infancia;
llegué al rincón modesto
donde tus dulces páginas leía
a la fe y al amor siempre dispuesto
y allí de pie frente a la blanca cuna
donde en sus flores me envolvió el destino,
busqué en su fondo alguna
que aún no cerrara su oloroso broche,
y en él hallé dormida,
ésta con la que el alma agradecida
viene a aromar las sombras de la noche.
Deuda en mi cariño
contraje desde niño con tu nombre,
esa flor es el cántico del niño
mezclada con las lágrimas del hombre;
esta flor es el fruto de aquel germen
que derramaste en mi niñez dichosa,
y que al rodar sobre la humilde fosa
donde tus restos duermen
entre sus piedras ásperas se arraiga
recogiendo su jugo en tus cenizas,
y esperando en su cáliz a que caiga
la gota de los cielos que le traiga
la esencia y el amor de tus sonrisas.
***
Nada sobre nada
Pues, señor, dije yo, ya que es preciso
puesto que asi lo han dicho en el programa,
que rompa ya la bendecida prosa
que preparado para el caso había,
y que escriba en vez de ella alguna cosa
asi, que parezca poesía,
pongámonos al punto,
ya que es forzoso y necesario, en obra,
sin preocuparnos mucho del asunto,
porque al fin el asunto es lo que sobra.
Así dije, y tomando
no el arpa ni la lira
que la lira y el arpa
no pasan hoy de ser una mentira,
sino una pluma de ave
con la que escribo yo generalmente
violenté las arrugas de mi frente
hasta ponerla cejijunta y grave
y pensando en mi novia, en la adorada
por quien suspiro y lloro sin sosiego,
mojé mi pluma en el tintero, y luego
puse ocho letras: "A mi amada."
Su retrato, un retrato
firmado por Valleto y compañía,
se alzaba junto a mi plácido y grato,
mostrándome las gracias y recato
que tanto adornan a la amada mía;
y como el verlo sólo
basta para que mi alma se emocione,
que Apolo me perdone
si, dije aqui que me sentí un Apolo.
Ella no es una rosa
ni un ser ideal, ni cosa que lo valga;
pero en verso o en prosa
no seré yo el estúpido que salga
con que mi novia es fea,
cuando puedo decir que es muy hermosa
por más que ni ella misma me lo crea;
así es que en mi pintura
hecha en rasgos por cierto no muy fieles,
aumenté de tal modo su hermosura
que casi resultaba una figura
digna de ser pintada por Apeles.
Después de dibujarla como he dicho,
faltando a la verdad por el capricho,
iba yo a colocar el fondo negro
de su alma inexorable y desdeñosa,
cuando al hacerlo me ocurrió una cosa
que hundió mi plan, y de lo cual me alegro;
porque, en último caso,
como pensaba yo entre las paredes
de mi cuarto sombrío,
¿qué les importa a ustedes
que mi amada me niegue sus mercedes,
ni que yo tenga el corazón vacío?
Si mi vida vegeta en la tristeza
y el yugo del dolor ya no soporta,
caeré de referirlo en la simpleza
para que alguien me diga en su franqueza:
¡"¿si viera usted que a mi nada me importa?..."!
No, de seguro, que antes
prefiero verme loco por tres días,
que imitar a ese eterno Jeremías
que se llama el señor de Cervantes.
Y convencido de esto,
ya que era conveniente y necesario,
borré el título puesto,
y buscando a mi lira otro pretexto
escrbí este otro título: El Santuario.
¡El santuario!... exclamé; pero y ¿qué cosa
puedo decir de nuevo sobre el caso,
cuando en cada volumen de poesías,
en versos unos malos y otros buenos,
sobre templos, santuarios y abadías?
Para entonar sobre esto mis cantares,
a mas de que el asunto vale poco,
¿Qué entiendo yo de claustros ni de altares,
ni qué se yo de sacristán tampoco?
No, en la naturaleza
hay asuntos mas dignos y mejores,
y mas llenos de encantos y de belleza,
y que he de escribir, haré una pieza
que se llame: Los prados y las flores.
Hablaré de la incauta mariposa
que en incesante y atrevido vuelo,
ya abandona el cielo por la rosa;
ya abandona la rosa por el cielo,
del insecto pintado y sorprendente
que de esconderse entre las hierbas trata,
y de el ave inocente que lo mata,
lo cual prueba que no es tan inocente;
hablaré... pero y luego que haya hablado
sacando a luz el boquirrubio Febo,
me pregunto, señor, ¿qué habré ganado,
si al hacerlo no digo nada nuevo?...
Con que si esto tampoco es un asunto
digno de preocuparme una sola hora,
dejemos sus inútiles detalles,
ya que no hay ni un señor ni una señora
que no sepa muy bien lo que es la aurora
y lo que son las flores y los valles...
Coloquemos a un lado estas materias
que valen tan poco para el caso,
y pues esto se ofrece a cada paso
hablemos de la vida y sus miserias.
Empezaré diciendo desde luego,
que no hay virtud, creencias ni ilusiones;
que en criminal y estúpido sosiego
ya no late la fe en los corazones;
que el hombre imbécil, a la gloria ciego,
sólo piensa en el oro y los doblones,
y concluiré en estilo gemebundo:
¡Que haya un cadáver mas que importa al mundo!
Y me puse a escribir, y asi en efecto,
lo hice en ciento cincuenta octavas reales,
cuyo único defecto,
como se ve por lo que dicho queda,
era que en vez de ser originales
no pasaba de un plagio de Espronceda.
Como era fuerza, las rompí en el acto
desesperado de mi triste suerte,
viendo por fin que en esto de poesía
no hay un solo argumento ni una idea
que no peque de fútil, o no sea
tan vieja como el pan de cada día.
En situación tan triste
y estando la hora ya tan avanzada,
¿qué hago, dije yo, para salvarme
de este grave y horrible compromiso,
cuando ningún asunto puede darme
ni siquiera un adarme
de novedad, de encanto, o de un hechizo?
¿Hablaré de la guerra y de la gente
que enardecida de las cumbres baja
desafiando al contrario frente a frente,
y habré de convertirme en un valiente
yo que nunca he empuñado una navaja?
No, señor, aunque estudio medicina
y pertenezco a esa importante clase
que no hay pueblo y lugar en donde no pase
por ser la mas horrible y asesina,
aparte de que en esto hay poco cierto,
como lo prueba y mucho la experiencia,
yo, a lo menos hasta hoy, me hallo a cubierto
de que se alce la sombra de algún muerto
a turbar la quietud de mi conciencia.
Sobre los libros santos, se podría
con meditar y con plagiar un poco,
arreglar o escribir una poesía;
pero ni esto es muy fácil en un día
ni para hablar sobre esto estoy tampoco;
porque en fiestas como esta
donde el saber está en su templo,
salir con el Diluvio, por ejemplo,
fuera casi querer aguar la fiesta;
y como yo no quiero que se diga
que he venido a tal cosa,
ya que en mi numen agotado me hallo
el asunto y el plan a que yo aspiro
rompo mi humilde cítara, me callo,
y con perdón de ustedes me retiro.