martes, septiembre 30, 2014

Julio Zaldumbide Gangotena, II

Julio Zaldumbide Gangotena


Nació en Quito el 5 de junio de 1833. Hijo legítimo de Felipa de Gangotena y Tinajero y de Ignacio Zaldumbide Izquierdo, miembro de la Sociedad del Quiteño Libre en 1833, combatió a lado del general José María Sáenz y fue asesinado a lanzadas después el combate de Pesillo, cuando estaba rendido. “Su nombre constituye baluarte de civismo y signo de la saña del elemento militar extranjero adueñado del país” quiteños. Ha sido un poeta romántico apesar de publicar solo dos folletos, uno político, sobre García Moreno y otro dedicado "A María". Dejó, sin embargo, una serie de poesías dispersas en periódicos y publicaciones menores. La obra de Zaldumbide es melancólica y revela un amoroso apego a la naturaleza y al paisaje.


«Me basta sentir como poeta; 
el ser tenido como tal me importa poco»

El arroyuelo

Arroyuelo que deslizas
tu cristal en la pradera,
tu corriente vocinglera
voy siguiendo con placer:
notando voy en tu curso
la variedad inconstante,
en esto tan semejante
a cuanto fue y ha de ser.

De las cosas de la vida
es imagen tu carrera,
que así mudan de manera
como tú de dirección;
y por esta semejanza,
al contemplar tu onda fría,
no sé si melancolía
siente, o gozo el corazón.

¡Cuántos sitios diferentes
conociendo vas al paso!
Este herboso, ese otro raso;
un florido, otro sin flor.
Ya en el llano corres fácil,
ya atraviesas matorrales,
o ya lanzas tus raudales
por pendientes de verdor.

Ya aquí te miro sereno
lamer la margen callado,
y quedar como encantado
en un éxtasis de paz;
copiando en tu seno puro
el profundo y azul cielo,
y un sauce mecido al vuelo
de los céfiros, fugaz.

Y «así es», me digo pasando,
«así es el hombre que sueña
con la esperanza risueña
en el seno del amor;
de la ilusión la aérea sombra
refleja su mente en calma,
y un cielo tiene en el alma
de mágico resplandor».

Borbollas en cavidades,
te dilatas con reposo,
o maldices y furioso
de estrechas márgenes vas.
Ya encuentras campo de flores,
¡y es de ver cómo allí giras,
cuál te aduermes y suspiras
por no salir dél jamás!

Bien haces, dulce arroyuelo:
breves los dichosos, largos
son los instantes amargos
que tenemos que pasar.
¡Qué bien entiendes y sabes
que la ventura en la vida
ha de llorarla perdida
quien no la supo gozar!

Bien haces en detenerte
en este sitio florido;
antes te veas sumido
que dél intentes salir.
Así pienso yo, arroyuelo,
que en la edad de los amores,
pues es la edad de las flores,
debiera el hombre morir...

¡Cómo te dilatas manso,
y enamorado murmuras,
músico de notas puras,
entre una y otra flor!
¡Qué artificioso revuelves
y formas remansos bellos,
porque se retrate en ellos
su hermosura y esplendor!

Si de alguna flor consigues
inclinarla a tu corriente,
la besas la dulce frente
una y otra, y otra vez;
mas de aquella que no inclinas
trepar por el tallo intentas,
y con suspiros lamentas
tu impotencia y su esquivez.

Así el trovador al pie
del castillo en donde mora
la dama a quien enamora,
suspira en trovas de amor;
mas ella ingrata y esquiva
acaso en la alta ventana,
escucha el cantar ufana,
pero burla del cantor...

Si de la flor que te burla
el viento arranca una hoja,
y a tu corriente la arroja,
ufano con ella estás;
¡y es de ver cómo festivo
en remolino la llevas!
Ya la hundes, ya la elevas,
y huyendo con ella vas...

Mas ¿a dónde, infeliz, huyes?
Vuelve a tu sitio florido,
que le llorarás perdido
cuando no puedas volver.
La pendiente te arrebata,
te cupo infeliz destino,
pues él te traza el camino
que tú no puedes torcer.

Un luengo y lóbrego caño
a poco que andas te encierra,
y te lleva bajo tierra
a muy distante lugar.
Correrás siempre adelante,
arroyuelo malhadado,
por la pendiente arrastrado
hasta arrojarte en el mar.

Quizás de arroyuelo claro
turbio torrente furioso
que nunca encuentra reposo,
andando te tornarás;
y entonces de aqueste humilde
sitio de flores vestido,
donde corriste adormido,
con dolor te acordarás.

Así al mortal el destino
le arrebata en su camino
malhadado,
y pasa la edad de amores,
cual tú pasas el de flores,
sitio alegre y regalado;

y sigue y es sin piedad,
de una edad en otra edad
impelido,
sin hallar nunca reposo,
como tú, cuando en furioso
torrente vas convertido.

Te arrastra a ti el desnivel,
la mano imperiosa, a él,
de la suerte;
y, cual tú en brazos del mar,
él, a la fin, va a parar
en los brazos de la muerte.

***

El bosquecillo

Bosquecillo frondoso,
que a las orillas del sonante río
abrigo delicioso
me das en los calores del estío.

Cuando yo te contemplo,
mientras abrasa el aire el mediodía,
el misterioso templo
te finge del placer mi fantasía.

Los festivos amores
están en torno tuyo revolando,
y en tu lecho de flores
se recuesta el deleite suspirando.

Y al que en tu seno amparas
el numen del secreto dice aerio:
«Sacrifica en mis aras;
mis sombras te prometen el misterio».

Y acuden presurosas,
dejando las lejanas arboledas,
las aves codiciosas
de la promesa de tus sombras ledas...

Mas yo soy solitario,
no tengo como el ave compañera;
me llama a tu santuario
más grata voz, si menos hechicera:

¡La voz del ocio blando!...
Aquí me tiendo en la mullida alfombra
de tu césped, gozando
la frescura del río y de tu sombra.

Y miro el curso lento
que en la pradera tuerce el sesgo río,
y a su música atento
me pierdo en un sabroso desvarío.

Ya ver se me figura
al dios de los pastores y ganados
buscando la hermosura
de Eco por los valles y collados.

La ninfa se le esconde
huyendo sus impúdicos amores,
y tan sólo responde
con fugitivo acento a sus clamores.

Porque ella aún deplora
los desprecios de Adonis afligida,
y en las cavernas llora
en aerio y vago acento convertida.

Dentro las claras linfas
del río, de cristal miro un palacio:
cerniendo están sus ninfas
en cribas de esmeralda, oro y topacio;

y entre ellas el sagrado
numen está del río, muellemente
en la urna reclinado,
ceñida de limosa alga la frente...

Todo se anima, todo
cobra voz, cobra vida y movimiento,
y por extraño modo
todo lo prueba el vago pensamiento.

¡Oh, campiña agradable,
que dulcísimo encanto mío eres!
¡Séate favorable
el claro sol, propicia el alma Ceres!

Flora te dé fragancia,
no destruya tus galas el invierno;
Pomona la abundancia
derrame en ti de su colmado cuerno.

Y a ti, bosque frondoso,
que a las orillas del sonante río
abrigo delicioso
me das en los ardores del estío.

Propicio a tus verdores
te sonría apacible el claro cielo,
frutos te den y flores
las estaciones en su raudo vuelo.

***

El mediodía

I

En la amena floresta
de un bosquecillo, se alza la espesura,
do el ardor de la siesta
se templa, do murmura
una de humilde vena fuente pura.

Allí, cuando subido
el sol a la mitad del alto cielo,
cuando más encendido
su ancho disco sin velo
el aire enciende y abochorna el suelo.

Del césped en la alfombra
suelo sentarme de frescor sediento;
un árbol me da sombra,
blanda música el viento
e ilusiones el vago pensamiento.

Allí, el sauce, agitando
su ramaje de plácida verdura
recrease mirando
su halagüeña hermosura
en el espejo de la fuente pura.

Copa el cedro elevada
esparce en la región do el viento mora:
parece levantada
mano abierta que implora
dulce rocío a la celeste aurora.

Y allí el de los amores
favorito gentil la frente umbrosa
levanta, y en las flores
derrama la amorosa
sombra que plugo a la más bella diosa.

Y en dulce compañía
otros árboles crecen allí unidos;
y allí la melodía
de mil vagos ruidos
el ánimo suspende y los sentidos.

II

¡Oh, cuán dulce es oír los rumores
de las hojas, del céfiro lira!
¡Oh, cuán dulce aspirar de las flores
la fragancia que el éxtasis inspira!

¡Oh, qué grato escuchar de la fuente
el suspiro que apenas murmura!
¡Oh, que dulce sentir su frescura!
¡Oh, que dulce sentir su frescura!

¡Y qué dulce y qué grato y qué hermoso,
entre aromas y paz y armonías,
no sentir el volar fatigoso,
no sentir el valor de los días!

¡Y dejar deslizarse serena
esta amarga, esta mísera vida,
como huye esa fuente en la arena,
en un sueño de paz adormida!

¡Y vivir sin que llegue al oído
a turbar el silencio profundo
de los hombres el vano ruido,
de ese mar que llamamos el mundo!...

¡Oh!, ¡si aquí, bella Cintia estuvieras,
si al aroma del aura tu aliento,
y tu voz amorosa añadieras
al murmullo del agua y del viento!

¡Si al matiz de estas flores juntaras
de tu labio el color purpurino;
si este bello jardín hermosearas
con tu rostro apacible y divino!...

¿Sacrificas la paz de tu alma
a esa vida de tristes pesares?
¿No apeteces del cuerpo la calma?
¿Te es tan grato el bullir de esos mares?...

Aquí todo es amor, todo amores:
Ama el árbol, el ave y la fuente;
aquí amar aconsejan las flores,
y lo enseña la tórtola ardiente.

Aquí habita el placer en las rosas,
do quier vaga un deleite sin nombre,
dice el céfiro aquí tales cosas,
que no dice la lengua del hombre...

III

¡Ven, Cintia, ven! A mi amoroso lado.
Aquí, solos los dos, sin más testigos
que las aves, los árboles y el prado,
silenciosos amigos
de secretos amores,
me amarás con más fe, con mayor fuego.
Huye el aliento de ese mundo impuro
que cuanto toca lo corrompe luego:
aquí tu corazón será tan puro
como este cielo es puro y son las flores...

Y tú, dejando aparte
esos adornos que inventara el arte
de necia vanidad, y engalanada
con la sencilla flor que la luz cría
del alba nacarada,
más hermosa serás que nunca fuiste.
El fastidio, el dolor, la duda triste:
eso el mundo te da; Naturaleza
te ofrece aquí la paz y la alegría
junto con la inocencia y la belleza...

IV

Mas, ¿a dónde me llevas
en tu blanda corriente, oh desvarío?...
¡No! tus alas no muevas,
oh, pensamiento mío,
a do has de hallar el desengaño impío.

Vuelve, vuelve a los senos
de este ameno recinto; libre gira
por ellos, que a lo menos
aquí nunca se mira
oculta la traición y la mentira.

Ve al prado, al cielo puro,
al solitario monte, al bosque umbroso
y volarás seguro;
mas nunca al borrascoso
mar de los hombres vayas ambicioso.

Porque allá el viento insano
de las pasiones mueve el desconcierto;
y buscarás en vano
allá tranquilo puerto:
aquí lo tienes más seguro y cierto.